Monday, June 02, 2008

Misterios

Por Francisco Mouat

¿Qué tanto sabemos de la vida, qué tan poco? ¿Se puede hablar de la vida sin antes decir mi vida? Lo que cuenta para un hombre, ¿forzosamente vale para el género humano? Lo sé, lo sé. Son preguntas a las que no se puede responder con un sí o con un no. Y quizás por eso mismo me atraen, y me obligan a seguir viviendo en cierto estado de alerta, dispuesto a atrapar fogonazos de lucidez en medio de la batalla diaria.

Mientras aguardo que eso ocurra, leo.

Leo una entrevista a William Faulkner en la cual el escritor dice tener "temperamento de vagabundo", y sonrío con él. Es maravillosa su descripción de los horrores del trabajo de ocho horas diarias: "No me gusta tanto el dinero como para trabajar por él. En mi opinión, es una vergüenza que haya tanto trabajo en el mundo. Una de las cosas más tristes que suceden es que lo único que un hombre puede hacer durante ocho horas al día, un día tras otro, es trabajar. No puedes comer ocho horas al día ni beber ocho horas al día ni hacer el amor ocho horas al día, lo único que puedes hacer ocho horas al día es trabajar. Y ése es el motivo por el que el hombre hace que él mismo y todos los demás se sientan tan miserables y desdichados".

Si vas a ocupar parte de tu vida en formularte cuestiones como éstas, es mejor que te acompañe un temperamento ocioso a uno demasiado hiperkinético, nervioso y competitivo. Me pone contento, debo reconocerlo, haber formulado para mí mismo a los cuarenta y cinco años de edad, es decir hace un año, que renunciaba de antemano a cualquier carrera; de distancias cortas o largas, da igual. No quiero correr ninguna carrera de nada, ni siquiera la maratón de la existencia, que nunca sabrás cuándo llegas a la meta. Esta definición de las cosas me serena. No quiero correr ni como padre, ni como pareja, ni como amigo, ni como periodista, ni como escritor, ni como profesor, ni como ciudadano, ni como vecino, ni como nada. Simplemente quiero aprender a vivir sabiendo de antemano que la mayoría de las cosas jamás podré comprenderlas del todo, y que eso mismo es una buena razón para mantenerte vivo, lúcido y activo mientras el cuerpo te lo permita.

Renuncio a la competencia. No quiero llegar antes que nadie a ningún sitio. No quiero ganar. ¿Esto es pedir demasiado? Me jubilo bien joven, y me paso a la vereda de enfrente a tratar de dilucidar misterios.

Sigo leyendo. Leo ahora a Saúl Bellow, que ironiza con aquellos que rechazan la vida por tratarse de una pura tragedia que no alcanza sus estándares de intelectuales filosóficos. Bellow reivindica el misterio: "El misterio es demasiado grande. Así que cuando ellos llaman a la puerta del misterio con los nudillos del conocimiento, estaría bastante bien que la puerta se abriera y un poco de poder misterioso les salpicara en el ojo". Lo que quiere decir Bellow, en otras palabras, es que "la existencia, dejando de lado cualquiera de nuestras opiniones, tiene valor, de que la existencia es algo valioso".

¿Cómo negar tamaña evidencia? ¿Cómo no querer aprovechar la única oportunidad que se nos ofrece en este mundo, de un modo inconsulto eso sí, pero real y tangible como un mote con huesillos refrescante en el verano, o una lluvia torrencial que dejas que caiga sobre tu cara?

Por eso leo. Para viajar a través de las palabras, para mantener vivo el pensamiento y el misterio, para después volver a leer y serenarme un poco en mitad del caos, como dice el propio Bellow: "Creo que el arte tiene algo que ver con lograr la quietud en mitad del caos. Una quietud que caracteriza a la oración, también, y al ojo de la tormenta. Creo que el arte tiene algo que ver con detener la atención en plena distracción".

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