Wednesday, July 30, 2008

Gen Mishima

"Gen Mishima no es un obra de arte, pero tampoco es un bodrio. Es ambiciosa y parece estar dirigida sólo a nerds, geeks y frikis. Es una apuesta arriesgada en una TV poblada de series y programas hechos por gente que no creció viendo televisión, lo que se agradece. Los comentarios previos decían que era como "Héroes", pero no. No sé. Te llena de preguntas, pero te engancha. Está claramente dirigida a los nerds, pero es entretenida también".

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El Gen Mishima, the movie. O.K confusa, pero puta que es engrupida y ambiciosa, lo que se agradece. Con una buena idea detrás puede convertirse en un Watchmen. La serie como punto de partida a una realidad alternativa, unos Días del Futuro Presente. FRANCISCO ORTEGA


La guerra secreta de Santiago de Chile POR DANIEL VILLALOBOS

He visto dos episodios de Gen Mishima y debo decir que la cosa pinta buena. ¿Cuánta fe le tenía a la serie? En base a su publicidad, nada. Okey, una versión local de Héroes, pensé la primera vez que vi la sinopsis.

Pero Gen Mishima se parece más a viejos productos locales que a producciones gringas. Es más La Dama del Balcón que HBO. Quienes la han pelado alegando que la trama es confusa, que la narración es floja, que los diálogos son acartonados y que es un refrito sin mucho jugo aciertan y yerran al mismo tiempo. Lo importante en Gen Mishima, me parece, no es la historia ni la pretensión de darle pasado y contexto a sus personajes, sino los guiños que la serie le hace a su entorno.

Tenemos un héroe periodista -interpretado por el gran Cristián Carvajal, que hace un par de años brilló en la obra teatral Rey Planta-, pero no es el intrépido reportero curtido de FOX o Sony Channel. Fuma demasiado, se emborracha, es inepto, habla más de la cuenta, se mueve a ciegas. Un típico héroe chileno, más emparentado con los pobres diablos citadinos de José Donoso y Jorge Edwards que con los carilindos que denuncian conspiraciones armados sólo con su laptop y su Blackberry.

Y tenemos la ciudad. Poca suerte ha corrido Santiago a la hora de ser retratada en nuestro cine y aún menos en televisión (aunque hayan excepciones dignas de mención, como la cuasi-olvidada Brigada Escorpión) y es interesante verla por fin desplegada en algunas de las escenas de Gen Mishima, una serie donde casi todo lo importante pasa de noche y a puertas cerradas.

La idea del colegio de niños superdotados/proyecto secreto/abusos a menores evoca memorias que hasta ahora no habíamos visto cruzadas en la ficción nacional. Villa Baviera de la mano con Villa Los Aromos, ecos de La Dama del Balcón y sus proyectos genéticos cruzados con una versión mutante de De Cara al Mañana, junto con la recuperada figura del niño-genio, el niño-símbolo, ya sea la pequeñita lisiada de la Teletón o el inefable Emilio Antilef. Los niños que nos sonreían desde la pantalla ahora crecieron y están enojados y en el medio, miren por dónde, reaparece la figura del director-gurú de colegio especial, aquel cliché tan ochentero, tan ligado a esos años donde nos llenamos de fórmulas mágicas para alcanzar la meta saltándonos la fila.

Otro detalle: el afiche podrá sugerir a los metahumanos de Héroes, pero la conspiración anunciada en la serie huele a pura y destilada paranoia nacional. No necesitamos traer de vuelta a los Expedientes Secretos X o a Millennium para facturar sagas de complots y conjuras, sobre todo en un país que nació a la sombra de la Logia Lautarina, que conoce tragedias de la talla de Santa María de Iquique y el Seguro Obrero y que sigue sin ponerse de acuerdo sobre la historia nacional de los últimos treinta años.

Para complicar las cosas, ahora resulta que los policías de Investigaciones son los buenos. Pero no cualquier departamento de la institución, sino la brigada del Cibercrimen, los chicos nuevos no contaminados por la historia pasada y que de hecho son apenas algo más jóvenes que los muchachos que persiguen.

Me llama la atención Gen Mishima. Es curioso, también, porque a mí y a otros que la han visto nos pasa exactamente lo mismo: no nos interesa la historia. No nos seduce ni nos envuelve. Nos gustan los flecos, las alusiones a toda la chatarra que nos rodeó en nuestra niñez, desde los pergaminos de Og Mandino hasta los libros “testimoniales” de Yosip Ibraim y sus paseos a Ganímedes. Más curioso aún: la serie habla del presente y de un supuesto futuro, pero lo que la hace valiosa es su astuta conexión con el pasado nacional.

Ahora veamos qué hace con todo eso.

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