Tuesday, October 31, 2006

Aprendiendo a mirar

Acá va una entrevista al gran crítico de cine Jonathan Rosenbaum, figura de culto del Chicago Reader realizada por http://www.civilcinema.com/ en el 2003
Jonathan Rosenbaum

Figura destacada durante el último festival de cine de Buenos Aires, el legendario crítico del Chicago Reader insiste en pensar en el cine como un corpus dinámico, en el que la percepción de las películas cambia con el tiempo y junto con los espectadores que las revisitan, una y otra vez. Por lo general, los festivales de cine potencian su visibilidad a través de actores y directores invitados. Ellos casi siempre son las estrellas del show. Casi. En el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires -comentado la semana pasada en estas páginas- las verdaderas estrellas son los críticos. Durante la recién finalizada quinta versión, eso no sólo fue evidente por la selección de filmes exhibidos (elegidos entre lo mejor de la producción del 2002) sino por la activa participación de algunas de las mejores plumas de los últimos años: Eduardo Antín "Quintín" (quien dirige el festival); Kent Jones, editor de Film Comment; Jean-Michel Frodon, editor de cine de Le Monde; el australiano Adrian Martin, fundador de la revista Senses of cinema y quizás el mejor ensayista de la nueva camada. Ninguno, en todo caso, tuvo más notoriedad que el norteamericano Jonathan Rosenbaum. Convertido a sus sesenta y tantos años en una suerte de gurú para varias generaciones de cinéfilos, Rosenbaum lleva tres décadas empeñado en una cruzada en pos de la difusión del cine realizado fuera de Hollywood y por el uso de la crítica como riguroso instrumento de análisis, y no como mera herramienta publicitaria. Por cierto que en relación con la industria, su posición es bastante ambigua: a mediados de los noventa jugó un papel crucial en el rescate de la versión original de Sed de mal, de Orson Welles; pero al mismo tiempo ha sido permanente enemigo de estudios como Miramax, a los que ha acusado de sabotear a conciencia el legado del cine norteamericano. Más allá de su tribuna en el periódico Chicago Reader (sus columnas más recientes pueden leerse en www.chireader.com/movies), Rosenbaum es una persona bastante privada, aunque -habiéndolo visto en acción en Buenos Aires, donde realizó una Master Class y coordinó un ciclo de "películas perdidas"-, queda claro que en términos de ideas y valores, el tipo no tiene nada de "tímido" ni "distraído".

Usted se ha hecho conocido en el medio fílmico por considerar al cine casi como una ciencia social. ¿Cuál fue el proceso que lo llevó a ese enfoque? Puede ser una combinación de varios elementos: mis varios años como crítico free lance en los setenta, el tiempo que pase -bien y mal- haciendo clases (a principios de los ochenta) y mi continuo interés por la política, que comenzó hace casi cuarenta años con mi participación en el movimiento de los derechos civiles.

Hay mucha gente que lo considera un maestro, pero ¿le gusta hacer clases? A juzgar por el comentario anterior, parece que no... En realidad, depende. Se pasa bien cuando los alumnos son buenos; pero el gran problema de las clases de cine es que los chicos entran a la sala creyendo que un curso "de películas" será necesariamente algo liviano, un rato donde podrán sentarse sin que se les pida su opinión sobre nada.

