Tuesday, September 30, 2008

Cine

Batman: The Dark Knight, de Christopher Nolan Por Alan Pauls

Hitchcock decía que las películas de suspenso eran mejores cuanto más pérfido era el villano. El último Batman de Christopher Nolan le da la razón, y agrega una cláusula especial al axioma: en la saga de los Batman, la villanía de los villanos es proporcional a la rigidez, el nivel de blindaje y la infatuación tecnológica del traje del encapotado. En la película de Tim Burton que inauguró la serie (1989), el traje de Batman estaba lejos de ser ese uniforme tenue y vulnerable, esa convocatoria textil al martirio que había sido en el serial de TV, pero al menos conservaba todavía una cierta dimensión vestimentaria, como de segunda piel; en la de Nolan casi no hay diferencia entre el traje y el batimóvil: la piel ha sucumbido a la corteza, la ropa a la coraza, la moda a la industria del pertrecho militar. En el Batman de Burton, el Guasón era un payaso inverosímil y gritón, todavía calcado de la chispeante caricatura televisiva inventada por César Romero e interpretado por Jack Nicholson, un actor capaz de sobrevivir a todos sus personajes; en el de Nolan, en cambio, es un psicótico sin freno y un situacionista inspirado, un terrorista hipercontemporáneo y un artista callejero, un sádico y un concept manager urbano; y el pobre Heath Ledger, que le puso el cuerpo, se fue con él. Más de uno desechará por frívolas estas consideraciones, comparándolas con la agenda de temas planteada por un Batman narrado sorpresivamente en clave de Derecho. Ya no se trata del equívoco parentesco entre el Hombre Murciélago y el Mal (argumento mítico); se trata de su relación con la Ley, o más bien con la Ilegalidad (argumento jurídico). No sería de extrañar que en el próximo avatar de la serie Batman aparezca en la corte, acusado de violar los derechos humanos y defendido por alguna de esas luminarias que se hacen célebres dando la cara por criminales de guerra o genocidas. En esa línea moral, de todos modos, el film de Nolan, que no es sólo astuto, parece decir lo suyo: si Batman sigue en deuda con la ley por su vocación de clandestinidad, la suerte de su álter ego "legal", el fiscal Harvey Dent, que pasa de paladín jurídico a vengador (y de ahí, convertido en Dos Caras, al Olimpo de los villanos), no resulta menos paradójico. No es en ese plano -actual pero previsible, aggiornado pero periodístico- donde el Batman de Nolan nos interpela de verdad, profundamente. No es en el plano del Bien -legal o ilegal, oficial o paralelo- sino en el del Mal, que brilla y se despliega en alianza con las más poderosas fuerzas artísticas y lo tiñe todo con una especie de tóxica risa nietzscheana.

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