Wednesday, May 26, 2010

Circo Freak: “Alicia en el país de las maravillas”
Por Jorge Baradit / LND
En el libro “Alicia en el país de las maravillas” la fantasía es el reflejo del mundo y la literatura define al presente desde el futuro. Vemos la Era Victoriana inglesa y a Londres como una versión a escala-ciudad de internet con lo despreciable y lo extraordinario mezclados sin concierto. Carrol sacó un sombrerero loco como representación sicótica de costumbres rancias y puso a una niña al borde del precipicio de la adultez. Bonus Track: Habla Tim Burton y le contamos cómo es la película que se estrena el próximo 13 de mayo.
Domingo 9 de mayo de 2010 | | LND Cultura


¿Qué es lo que cuenta Lewis Carroll En “Alicia en el país de las maravillas”? ¿De dónde sacó estas ideas tan descabelladas acerca de mundos desquiciados que se doblan sobre sí mismos, repletos de significados torcidos y realidades rabiosamente alteradas? La primera lección que hay que sacar de este libro, que originalmente iba a llamarse “Las aventuras subterráneas de Alicia”, es confirmar que los textos que exploran la ficción son generalmente los que más se acercan a la realidad como la conocemos. La ciencia ficción, por ejemplo se comporta naturalmente como una metáfora muy nítida del contexto histórico y la fantasía es un reflejo ampliado de nuestra realidad más cercana. Es curioso declarar que la literatura que mejor describe el presente es la del futuro y la que mejor refleja la realidad es la fantasía. Eso hizo “Alicia en el país de las maravillas” en su momento, convertirse en el reflejo histérico de un momento particularmente demencial de la historia británica: la Era Victoriana.
El momento en que una isla se convirtió en el centro del planeta, un cruce internacional portuario que acumulaba restos extraños de cargas en tránsito de las más variadas latitudes, convirtiendo sus ciudades en cuadros alucinados repletos de inmigrantes de extrañas culturas, animales exóticos, aromas poderosos, colores nuevos, idiomas desconocidos e historias de marineros acerca de prodigios exagerados por el escorbuto y el opio.
Londres como una versión a escala-ciudad de la internet, lo bueno, lo malo, lo despreciable y lo extraordinario mezclados sin concierto. El planeta entero constreñido en una isla donde todo parecía fuera de contexto: una avestruz en el jardín de una mansión, un mandarín chino en la ópera, un selknam patagónico vestido de levita tomando el té en casa de Lord Chattnam. Londres era el Tokio más demente, pero en su versión cyberpunk siglo XIX. En medio de esta vorágine de información cruzada y sin traducir, campeaban las aterradoras costumbres sociales inglesas de la época: represivas, limitantes y castradoras, la vida como una representación teatral 24/7, sometida al manual de instrucciones más rígido y ridículo de occidente, el arte de vivir elevado a la categoría de suplicio maníaco obsesivo. El sombrerero loco como la representación sicótica de las costumbres victorianas.
UN GRITO EN LA NOCHE
“Alicia en el país de las maravillas” no es más que el grito de terror de un escritor que, a través de ese ejercicio meditativo alucinógeno mántrico que puede ser la escritura, es capaz de sacarse la neblina de los ojos y ver durante un instante la verdad: la realidad es monstruosa. El libro, publicado en 1865, no es un texto para infantes, es la forma lúcida en que un niño ve el circo freak que se despliega frente a él en el borde de su pubertad, como quien despierta de pie al borde de un acantilado al que debe saltar. La extrema lucidez del niño que despierta de su sueño de infancia y ve a todos los emperadores desnudos del mundo, todas las atrocidades, todas las injusticias y los sinsentidos, todo el horror y el espanto al que después nos insensibilizamos para poder seguir funcionando, operando avecinados con el horror.
Leer “Alicia” como un descenso a los infiernos de la realidad, sólo para constatar que no hay salida, que el regreso no es la promesa del hogar como en ese otro viaje pesadillesco y lleno de connotaciones iniciáticas como es el “Mago de Oz”, de Frank Baum, sino la validación de una verdad demoledora: no hay otra escapatoria posible que no sea la ceguera, la aceptación de las normas, la civilización y el rito, es decir, la adultez. Frente al horror no hay otra escapatoria que la insensibilidad. Ese es el verdadero cáliz que hay que beber para transformarse en adulto y poder operar en medio del espanto. “Te estábamos esperando”, le dice el sombrerero loco a Alicia.
El libro es descarnado, no hay redención, no hay Beatriz ni Grial, sólo el viaje a través del absurdo horrendo que es el mundo fabricado por el monarca, el burócrata y el mandamás. Alicia es una espectadora, la sonda que sale a ver la realidad y que nos cuenta la desnudez de las cosas desprovistas de moral o mensaje reivindicador. No hay dios, no hay orden, no hay atisbo de cordura, sólo consensos sin sentido abrazados por la gente para no rodar por el caos.
CIERRA LOS OJOS
Anoche conversábamos con amigos en una mesa acerca de muchos temas. Bernardita Ojeda, la “Nycteris”, me dio cátedra acerca del libro de Carroll. Hablamos de lo bien que calzaba la Alicia de Disney en los años 50 norteamericanos, su propia Era Victoriana al amparo de la bomba atómica. También hablamos de otras cosas, hablamos de un libro que enseña cómo suicidarse dejando un cadáver bello, hablamos de una generación que está reemplazando los hijos por gatos, de la posibilidad de que el único periodismo posible sea el terrorismo noticioso apocalíptico on line, hablamos de niños que fabrican droga a partir de medicamentos de libre expendio, hablamos de una mujer que exhibía a su hijo deforme como un alien a cambio de monedas, de un tipo que fabricaba anfetaminas caseras diseñadas por los nazis, de la posibilidad de que Chile termine siendo declarado inhabitable por los constantes terremotos y que un país completo deba ser evacuado, de una historia acerca de alguien que fumaba muertos y de que la soya modificada genéticamente que se vendía en EEUU le producía pelos en las encías a roedores de prueba.