A propósito de eso: ¿qué es lo básico en su proceso de formarse una opinión sobre un filme? Bueno, quisiera dejar en claro algo: nunca he sentido que yo tenga la última opinión sobre nada. Al contrario, si escribo sobre algo es para facilitar su discusión. Para abrirla. Lo fascinante de las películas es que el modo de abordarlas nunca es el mismo, los puntos de vista siempre van cambiando. Es por eso que, cuando escribo, hay ocasiones en que trato de centrarme en el estilo del filme que comento y en otras, prefiero concentrarme en el subtexto y los elementos extra cinematográficos. Trato de que mi acercamiento a las películas nunca sea el mismo. Ahora, es posible que algunos lectores se confundan cuando ven que uno ha cambiado de opinión sobre una cinta, pero lo cierto es que nunca se puede ver y rever una película de la misma manera, tal como es imposible bañarse dos veces en el mismo río. Eso justifica -en parte- el deseo de querer ver más de una vez una película determinada, pero aún así hay gente que considera eso una pérdida de tiempo... La gracia de la repetición está en el contexto. De él depende que una película pueda significar cosas tan distintas en la medida que uno la revisita a través del tiempo. La apreciación de un filme puede variar de semana en semana e incluso de día en día. Por ejemplo está el caso de "10", el nuevo filme de Abbas Kiarostami y que a mí como espectador me resultó especialmente dificultoso: cada vez que la veía de nuevo mi perspectiva acerca de la película cambiaba y el proceso continuó incluso después que escribí sobre ella. Todavía no me siento cómodo en mi relación con esa cinta. Por otro lado, hay películas que por más que uno las vea una y otra vez, continúan clausuradas. Se niegan a soltar sus secretos. Eso me ha ocurre con Millenium Mambo del taiwanés Hou Hsiao Hsien. Muchos estamos de acuerdo con que Hou es uno de los mayores cineastas contemporáneos, pero he visto tres veces Millenium Mambo y la verdad no sé qué hacer con ella. Quizás mi problema es que no puedo dejar de relacionar los filmes de Hou con el proceso histórico vivido por Taiwán y que él reflejó mejor que nadie en sus primeras películas. Tengo esa percepción ya asimilada y eso me lleva de nuevo al tema de las repeticiones: a medida que uno va familiarizándose con un filme determinado se vuelve capaz de deshacerse de las preconcepciones. En cierta medida uno se vuelve más libre y puede encontrar dentro de la cinta cosas nuevas. Pero mucho de la producción comercial actual parece exigir de su audiencia exactamente lo contrario: que el espectador entre a la sala con ideas muy claras y previamente masticadas sobre la película. Es un mal que afecta no sólo a los espectadores sino incluso a los cineastas. Basta pensar en Woody Allen. No importa lo mucho que sus publicistas digan que éste experimentó y arriesgó en su último proyecto, porque hasta el público sabe que su nuevo producto va a ser muy similar al anterior. De algún modo el "modelo Woody Allen" de hacer películas ya está pre-fabricado. Algo similar a lo que ocurre con Martin Scorsese... Y con muchos otros. Hay cinematografías que por asuntos de marketing parecen condenadas a permitir que un solo tipo las represente y que su visión se convierta en la marca de fábrica del cine de su país. Entonces Aki Kaurismaki se convierte en sinónimo de Finlandia, Pedro Almodóvar en referente de España y así, sucesivamente.

Por eso llama la atención el poco espacio que en sus artículos le dedica a estos cineastas "oficiales", mientras que destaca cintas que ni siquiera consiguen llegar al circuito comercial.

Bueno, porque son esas películas las que muchas veces nos desafían a reconfigurar nuestros paradigmas. Creo que soy afortunado porque el Chicago Reader me permite obviar esa clase de estrenos y concentrarme en películas más pequeñas y que tienen menos exposición, un lujo que otros colegas no se pueden dar, incluso gente tan influyente como Jim Hoberman, el crítico del Village Voice. Me gustaría pensar que al destacar filmes menos visibles uno a la larga está buscando la cualidad de la audiencia por sobre la cantidad de espectadores, aún arriesgando a que en vez de llegar a un millón de personas uno termine influyendo apenas sobre diez.

OSCAR, PUBLICIDAD Y RAÚL RUIZ A lo largo de su carrera en diversos medios, Rosenbaum se ha hecho la fama -según algunos, mala fama- de celebrar a directores virtualmente desconocidos. Fue uno de los primeros en tomarse en serio el cine iraní contemporáneo y la "nueva ola" taiwanesa. Durante el 2002 defendió a brazo partido al tailandés Apitchapong Weerasethakul (quien ganó un par de premios en el Festival de Buenos Aires) y en el pasado fue pionero en Norteamérica a la hora de llamar la atención sobre la obra de Raúl Ruiz. "De hecho estoy sumamente interesado en su serie de TV sobre Chile. ¿Ustedes ya la han visto?" ¿Se refiere a Cofralandes? Sé que el primer capítulo fue exhibido, pero es poco probable que la haya visto mucha gente o sepa de qué se trata. Eso es lo que pasa en Chile con la obra de Ruiz, incluso para los interesados se convierte en un enigma... Bueno, eso es justo lo que pienso de su cine: un enorme signo de interrogación... (ríe) Considerando que cineastas como Ruiz están al centro de su interés, ¿de qué modo enfrenta eventos que parecen tan opuestos a él, pero tan importantes para el grueso de la crítica norteamericana, como el Oscar? Es inevitable pensar que el Oscar es sólo otra clase de propaganda. Es tomar películas que ya están sobreexpuestas y darle una dosis aún más fuerte de publicidad. ¿Tiene sentido alguno? Quizás lo más dañino del proceso es que se trata de unos pocos filmes extraídos de un universo que es muy grande. Por eso tiendo a no tomarme en serio todas esas polémicas que se arman en los días del Oscar. Encuentro inaceptable que el único tipo de discurso válido acerca del cine sea la cantidad de dinero que se hace gracias a él, el número de gente que ve tal o cual cosa por fines de semana. Creo, además, que hay cierta parte de la audiencia que sinceramente no está interesada en esa clase de negocios. ¿Es por eso que resulta imposible comparar a un pequeño filme de arte con un monstruo como Titanic? No hay que ser snob al respecto. Las películas se las arreglan para afectar a la gente de muchas maneras. Y eso puede ocurrir con Kiarostami o con Titanic. Prefiero sobreestimar a la audiencia y no pensar en ella como algo pasivo, como un ente sin opinión

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