Thursday, December 17, 2009

Neorrealismo en colores Ilusiones ópticas
Por Jorge Morales
Si la película se lleva a un nivel minimalista aún el simple sonido de una tos puede ser bastante dramático. Si el personaje principal se resbala y cae en una alcantarilla, el espectador inmediatamente se interesa por lo que le va a pasar, aún cuando en otros filmes tiran a la gente desde aviones y estos sobreviven sin ni siquiera un rasguño. Siempre he tenido la secreta ambición de hacer películas en las que el espectador después de salir del cine se sienta un poco más feliz que cuando entró. Debía encontrar optimismo sin perder la noción de la realidad, hacer neorrealismo moderno en colores.
Esta cita pertenece a una entrevista a Aki Kaurismäki a propósito del estreno de Nubes Pasajeras en 1996, pero perfectamente podría definir a Ilusiones ópticas. El lacónico y absurdo humor de Kaurismäki, su puesta en escena fría y alocada, la expresividad contenida de los actores, la composición geométricamente depurada (y fija) de sus planos –que han sido su marca registrada-, Cristián Jiménez las hace suyas con total propiedad. No es que el director chileno imite a Kaurismäki, sino que habla con fluidez la misma jerga audiovisual. Y no digo lenguaje porque Jiménez toma las entonaciones, la cadencia y el ritmo cómico sutil del cineasta finlandés, pero con tanta convicción y seguridad, que dialoga con idioma propio. De hecho, la película –aún siendo una rareza-, es mucho más realista, contemporánea, burguesa (si cabe) y menos esquemática que el cine de Kaurismäki con sus cerradas fábulas morales con look anticuado sobre la clase obrera. La película de Jiménez es más locuaz, "suelta", y por cierto, también más dispersa.
Ilusiones ópticas cruza las historias de Juan (Iván Álvarez de Araya), un ciego que recupera parcialmente la vista y no se siente satisfecho con lo que ve; Rafael (Eduardo Paxeco), un joven cesante que consigue empleo como guardia de seguridad en un mall y se enamora de Rita (Valentina Vargas), una madura cleptómana ABC1; David (Gregory Cohen), un trabajólico y amargado funcionario de la clínica Vida Sur que se siente atraído por la secretaria Manuela (Paola Lattus), hermana de Rafael. En casi todos los casos, se trata de personajes que no están a gusto –o no saben exactamente- lo que son: Juan se siente tan ajeno al mundo de los no videntes como al de los que pueden ver; Manuela quiere agrandarse los senos porque no está conforme con su cuerpo ni se siente atractiva para los hombres; y David tiene origen judío pero no sintoniza con su religión, aunque su hijo encuentre refugio en ella. El único personaje en la película que se siente bien consigo mismo resulta ser el más inescrupuloso de todos: Gonzalo (Álvaro Rudolphy), el publicista que propone a Juan –operado de la vista en Vida Sur- ser "niño símbolo" de la campaña propagandística de la clínica. Sin embargo, no se trata de un desalmado (de hecho, empatiza sinceramente con Juan) sino más bien de un conformista, un tipo que se adapta feliz al sistema sobreviviendo sin remordimientos.
La primera escena –Juan mirando Valdivia desde el ventanal de un mall- explica por sí sola las tres variables en que se balancea la película. La inconformidad sobre uno mismo, que parte con la insatisfacción de Juan sobre cuál es ahora su lugar en el mundo; la mirada parcial, fragmentaria y aparente que tenemos de la realidad, filtrada por distintos "soportes": la ceguera, la ventanilla de un auto en movimiento, los binoculares, los monitores de las cámaras del mall (donde Rafael "ve" a Rita cometer robos), y el choque entre modernidad y provincia, posiblemente la mayor de las ilusiones ópticas, donde las señales de crecimiento o desarrollo de una ciudad se reflejan a través del consumo (con el mall como icono) o la importancia de la apariencia (con la cirugía como perverso instrumento moderno de mutación).