Hablamos de cosas que pasan. Como “Alicia en el país de las maravillas”, viaje que nos saca el velo de los ojos y muestra la vida como realmente es: un torbellino caótico en donde nos equilibramos apenas sobre un diminuto orden acordado, con los ojos cerrados para no volvernos locos.





TIM BURTON Y EL ESTRENO DE “ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS”
“El libro de Carroll sería igual de impactante si se publicara hoy”
Su reinterpretación del mundo creado por Lewis Carroll se ha convertido en uno de los éxitos más sólidos de la taquilla mundial y que llega retrasado por el terremoto a Chile. Aquí, Tim Burton admite que las complejidades de “Alicia en el país de las maravillas”, que integra animación con actores de carne y hueso y todo tipo de efectos especiales, convirtió el rodaje en uno de los más complicados de su carrera.
Por Gabriel Lerman / La Vanguardia
-¿En qué se inspiró para recrear este mundo?
-Usé muchísimas fuentes. Aunque no usamos los dibujos de la primera edición de “Alicia en el país de las maravillas” (obra de John Tenniel), hay algo en ellos que coincide completamente con lo que se cuenta en la historia. Nos inspiraron mucho, y también, los diálogos de Lewis Carroll, como el poema de Jabberocky, donde todo es ligeramente absurdo y abstracto, pero extrañamente bello y muy poético.
-¿Vio muchas versiones de Alicia antes de crear la suya?
-A ver, vi montones de versiones. Lo interesante es que fueron muy pocas las versiones cinematográficas de Alicia que tuvieron éxito, salvo la de Disney, que fue muy popular. Si fracasaron fue porque trataron de hacer una adaptación literal de los textos de Carroll, y los libros de Alicia son maravillosos, pero son libros. Las historias son muy absurdas y no tienen una estructura lineal.
-¿Por qué cree que esta historia no pasa de moda?
-Porque está muy presente en nuestra cultura popular. Estos personajes están ahí, en nuestro subconsciente, sin que sepamos cómo llegaron. Como en nuestro filme, que uno se pregunta: “¿He estado realmente allí? ¿Conozco a esa gente?”. Y te respondes: “Creo que sí, que los conozco, pero ¿cómo los conozco?”. Hay algo en este material que se conecta con cierto estado onírico, y parece que es algo que has visto en un sueño. Si Lewis Carroll hubiese escrito estos libros en la actualidad serían tan impactantes como lo fueron entonces. Provocaría la misma sensación de inestabilidad que produjo en su momento. Son personajes que funcionan como símbolos de algo muy profundo.
-Se dice que Carroll era adicto a las drogas.
-No puedo responder por él…
-¿Pero tuvo que ponerse en cierto estado mental para recrear este mundo?
-Es que yo siempre estoy en cierto estado mental muy particular, esté trabajando en el cine o no, lo cual puede ser muy bueno y puede ser muy malo. Lo cierto es que esta historia y muchos otros buenos ejemplos de literatura infantil funcionan muy bien capturando ciertos elementos muy extraños de la vida cotidiana que parecen muy fantásticos, pero que están profundamente conectados con la realidad.

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