Monday, September 22, 2008

El mundo se divide

Por Andrea Palet

El mundo se divide en dos clases de personas, las que se leen las instrucciones y las que no se las leen. Las primeras suelen ser más hoscas o más tímidas, más reconcentradas quizás, menos fogueadas o diestras en el baile social, y se leen las instrucciones (del avión, del champú, de los juegos, de la cámara nueva, y las reglas del tránsito, los menús, los horarios) para no caer, para no fallarle a la sociedad, para ser más autónomas, para molestar menos, porque así les enseñaron, porque no son genios y necesitan leer las instrucciones para hacer las cosas bien. Lo que incluye la rebelión y la lucha por nuevas reglas, nuevas y más límpidas instrucciones.

Las personas que no se leen las instrucciones tienden a ser más expansivas, en el sentido de ocupar el espacio que les toca en el mundo y un poco más también. En el restaurante, no miran el menú repleto de explicaciones y variaciones en dos idiomas, sino que piden al camarero que se las repita: «¿Qué se puede comer?». Suelen preferir el atajo al método, la trampita simpática a la ley. Cuentan por defecto con el tiempo ajeno, y les da por pensar que las instrucciones son para otros, no para ellas.

El mundo se divide en dos clases de personas, las sanas y las que se van suicidando de a poquito, con hábitos insalubres como dormir poco, recordar cosas tristes y tener una imaginación esplendorosa para la catástrofe. A estos suicidas de la lentitud les gusta todo lo que contamina: fumar, beber, saber cosas inútiles. Y todo sin sana medida: el manjar a cucharadas, el gimnasio como anatema, la procrastinación como profecía autocumplida.

El mundo se divide en dos clases de personas, las que usan el computador como televisor y las que lo usan como enciclopedia. Las que han leído a los rusos y las que no los han leído. Las que no soportan el silencio ni el olvido, y las que no soportan el ruido ni el presente. Las que hacen lo que sea para salir en la foto, y las que sacan la lengua o voltean la cara para estropear la foto.

Los enamorados auténticos, los enamorados perdidos, también dividen el mundo en dos clases de personas y cosas, y le dicen al objeto de su afecto: a) tú b) el resto del planeta, la muerte, el futuro.
Pero no. No me haga caso. Estas fórmulas de conversación («No, mira, si es muy simple: el mundo se divide en dos clases de personas...») son divertidas, chocantes, fáciles de recordar y tentadoras porque ordenan, simplifican y tranquilizan. El problema es que también son falsas. Las personas que se leen todas las instrucciones quizás lo hacen porque la soberbia les come el alma y no saben pedir ayuda. Las personas que no se las leen quizás simplemente confían –en Dios, la buena suerte o el prójimo– y creen, las benditas, que todo, siempre, estará bien.

El mundo no se divide en dos clases nunca. Se conecta, se cablea, se mezcla en infinitos grados e infinitas combinaciones. Por eso es tan arduo ser adulto, ser Gobierno, ser jefe, ser justo. Porque te obliga a tomar en cuenta todos los matices, todas las extrañezas que no deberían entrar en el cuadro. Para pronunciarse con razón, para actuar con justicia, no vale un corte fotogénico de la realidad que realce solo algunas características, las que se acomodan a tu análisis. Y esto no es simple de hacer, y sí muy cansador. Al menos eso me han contado.

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