Toda una serie de paralelos, supuestos y contradicciones en que un funcionario como David trabaja incansablemente en un empleo que no lo hace feliz ni lo valora (del que se le "desplaza" en vez de despedirlo –una muestra de cómo el lenguaje también funciona como una ilusión óptica-), una mujer adinerada como Rita roba sin motivo ni necesidad o un ex ciego como Juan debe cerrar los ojos para ver mejor (como en la escena de la grabación del spot). Con ironía, en Ilusiones ópticas la forma de superar la amargura de vivir es aceptando lo que se es, aunque sea en un acto de desesperación (David se circuncida más como un gesto urgente de consuelo que de fe) o de amor: para ver, hay que querer ver también, como en la tierna escena final.
Si bien la película tiene una potente carga visual, con una seca fotografía de Inti Briones –de colores precisos pero opacados- y una particular dedicación a trabajar la profundidad de campo a lo Jacques Tati, ocupando hasta los límites del encuadre como el mismo Jiménez ha reconocido, es interesante como esos elementos no están disociados y se integran conceptualmente a las escenas. Ver, por ejemplo, en un segundo o tercer plano a algunos funcionarios de Vida Sur con sus caras vendadas –por haber aceptado la cirugía estética que les "obsequiaron" (que en realidad es sólo un descuento, otra ilusión óptica verbal)-, aparte de llenar de gozosos chispazos de humor, es ilustrativo en términos narrativos sobre lo que no hemos visto. En ese sentido, el montaje de la película es sólido, manejando varias líneas argumentales y sus elipsis sin que se pierda la hebra de ninguna ni haya desequilibrios ni lagunas lo que siempre es complejo en una cinta coral.
Por construcción y porfía a un estilo, Ilusiones ópticas está dentro de las películas chilenas más aplicadas de los últimos años. El mayor riesgo, por tanto, estaba en que esa aplicación terminara quitándole oxígeno, que su precisa factura condicionara la historia, que la caligrafía fuera más importante que el contenido, o que ese preciosismo fuera tan premeditado que no pudiese ocultar "la mano del hombre", como de hecho ocurre cuando Juan está acostado con su esposa albina (Rosa Calderón) y el elaborado diseño del plano (donde cada mechón de cabello de la mujer está dispuesto organizadamente sobre la almohada) se "come" al plano.
Sin embargo, Jiménez tuvo varias virtudes complementarias más que impidieron que esa plástica pudiese pecar de snob: un magnífico casting, una estupenda dirección de actores (basta comparar la notable y silenciosa actuación de Valentina Vargas en Ilusiones ópticas con su participación en All inclusive, o a un Gregory Cohen a sus anchas, un actor cuya presencia y talento ha sido subexplotada) y el sur. Esa brisa austral que respira toda la película, que tiñe de gris la fotografía, que templa los diálogos y por consecuencia el humor, más cerca de las sonrisas que de las carcajadas, y ralentiza toda esa urbanidad hipócrita y deshumanizante de las grandes metrópolis.


Palabras para Amalia

FRANCISCO MOUAT
Cómo decirte, Amalia, una palabra de aliento cuando la necesites; cómo tenderte un vaso de agua cuando tengas sed, y abrazarte cuando te sientas sola. Cómo ayudarte a ir nombrando el mundo palabra a palabra. Cómo hago, querida mía, yo, que apenas vengo conociéndote, para ser parte de tu vida ahora que tu madre me elige tu padrino.
Es bueno que lo sepas de inmediato, de mi boca, cuando aún no cumples ni un año de vida: difícilmente podré mostrarte el camino de la fe, al menos como la entienden las iglesias, sino más bien uno lleno de dudas, grietas y preguntas que, sin embargo, fortalecen la aventura de estar vivos. A tu mamá no le importa que no te llene de cruces ni santitos. Se lo agradezco. Ella me ha encomendado una tarea enorme y difícil, pero tal vez la más noble a la que me hayan convocado después de ser padre: acompañar tu vida, poner una mano sobre tu cabeza y quererte, quererte mucho, quererte tanto que sea una fiesta contestarte cuando me llames, sacarte a pasear a una plaza en días de sol, curarte las heridas, llevarte al viento en bicicleta y leerte un día un cuento que te haga dormir en mis brazos.
