Sunday, June 07, 2009

Aldo Schiappacasse
Lunes 25 de Mayo de 2009
Benedetti y el fútbol de tragedia

Mario Benedetti fue en sus inicios periodista de fútbol. "Allá por los años 40 -recordaba- me mandaban a ver los partidos de Nacional o Peñarol, pero cuando regresaba a la redacción no me salía un comentario, sino una crónica humorística".
Paradoja literaria, el uruguayo nacido en Paso de los Toros se inmortalizó en la literatura futbolera con dos cuentos de raíz trágica, verdaderos manuales de perdedores. En "Puntero izquierdo", con el sufrimiento de un jugador que acepta una coima para no anotar en el partido final, pero que, ante la inminencia de la gloria y en el goce de su propia jugada, no puede evitar marcar el gol, lo que provoca que el recuerdo de la historia provenga desde la cama de hospital hasta donde fue a parar después de la golpiza propinada por los que se consideraron estafados.
En "El césped", un arquero, avergonzado por un gol recibido por su mejor amigo, se suicida, aunque esa no es la única tragedia. El autor del gol, visitado en sueños por viejas glorias del fútbol, recibirá un consejo lapidario: "No tienes ninguna culpa de lo que ha pasado, pero no tires más al arco. Siempre te acordarás de Martín y así no es posible meter goles".
Un poco de su propia historia, porque cuando joven jugaba al arco, aunque era muy malo. Tenía asma, le costaba correr, no era hábil con el balón y la única forma que tenía para compartir el juego era ocupar una posición que odiaba por la soledad del calvario. "Cuando un delantero hace un gol lo festeja con todos sus compañeros, menos el portero. Pero cuando este sufre un gol, debe consolarse a sí mismo. ¿Cuál es la gracia, dígame, de un hombre que no festeja con el resto y que lleva su dolor en solitario?"
Por eso uno de sus personajes favoritos era Moacyr Barbosa, el arquero brasileño del Maracanazo, que vivió una vida de repudio y sufrimiento tras la final perdida ante los charrúas en 1950. Alguna vez me confesó que uno de sus cuentos favoritos era el del periodista brasileño Rosso Cauaca, quien inmortalizó el drama del infeliz portero en su relato "Donde pisa un arquero jamás vuelve a crecer el pasto".
Pese al fatalismo de sus textos, Mario Orlando Brenno Hamlet Hardy Benedetti Farrugia siempre fue un fanático del fútbol y de Nacional, siempre perseguido por su propia desgracia, como relataría a la revista "El Gráfico" en una entrevista: "Recuerdo que en una oportunidad fuimos con mi padre a ver el clásico Peñarol-Nacional. Siempre nos íbamos quince minutos antes de que finalizaran los partidos para evitar el tumulto del final, pero esa vez el encuentro estaba muy reñido y decidimos quedarnos hasta el último minuto. Debimos salir en medio de una gran avalancha. Yo me caí y la gente rodaba por encima de mí, apretándome e impidiéndome respirar. ¡Y eso que se trataba de mi propia hinchada, la de Nacional!".
Odiaba la violencia de las barras -inventada por los hooligans- y a los mercaderes del fútbol. Admiró, entre otros muchos, a Elías Figueroa e Ignacio Prieto, que vivieron grandes momentos en Peñarol y Nacional y solía referir que un partido bien jugado era una "sinfonía pasional".
Benedetti murió pensando que Uruguay seguía siendo una gran oficina, la mayor del continente, y que sus historias mínimas debían ser contadas con la dignidad y melancolía que merecían. Un minuto de silencio debió haberse guardado en cada rincón del aparato público hispano, pero los tiempos no están para gestos póstumos.
En lo que respecta a nosotros, sin Soriano, sin Fontanarrosa y sin Benedetti, el fútbol de fábula ya comenzó a decir adiós.
"Cuando un delantero hace un gol lo festeja con todos sus compañeros, menos el portero. Pero cuando este sufre un gol, debe consolarse a sí mismo. ¿Cuál es la gracia, dígame, de un hombre que no festeja con el resto y que lleva su dolor en solitario?"
Jugadas seleccionadas
"Dos o tres veces me la dejé quitar pero ¿sabés? me daba un calor bárbaro porque el jalva que me marcaba era más malo que tomar agua sudando y los otros iban a pensar que yo había disminuido mi estándar de juego. Allí el entrenador me ordenó que jugara atrasado para ayudar a la defensa y yo pensé que eso me venía al trome porque jugando atrás ya no era el hombre-gol y no se notaría tanto si tiraba como la mona. Así y todo me mandé dos voleos que pasaron arañando el palo y estaba quedando bien con todos. Pero cuando me corrí y se la pasé al Ñato Silveira para que entrara él y ese tarado me la pasó de nuevo, a mí que estaba solo, no tuve más remedio que pegar en la tierra porque si no iba a ser muy bravo no meter el gol. Entonces, mientras yo hacía que me arreglaba los zapatos, el entrenador me gritó a lo Tittaruffo: '¿Qué tenés en la cabeza? ¿Moco?'. Eso, te juro, me tocó aquí dentro, porque yo no tengo moco y si no preguntale a don Amílcar, él siempre dijo que soy un puntero inteligente porque juego con la cabeza levantada. Entonces ya no vi más, se me subió la calabresa y le quise demostrar al coso ése que cuando quiero sé mover la guinda y me saqué de encima a cuatro o cinco y cuando estuve solo frente al golero le mandé un zapatillazo que te lo vogliodire y el tipo quedó haciendo sapitos pero exclusivamente a cuatro patas". (De "Puntero izquierdo", 1954).
"Nunca se lo he confesado a nadie, dijo Benja pocos días más tarde mientras desayunaban en la cocina, pero a vos quiero contártelo. Tengo sueños, ¿sabes? Todos tenemos, dijo Ale. Sí, pero los míos son sueños de fútbol. Qué romántico, dijo ella riendo. No te burles, contigo no necesito soñar porque sueño despierto. Sueño que estoy en la cancha, pero no con mis compañeros de hoy. Estoy con Nazassi, Obdulio, Atilio García, Piendibeni, Gambetta, el Vasco Cea, Schiaffino, Petrone, Lis Ernesto Castro, Abbadie y gente así, de distintas épocas, todo entreverado". (De "El césped", 1989).

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