Sunday, June 07, 2009

Pasar a través de las gotas

FRANCISCO MOUAT

Estimado Claudio Ronban. Nos conocimos hace apenas unos días, pero no quiero dejar de compartir contigo lo que leí el último domingo. El suplemento Artes y Letras publicó un magnífico ensayo de Enrique Vila-Matas sobre el artista Marcel Duchamp, que creo te gustaría leer. Digo magnífico por la capacidad del español para interpretar y poner en movimiento el pensamiento y la obra de Duchamp en unas pocas líneas. Según cuenta Vila-Matas, su primera conexión con Duchamp fue la temprana lectura de un libro de conversaciones con Pierre Cabanne, que arranca con una confesión de Duchamp que también estoy seguro sabrás apreciar: "Espero que haya un día en que se pueda vivir sin tener la obligación de trabajar. Gracias a mi suerte he podido pasar a través de las gotas. En un cierto momento comprendí que no debía cargarse a la vida con demasiado peso, con demasiadas cosas por hacer". En ese mismo libro, Marcel Duchamp, uno de los artistas más significativos del siglo veinte, decía a los sesenta y nueve años de edad que había tenido una vida absolutamente maravillosa, que había leído lo que se escribía sobre él pero ya lo había olvidado, que en arte era un agnóstico, y que siempre se había forzado a la contradicción para evitar conformarse con su propio gusto.

Cito a Duchamp y me declaro admirador suyo, del mismo modo como admiro y te agradezco el gesto que tuviste el otro día, que en un sentido me pareció también una acción de arte. Me escribiste para decirme que fuera a tu departamento junto a mi hija Antonia, que estudia literatura, porque querías regalarnos una parte de tu biblioteca, la que te acompañó por años y ahora estimabas debía caer en nuevas manos para renovar su lectura. Tú te levantas todos los días a las seis de la mañana a leer y estudiar filosofía. Cuatro horas sin prisa y sin pausa. Tu método es sagrado y lo ejecutas con placer. Duermes siesta todas las tardes, estás emparejado con una mujer que escribe poesía y a la que quieres entrañablemente, dejaste hace mucho de trabajar como ingeniero químico, vives con lo mínimo, con lo justo, puedes pasar a través de las gotas, como Duchamp. Te desprendes de parte de tu biblioteca para aligerar el peso de tu equipaje, le regalas libros a una muchacha joven que está aprendiendo a leer y a volar. No te aferras al objeto libro. Prefieres haber sido simplemente su lector.

Antonia, te diste cuenta, llegó a tu departamento sin saber por qué te estábamos visitando. No podía creer el regalo que le estabas haciendo: ciento cinco libros de primer nivel, cuyos títulos podrían estar en cualquier biblioteca de una facultad de humanidades y letras. No sabía ella cómo agradecértelo, qué decir, qué hacer. Tú la abrazaste y le dijiste: tu amistad sería más que suficiente.

Tu gesto, quiero creerlo, es inolvidable; se trata de un momento estelar que nos acompañará, a Antonia y a mí, cada vez que abramos uno de esos libros que nos llevamos en dos inmensos y pesados bolsos.

Le pedí prestado algunos de estos libros a Antonia. Uno de conversaciones con Adolfo Bioy Casares, El ABC de la lectura de Ezra Pound y El arte de la novela y otros ensayos de Henry James, entre otros. Nos juntaremos pronto a comer, los seis. Tú y tu mujer. Yo y la mía. Antonia y su novio. Da lo mismo qué pongamos sobre la mesa. En la cabecera de esa noche veré el modo de colocar la frase de Duchamp que cité al comienzo de esta carta, junto a unos versos de Louis Aragon que nos recitó el otro día una amiga a la que te gustará conocer, Maggy, unos versos que me acaba de enviar por correo. El poema, llamado "No existe amor feliz", empieza así, y aquí aprovecho yo de despedirme: "En el hombre nada es para siempre, ni su fuerza/ ni su fragilidad, ni su corazón. Y cuando cree/ abrir sus brazos, su sombra es la de una cruz/ y cuando cree estrechar su felicidad, la destroza. /Su vida es un extraño y doloroso divorcio./ No existe amor feliz/ su vida se parece a esos soldados sin armas/ que fueron preparados para otro destino./ ¿De qué les sirve tanto madrugar/ si en la noche andan desamparados, inciertos?/ Diga esas palabras, vida mía, y retenga sus lágrimas".

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