Wednesday, May 26, 2010

Ojos rojos





Entre los momentos hilarantes de la cinta brilla aquel en que Riquelme transmite el partido con Colombia.

Ascanio Cavallo
Este es un documental en serio. Los seis años de registros que envuelve no son un mérito en sí mismo, sino un indicio de la fortaleza del proyecto. Los documentalistas en serio saben que pueden conocer cómo empiezan una película, pero nunca cómo la van a terminar, y que lo más fascinante de su oficio es precisamente esta exposición a la realidad, o, si se prefiere, el sometimiento de las hipótesis a la veleidad de los hechos.

De haberse quedado con las eliminatorias para el Mundial de Fútbol de Alemania 2006, Ojos rojos sería la historia de una depresión, el agónico fracaso de la Selección dirigida en los últimos meses de 2005 por Nelson Acosta. Pero los cineastas tuvieron el tesón y la suerte para entrar en el siguiente proceso, entre el 2007 y el 2010, donde el equipo chileno obtuvo su primera clasificación en 12 años y se convirtió en una de las curiosidades del fútbol sudamericano, bajo la conducción de Marcelo Bielsa. Gracias a eso, el documental pasó a ser una historia de caída y ascenso, de derrota y exaltación.

Bielsa es una pieza clave de esa historia. Que su inteligencia parezca superior a la de los jugadores, los fanáticos y los periodistas es algo que no depende del capital cultural ni del coeficiente intelectual, sino de una visión madura, equilibrada y paciente de la vida. En Bielsa no hay genio, sino algo mucho mejor: discernimiento.

El centro de esa conciencia activa está en los primeros segundos de la película, en una frase en off: "Los seres humanos ganan de vez en cuando, muy de vez en cuando". Los primeros 10 minutos dan cuenta de la dificultad de conseguir el triunfo. Los siguientes 10 regresan a las sombrías derrotas del 2005, con un director técnico que derrocha entusiasmo y empatía, pero no visión.

Sólo entonces se inicia la marcha hacia Sudáfrica. La atraviesa una épica raramente doméstica, la épica de unos jóvenes que, siendo poco más que niños, construyen su gloria de nación y de masas sin necesidad de derramar sangre. La contraparte son los hinchas y los admiradores, que Ojos rojos sintetiza en Sergio Riquelme, periodista y locutor aficionado de la Radio del Lago, de Futrono, que emprende esfuerzos hercúleos para seguir a la Selección. Entre los momentos hilarantes de la cinta brilla, como una gema de la contra-épica, aquel en que Riquelme transmite el partido con Colombia frente a un televisor miserablemente borroneado por las interferencias.

Es fácil imaginar la pesadilla de la sala de montaje: millares de imágenes y la obligación de articularlas con algún sentido. Se puede reprochar a Ojos rojos la ausencia de un retrato más fino de los jugadores, el titubeo entre la épica de la cancha y la sociología del fútbol, la debilidad para traducir la oscilación masiva de la depresión al éxtasis, e incluso una cierta sobreestilización (irse por los bordes, tomar espacios vacíos, magnificar el foley), que a menudo es también su audacia más notoria.

Pero ninguno de esos reproches puede oscurecer el inmenso trabajo, el tesón y los riesgos tomados por uno de los más atrevidos documentales jamás emprendidos en Chile.

Ojos rojos
Dirección: Juan Ignacio Sabatini, Juan Pablo Sallato e Ismael Larraín. 83 minutos.

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