Te confieso que he sido un padrino ausente, de un ahijado bueno como el pan que merece mucho más y al que conozco poco, mucho menos de lo que quisiera y debiera, tal vez por no entender desde el comienzo qué significaba serlo. No quiero que esto me vuelva a pasar. Pero no puedo estar seguro. Me gustaría siempre poder contenerte, especialmente en aquellos días en que nada brille a tu alrededor.
Prométeme, Amalia, que sabrás hacerme reír, de la misma manera como ahora yo lo hago contigo, maravillosa criatura recién nacida. Te esperan días y noches impredecibles, ojalá colores vivos en tu mirada y buena gente en el camino. Hay unos versos de Rilke que me gustaría heredarte en el tiempo: "¿Quién te dice que todo desaparece?/ Del pájaro que hieres,/ ¿quién sabe si no queda el vuelo?/ Y tal vez las flores de las caricias/ nos sobrevivan y también a su tierra".
No haré ningún esfuerzo especial por imponerte gustos y aficiones, pero difícilmente podrás impedir que en tu dormitorio haya una estantería con libros, y algún muro con fotografías desplegadas en blanco y negro. Un día las apreciarás, un día aprenderás a leer, un día querrás, estoy seguro, que te lleve de viaje al mar o a la montaña, a ver las aguas correntosas de un río, y sentarnos sobre piedras y escuchar el incomparable sonido de la naturaleza salvaje.
No necesitamos dinero, Amalia, para emprender el viaje, del mismo modo como recordarnos será una manera de estar el uno en el otro. Quiero que en nuestras vidas los sentidos hagan su trabajo: que así como un día recuperé el aroma de las salas de cine de mi infancia, a donde iba acompañado de mi madrina, tú también puedas olfatear mi piel en la distancia. Quiero que a tu piel no le falte emoción. No te ofrezco bienes, porque no los tengo. Prefiero obsequiarte palabras, fotografías, gestos y escenas que atesores en esa memoria privilegiada que hoy recién comienza a ocuparse.
Ojalá no pierdas la capacidad de asombrarte, Amalia; ojalá descubras por ti misma nuevos placeres mundanos, ejercites la curiosidad y cultives la amistad. Mientras tenga energía y salud, formarás parte de mi paisaje vital, y habrá un día en que veremos juntos algún amanecer. ¿Me dejarás despertarte esa madrugada con los primeros cantos de los pájaros, para entre sueños saludar el milagro de un nuevo día de vida?
En un pasaje de su Diario íntimo, Gabriela Mistral recuerda a su madre, "con su mínimo cuerpo, reidora y feliz", allegándole una jarra de agua cuando ella volvía de trotar en los cerros del valle de Elqui: "Es el gesto más límpido que guardo y que viene a mí sin ser llamado". Un día, Amalia, espero, encontrarás en el recuerdo, sin buscarlo, sin que lo llames, gratuito, un episodio de cariño y amor que nos reúna. Quiero que sepas que en ese momento, donde sea que me encuentre, compartiré contigo la felicidad de este gran regalo que me ha hecho tu madre: ser tu padrino, hoy, mañana, hasta el último de los días.
mouatfrancisco@gmail.com
Comente en http://blogs.elmercurio.com/revistasabado/



La felicidad trae suerte

La película nos recuerda que el último fin de la pedagogía es el aprendizaje del dolor: descubrir que el mundo es más duro que gentil.

Ascanio Cavallo
En el cine de Mike Leigh, la gente entra en la pantalla como si fuese pasando frente a una ventana. Son personas vivas, y su aspecto es una delicada síntesis de su identidad, pero en los primeros minutos no se sabe bien hacia dónde van, qué buscan, cuál es la profundidad de su relación con el mundo. Poppy (Sally Hawkins), por ejemplo, emerge en la secuencia de créditos pedaleando alegremente en bicicleta, feliz consigo misma y con el mundo, saludando, sonriendo y haciendo muecas.
Poco a poco nos vamos enterando de que tiene 30 años, comparte un piso con su amiga Zoe (Alexis Segerman) y vive haciendo bromas, algo que no cae bien a todo el mundo y que es una excentricidad dentro del barrio de clase trabajadora de Camden, en el norte de Londres.
