Monday, June 30, 2008

Proyecto País

Patricia May

He estado sosteniendo que las tendencias que están movilizando y proyectando al país son consumistas, economicistas, narcisistas, materialistas, lo que está generando consecuencias gravísimas para nuestro humano ser, nuestra convivencia, nuestra salud.

Como estamos orientando las cosas al logro material, al estatus en un in crescendo insaciable, se acelera el ritmo del quehacer a niveles inhumanos, hay una sobreexigencia en las metas de productividad y consumo, a las cuales ni la energía vital, ni la emoción, ni la mente pueden responder. Todo se vuelve frenético, y éste ritmo se va convirtiendo en una adicción bioquímica que las personas no pueden detener ni en los días de descanso.

Nuestra naturaleza humana no puede resistir esto, y lo que hacen las personas es empastillarse para poder "soportar la vida". ¿No es una locura generar una realidad donde la vida se soporte, más que se viva y goce?

Este vivir corriendo tras algo que nunca se alcanza, tan propio de la mentalidad de nuestros tiempos, genera un estado permanente de aceleración y estrés, y una actitud de competencia con los otros, ya sea en la productividad, en el rendimiento académico, en el estatus socioeconómico, en el año del auto, en el tipo de celular…

Esto trae consecuencias múltiples al vínculo humano. Una de ellas es que las relaciones entre colegas, compañeros de trabajo, estudiantes, incluso amigos o parejas, se tiñen de un tinte de sutil o evidente enfrentamiento por quién escala más, quién tiene mejores resultados, quién gana más, quién consigue parecer más exitoso. El costo de esto es devastador: generamos un convivir que en vez de estar entramado por la colaboración y las relaciones de afecto y ternura, lo está por la agresividad y el miedo, lo cual deriva en tensión, falta de armonía, soledad, y enfermedades físicas y psíquicas.

La tensión por escalar genera irritabilidad; esto es el caldo de cultivo para la agresividad y la violencia intrafamiliar, mientras vamos perdiendo los espacios de humana alegría y comunicación, y cada vez parece más difícil generar ambientes afectivos sanos en los hogares.

Por otra parte, las ciudades se vuelven pozos contaminados, donde este ritmo enardecido no permite la amabilidad con el otro, pues todos estamos contra el tiempo. No hay espacios de silencio y armonía, y los lugares de paseo y diversión son los malls.

El convertirnos en voraces depredadores de toda la abundancia terrestre trae desequilibrios ecológicos de tal magnitud que están generando nuestra propia autodestrucción, y quizás sean ellos los que nos lleven a cuestionarnos el modelo en que estamos viviendo.

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