Sunday, June 07, 2009

Montevideanos

FRANCISCO MOUAT

Me preguntan en la revista si puedo escribir algo sobre Mario Benedetti, ahora que ha muerto. Yo respondo que sí, pero que no lo leí con particular atención, ni siquiera cuando el uruguayo era Gardel en el mundo universitario en el que solíamos movernos. Nunca leí, por ejemplo, Gracias por el fuego, uno de sus libros más renombrados.

Algunas cosas suyas han sido reconocidas en el tiempo y figuran en antologías, como su magnífico cuento "Puntero izquierdo", que narra un soborno fallido a un futbolista que es la estrella de un equipo pobre con aspiraciones de ascender. Andrés Wood adaptó este cuento en una de las historias de fútbol que llevó al cine. También se hizo película en Argentina su novela romántica La tregua, y su novela Primavera con una esquina rota, si no me falla la memoria, la llevó al teatro el Ictus en Chile en tiempos de dictadura, cuando el motivo del exilio era un asunto candente.

Era difícil no advertir, eso sí, en su literatura, sobre todo la de los sesenta, setenta y ochenta, cierto tufillo militante, que de no mediar las urgencias del combate a los militares se hacía tedioso. En el último tiempo intenté leer algunos ensayos suyos, pero me aburría terminarlos. De su lectura me quedó sobre todo el espíritu irónico con que miraba a la burocracia oficinesca de los años cincuenta, y el buen manejo del lenguaje con que escribió la mayoría de sus cuentos Montevideanos. Su poesía, en cambio, que es la que lo hizo tan popular en todo el mundo hispano, y en donde le escribió a la gente común y corriente que encontraba en sus textos exactamente los versos que recitarle a su pareja en la lucha, nunca me cautivó. Es probable, en todo caso, que haya una edad más propicia para leerlo, y que esa edad sea la de mayor inocencia.

A medida que he ido envejeciendo, a Benedetti lo voy olvidando y reemplazando por otras lecturas, entre ellos montevideanos como Felisberto Hernández, Mario Levrero, Juan Carlos Onetti y su amante de tantos años, Idea Vilariño, poeta también recientemente fallecida. De la Vilariño es este poema, Epitafio: "No abusar de palabras/ no prestarle/ demasiada atención./ Fue simplemente que/ la cosa se acabó./ ¿Yo me acabé?/ Una fuerza/ una pasión honesta y unas ganas/ unas vulgares ganas/ de seguir./ Fue simplemente eso".

A diferencia de Benedetti, Idea Vilariño entendía a la poesía como el acto más privado de su vida, realizado siempre "en el colmo de la soledad y el ensimismamiento, realizado para nadie, para nada". Su literatura no es de utilidad pública y se conecta más con estos otros escritores uruguayos que murieron en silencio si se los compara con la sonoridad que acompañó el velatorio y posterior entierro de Mario Benedetti.

Es frecuente que el ruido con que se despiden los restos de un hombre recién fallecido no tenga correspondencia con lo que él realmente haya dejado entre nosotros. Probablemente ese momento mida sólo su popularidad, o bien su muerte opere como un desahogo, como una catarsis. Pocos escritores, en los tiempos que corren, son llorados por la gente de la calle, como sí ocurrió esta vez con Benedetti. Si ser llorado lo hará más y mejor leído, quién es uno para decirlo. Los que lo conocieron, entre los que no me cuento, aseguran que Benedetti era un sujeto habitualmente amable, afable y sencillo, nada divo. No es que le gustara haber terminado siendo famoso y reconocido. Simplemente le sucedió, porque sus libros y versos se multiplicaron en forma de canciones, películas, afiches y obras de teatro.

Buscaré en Montevideo un ejemplar de su libro Montevideanos, antes de que cueste una fortuna. Ojalá no sea tarde. Pero al volver a Chile seguiré leyendo y releyendo otros libros de uruguayos que me acompañan sin exigir más compromiso que una lectura atenta. Hablo de Los adioses de Juan Carlos Onetti, de La novela luminosa de Mario Levrero, de las obras completas de Felisberto Hernández, de los poemas de Idea Vilariño: "Inútil decir más/ Nombrar alcanza".

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