Luego sabemos que es profesora primaria: y aquí descubrimos que no es excéntrica, sino una maestra dedicada, que atiende con detalle a su pequeña tribu multicultural. Desde ese punto y en forma sorpresiva, La felicidad trae suerte, se despliega como una película sobre la pedagogía, aunque en un sentido más amplio del que tiene, por ejemplo, en Entre los muros.
Es, claro, la pedagogía afectiva de Poppy. Pero es también la pedagogía fascista del instructor de conductores Scott (Eddie Marsan), la pedagogía dramática de la profesora de flamenco (Karina Fernández), la pedagogía social del asistente Tim (Samuel Roukin), un repertorio de modelos que nos recuerdan que, despejada la hojarasca, el último fin de la pedagogía es -para usar un bello título de Carlo Emilio Gadda- el aprendizaje del dolor, o el descubrimiento de que el mundo es más áspero que suave, más duro que gentil.
En la secuencia más hermosa, nocturna y enigmática de la película, Poppy se acerca a un vagabundo que repite un estribillo y unas sílabas sueltas, un hombre que podría ser peligroso, pero que también es el reflejo de una soledad sin fondo, una conciencia estragada por el desafecto, la locura y quizás el Alzheimer. Poppy no sabe cómo ser buena con este despojo humano, pero los encuadres de Mike Leigh sugieren que él sí la entiende a ella.
Este momento epifánico está en el centro del relato, e identifica sintéticamente la pedagogía de Poppy con el deseo de hacer el bien, que a su turno explica su alegría continua, sus bromas y su optimismo. La ingenuidad de Poppy emerge entonces como una estrategia lúcida y profunda para reponer a su alrededor la idea casi olvidada de felicidad.
La felicidad trae suerte confirma qué gran cineasta es Mike Leigh, sentimental, realista, fiel a la clase trabajadora. Sus mejores películas (Secretos y mentiras, Vera Drake, A todo o nada) tratan sobre gente que intenta hacer el bien en un mundo donde ese propósito carece de prestigio intelectual y político. Y es por eso mismo, como un desafío al nihilismo, como un acto de resistencia contra el abandono, que la cámara alerta de Leigh las captura, igual que a Poppy, mientras van pasando frente a la ventana.
Happy-go-lucky





Y las mejores de la década son… Cristián Ramírez

A sabiendas que cualquier lista de “lo mejor” parte derrotada por su propia ambición, la tentación por compilar los momentos más destacados del último decenio era demasiado grande como para pasarla por alto. Tanto por la calidad del material y todas las transformaciones del período como por nuestro propio cambio como espectadores. Porque vaya que hemos cambiado.
He pasado estos últimos días haciendo algo que había abandonado hace años. Listas. Listas. Listas. Se supone que son el placer del cinéfilo, pero también pueden ser una tortura. Por lo que uno incluye, por lo que deja fuera o lo que se olvida. Imposible dar en el gusto a todos si uno no puede ponerse de acuerdo ni consigo mismo; pero aún así, vale la pena mirar hacia atrás, aunque sea sólo para comprobar cuánto de lo que se vio y se admiró todavía goza de buena salud.
¿Hay 100 películas que se puedan rescatar de esta primera década del siglo? Las hay. Y tal vez haya lugar para doscientas. Mal que mal, la porción que se estrena en las salas o de lo que se compra/arrienda, ya es sólo otra parte más del total: hoy, más que nunca en la historia las películas parecen estar por todas partes, listas para que las veamos. Si el problema antes era rastrearlas y conseguirlas antes que salieran de los cines o de los festivales que las exhibían, el desafío ahora es disponer del tiempo suficiente para mirar lo que se pueda. En salas, en la tele, en computador, en mp4… En apenas diez años la forma en que nos relacionamos con el cine cambió profundamente y apenas nos dimos cuenta, porque -con toda seguridad- estábamos cambiando junto a él. ¿Cuánto? Es cosa de ver:
- El envase. ¿Se acuerdan de su colección de VHS? ¿En qué parte de la casa la tienen botada? ¿Cuándo fue la última vez que vieron uno? No deja de ser extraño haber partido la década haciendo espacio en la casa para los videocasetes y terminarla ordenando nuestras películas en un disco duro externo.
