Saturday, May 08, 2010

Réplicas (3)

Francisco Mouat
El terremoto no nos abandonará en mucho tiempo. No hablo de pasarnos la vida saltones y en estado de alarma permanente. Hablo de sus huellas, de las secuelas más profundas que este terremoto deja en cada uno de nosotros. ¿O alguno de ustedes pudo rápidamente desentenderse de él?
Tito Matamala me escribe desde Concepción, su ciudad; manda fotos del desastre, de los escombros amontonados en las esquinas, de la desolación. Continúa albergado en casa de amigos en Chiguayante y escribe para intentar sanarse. No sabe aún si podrá volver a su departamento y vencer el miedo. Aunque lo arreglen, aunque los peritos hayan confirmado que estructuralmente se salvó y no hay que demolerlo, Tito sigue tiritón, y dice que el que diga lo contrario es un mentiroso.
Una pareja de amigos, Marcela y Juan, vienen llegando de Concepción. El hijo de un trabajador de la empresa de Marcela fue sepultado días atrás, y ambos acompañaron a la familia al entierro. El niño tenía doce años, y le cayó un muro encima. Marcela y Juan vieron a una ciudad desorientada: gente caminando por las calles sin brújula, la vista perdida. Vieron, por ejemplo, a una señora muy bien vestida ratear una casa abandonada y llevarse una almohada.
María Teresa fue a Pelluhue y Curanipe antes del terremoto junto a su marido y su hija menor. En Curanipe alojaron en el hotel Piedra Negra. El domingo 21 de febrero amaneció luminoso. Se levantaron contentos y fueron a tomarse unos jugos naturales en un puesto atendido por jóvenes colombianos. Sentados en la plazoleta, a un costado de la municipalidad, disfrutaron un jugo de mango y otro de piña y vieron a lo lejos el mar que tranquilo estaba. Decidieron almorzar en una hostería junto a la playa. Una pareja de artistas llegó a amenizar la jornada. Él tocaba el acordeón y ella la guitarra. El primer tema del dúo sorprendió a María Teresa: "Han brotado otra vez los rosales, junto al muro del viejo jardín, donde tu alma selló un juramento, amor de un momento que hoy llora su fin". Era la misma canción que le gustaba cantar a su mamá. Después siguieron con una tonada: "Mandé tejer una manta, mi vida, de tres colores, de verde, rojo y de negro, la manta de mis amores". La canción favorita del papá de María Teresa. Tanta coincidencia. Mi amiga se prendió, aplaudió entusiasta, fue generosa con la propina y recibió de manos de los artistas una tarjeta de visita que hoy tengo aquí enfrente, en colores y con los instrumentos dibujados: "Juanita y Miguel. Acordeón y guitarra. Música chilena y mexicana", más el número de dos teléfonos celulares que nunca contestaron cuando, después del terremoto, María Teresa quiso saber de ellos. Días más tarde, viendo las noticias, ella escuchó entre las víctimas del tsunami en Curanipe los nombres de Juanita y Miguel. Eran parte de una familia de trece personas, de las que sólo se salvó una niña adolescente que se aferró a la vida agarrada de un árbol.
Juanita y Miguel habían viajado a Chanco para participar en la tradicional cumbre ranchera "Guadalupe del Carmen", y habían decidido quedarse el resto del verano en un camping en Curanipe, para poder cantar en ferias y restaurantes.
Juanita y Miguel vivían en Padre Hurtado, cerca de Santiago. Fueron enterrados en el cementerio de Malloco, hasta donde llegó María Teresa el domingo 14 de marzo. Frente a la tumba rezó, lloró, quiso verbalizarles su gratitud por ese momento mágico en que había reencontrado a sus padres escuchando remotas melodías. María Teresa y su marido abandonaron el cementerio a las seis de la tarde en medio de una brisa ligera que, dice ella, le ayudó a refrescar el alma.

Francisco Mouat.


Hagiografía
La hagiografía es la biografía de un santo. El autor de la hagiografía es el hagiógrafo.
Aunque el término se utilizaba únicamente para este fin en la tradición cristiana desde sus orígenes en la Antigüedad tardía, e incluso se refería más propiamente al estudio colectivo de los santos (vidas de santos) en vez de el de uno en particular, actualmente se usa de forma extendida para referirse no sólo a las biografías de figuras equivalentes de religiones no cristianas, sino a las de personas que, para su biógrafo, reúnen méritos tan excepcionales y están a un nivel tan separado del resto que en la práctica les trata como a santos. El uso del término, en estos casos, suele ser peyorativo, por quien quiere criticar la falta de objetividad del autor.
En el siglo IV , tras la conversión de Constantino, se compilaron muchos martirologios, narrando (muchas veces con gran realismo y truculencia, lo que contribuyó no poco a su éxito) las excepcionales circunstancias de los mártires durante las persecuciones. Las vidas de santos se leían como sermones y se catalogaban en calendarios anuales o menaion (de menaios, mes en griego), de los que se hacían versiones cortas, del santo de cada día, o synaxarion. Las hagiografías elegidas por un compilador para formar un libro de vidas de santos, se denominaban paterikon (del griego pater, padre). En Europa Occidental, la hagiografía más divulgada en la Baja Edad Media y el Renacimiento fue la Leyenda Áurea de Jacopo da Vorágine y, durante la Edad Moderna, las Acta Sanctorum comenzadas por el jesuita Jean Bolland.

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