- Un blockbuster no es una película. Es decir se parecen, pero no son iguales. La manera en que hoy se coordina el lanzamiento de megaestrenos como Luna nueva está más cerca del lanzamiento de un software o un videojuego, que de un artefacto narrativo. Los problemas que enfrenta hoy James Cameron -que en estos momentos trabaja contrarreloj terminando Avatar- son tanto gerenciales como ingenieriles. ¿Qué fue del artista que desafió a medio mundo filmando Titanic? Bueno, murió con la década pasada. El Cameron de hoy es una mezcla entre CEO, científico y director de cine, una bestia de tres cabezas que hasta a él mismo le cuesta coordinar.

- El señor Documental. Da lo mismo si le creen a esta lista o a cualquier otra: cualquier revisión de la década tiene sí o sí que dar cuenta del advenimiento del documental -más bien, del registro de no ficción- como el nuevo formato rey en un mundo donde las cámaras se asoman por todas partes. Filmes documentales como Los recolectores y la recoletora, En construcción, El cielo gira, Los Angeles plays itself, Of time and the city o Aquí se construye, aportaron un nivel de comprensión de nuestro entorno y la forma en que vamos asimilando los cambios de la modernidad con una intensidad que sólo se había alcanzado antes a través de la literatura y las ciencias sociales. Y mejor aún: sin perder en ningún momento la capacidad de identificar, entretener y emocionar. ¿El futuro? Como dicen los expertos en realities: “nuestro consumo de hechos reales y vidas privadas está siempre en aumento”. Y seguirá subiendo.
- Chile, tardío despertar. Por más que los críticos del financiamiento estatal y de las pequeñeces de nuestra industria sigan teniendo material para quejarse, las cuentas son positivas: es impresionante ver cómo la calidad de nuestra producción ha ido aumentando a medida que nos acercamos al bicentenario (ver recuadro). El grave problema es que con la misma velocidad ha ido disminuyendo la recaudación de las películas chilenas. ¿Acaso estamos haciendo un cine para élites? Vale la pena preguntárselo, porque todo indica que en la próxima década nuestras cintas ganarán más y más premios internacionales. Los años que vienen serán claves.

- Lo bueno. La aparición en escena de Corea del Sur, cuna del mejor cine narrativo de estos días. El regreso del “mejor” Eastwood. La película reducida a archivo de 700MB. Lynch transmutado en pintor de imágenes. La apertura a nuevos cines, vía el DVD. El adiós de Bergman. La revitalización del cine italiano.

- Lo malo. El lento eclipse del cine taiwanés (la gran sorpresa de los 90). La inevitable guerra de los formatos digitales. El bajón mexicano (tras un gran comienzo). Disney marca el paso (hasta que es rescatada por Pixar). El 3-D usado para cualquier cosa. La lentitud de nuestra cartelera (como verán, los mejores filmes de estrenados en Chile el 2009 son, en realidad, de 2008).
- ¿Jubilados? Lo siento, pero les advierto que en esta lista no figuran Scorsese, Coppola, Allen, Kusturica, Burton ni Almodóvar. En lo que a la década respecta podrían haberse acogido a retiro y no se habría sentido la diferencia. Scorsese está transformado en gran agente de relaciones públicas para su obra. Kusturica usó estos años para vivir sus sueños de músico de rock, Tim Burton administra con criterio de curador de arte el legado que gestó en los 90 -exhibición en el MoMa incluida-, Woody se fue de tour por Europa y Coppola se reinventó como un humilde aprendiz del cine digital (ojo, que algo bueno podría salir de ahí). Lo más doloroso corre por cuenta de Almodóvar, cuyos momentos más brillantes están contenidos, mejor dicho arrinconados, en películas donde ya no tiene puesto ni la cabeza ni el corazón sino sólo su marca registrada (como si en vez de director cine, se hubiera convertido en perfumero). Es duro admitirlo, pero de ellos seguimos esperando con magullada fe obras de madurez que no llegan. Apúrense, por favor.

- Las películas pasarán de moda. Del cúmulo de impresiones que arroja la década, tal vez ésta sea la más extraña e inquietante de todas. Los formatos y la tecnología han cambiado hasta volverse irreconocibles, pero en el intertanto la industria ha seguido empeñada en producir películas de la misma manera (y mayor costo) en circunstancias que muchos ya poseen los medios para contar historias -y muchas otras cosas- desde sus propias casas. No es una idea nueva: a principios de los años ochenta, Francis Coppola soñaba despierto con la posibilidad de hacer cine como quien hacía un libro, en soledad, con mínimos recursos. Y ese sueño hace rato es realidad: en 2003, Wang Bing -un joven periodista chino- estrenó Al oeste de los rieles, un impresionante relato acerca de la muerte de una ciudad del circuito industrial de Shenyang, proceso que dejó en la miseria a miles de personas. Wang había ido con mochila y cámara de video casero a grabar un registro personal, pero emergió con un documento desgarrador.
De modo que sí, la fantasía de Coppola ya es posible, pero no estoy seguro que en el futuro -en la década que viene y más allá- esos artefactos visuales, esta suerte de “micro cine”, de “cine a lápiz”, siga el mismo camino que las películas, en especial las de gran formato. Estas seguirán existiendo, pero eventualmente tendrán que dejarle espacio a su primo hermano, que será tan vital y tan intenso como ellas.
Y ahora, las listas de rigor… (en los siguientes días iremos dedicando un artículo a cada lista, pero por ahora todas van juntas)
¿Qué películas escogerían ustedes para representar a la década? ¿Las que expresan continuidad, las que rompen con todo, las que desde ya forman parte del futuro? Un poco de todo eso -y también de ambición, coraje, grandilocuencia, curiosidad, buena y mala fe- hay en lo que sigue. Aunque se trata de una elección arbitraria y personal, cada uno de los títulos mencionados amerita búsqueda y revisión, independiente de que su propia memoria cinematográfica esté en desacuerdo con la mía. Al final esa es la idea: que hagan su propia lista, una que incluya todo lo que se le escapó a ésta (decenas de títulos) y que -por cierto- la mejore.
(Notas: Ninguna película está ordenada por jerarquía. Las del cuadro de honor van por año. El resto, por orden alfabético. 2009 está incompleto y subrepresentado porque nuestra escuálida cartelera no deja de conspirar en nuestra contra.)
El cuadro de honor
- Yi yi, Edward Yang (Taiwán, 2000). Mitad saga, mitad íntima reflexión, se trata de la palabra final en torno al espacio vital y la dinámica familiar del cambio de siglo. Si alguien quisiera examinarnos a partir de nuestros afectos debería partir por esta obra maestra absoluta.
- Los recolectores y la recolectora, Agnes Varda (Francia, 2000). Considerar que Varda es sólo una veterana de la Nueva Ola Francesa sería insultarla. Su documental sobre cómo el reciclaje está incorporado en lo profundo de nuestra especie más que una película es una lección de vida y modernidad.
- En construcción, José Luis Guerín (España, 2001). La demolición y reedificación de un barrio de Madrid, de pie a una reflexión sobre el incesante cambio a que está sujeto el viejo mundo. Aunque inexplicablemente perdió en el Festival de San Sebastián frente a nuestra Taxi para tres, su posteridad está más que asegurada.
- 10, Abbas Kiarostami (Irán, 2002). Diez secuencias. Sólo primeros planos. Cámara fija. Un cine reducido a su mínima expresión da cuenta del disminuido estatus de la mujer en la vida diaria del Islam (y de más allá). La culminación del perfecto y económico arte de uno de los directores más grandes de todos los tiempos.
- La niña santa, Lucrecia Martel (Argentina, 2004). El filme de tribu por excelencia: sea a nivel de grupo colegial, de amigas, de colegas, de pueblo provinciano o nación de tercer mundo, la mirada de Martel sobre lo que en apariencia es un simple drama adolescente, es implacable.
- Los amantes regulares, Philippe Garrel (Francia, 2005). ¿Cómo filmar mayo del 68 sin parecer un viejo gagá (a lo Bertolucci) y sin caer en las simplificaciones de la ficción? Al imaginarlo a la manera de los poetas malditos, Garrel se deshace de todo ridículo y rescata impagables dosis de verdad.
- Imperio, David Lynch (Estados Unidos, 2006). ¿Se trata en realidad de una película? A juzgar por su poder de combinatoria, por su tamaño y ambición, Inland empire más bien parece un enorme cuadro, una suerte de supremo collage que resiste con todas sus fuerzas estar colgado en un museo.
- Zodiac, David Fincher (Estados Unidos, 2007). La historia más vieja del libro -”descubrir al asesino”- se convierte en una meditación sobre las trampas de la memoria, el transcurso del tiempo y la derrota inevitable.
- Petróleo sangriento, Paul Thomas Anderson (Estados Unidos, 2007). El capitalismo como pulsión animal. La historia como máquina. El cine como liturgia. Scorsese habría matado por hacer un filme como éste, pero el joven Anderson le ganó en su propio territorio.
- Synecdoche NY, Charlie Kaufman (Estados Unidos, 2008). Parábola desesperada acerca de un artista que llega hasta las últimas consecuencias para escenificar su vida, su ciudad y su mundo, es también el punto de convergencia de las mejores y más claustrofóbicas tendencias del cine americano. Atención, que es uno de los próximos estrenos del Festival de Cine Wikén.
El resto:
2000
- El círculo (Jafar Panahi, Irán)
- Con ánimo de amar (Wong Kar-wai, Hong-Kong)
- No quarto da Vanda (Pedro Costa, Portugal)
- Platforma (Jia Zhang-Ke, China)
- Código desconocido (Michael Haneke, Francia)
2001
- Donnie Darko (Richard Kelly, USA)
- El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, México)
- El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, Japón)
- Gosford Park (Robert Altman, USA)
- Inteligencia artificial Steven Spielberg, USA)
- Kairo (Kiyoshi Kurosawa, Japón)
- La comunidad del anillo (Peter Jackson, USA)
- La habitación del hijo (Nanni Moretti, Italia)
- Mulholland Dr. (David Lynch, USA)
- Y tu mama también (Alfonso Cuarón, México)
2002
- Adaptation (Spike Jonze, USA)
- Blissfully yours (Apitchapong Weerasetakul, Tailandia)
- Bajo mi piel (Marina de Van, Francia)
- El arca rusa (Aleksandr Sokurov, Rusia)
- El hijo (Jean Pierre y Luc Dardenne, Bélgica)
- El pianista (Roman Polanski, USA-Francia)
- Identidad desconocida (Doug Liman, USA)
- Infernal affairs (A. Lau y A. Mak, Hong Kong)
- Turning gate (Hong Sang-soo, Corea del Sur)
- Uzak (Nuri Bilge Ceylan, Turquía)
2003
- Al oeste de los rieles (Wang Bing, China)
- All the real girls (David Gordon Green, USA)
- Bright leaves (Ross McElwee, USA)
- Café Lumiere (Hou Hsiao-hsien, Taiwán)
- Capturing the Friedmans (Andrew Jarecki, USA)
- Coffee and cigarettes (Jim Jarmusch, USA)
- Elephant, (Gus Van Sant, USA)
- Los Angeles plays itself (Thom Andersen, USA)
- Memories of murder (Bong Joon-ho, Corea del Sur)
- Old boy (Park Chan-wook, Corea del sur)
- Río místico (Clint Eastwood, USA)
- Saraband (Ingmar Berman, Suecia)
- Triple agente (Eric Rohmer, Francia)
2004
- Código 46 (Michael Winterbottom, Inglaterra)
- Collateral (Michael Mann, USA)
- El cielo gira (Mercedes Álvarez, España)
- Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Michel Gondry, USA)
- L’intrus (Claire Denis, Francia)
- Metallica: Some kind of monster (J. Berlinger y B. Sinofsky, USA)
- Nadie sabe (Hirokazu Kore-eda, Japón)
- Nuestra música (Jean-Luc Godard, Francia)
- Whisky (J.P. Rebella y J. Stoll, Uruguay)
2005
- Crossing the bridge (Fatih Akin, Alemania)
- El gran silencio (Philip Gröning, Alemania)
- El nuevo mundo (Terrence Malick, USA)
- La nube errante (Tsai Ming-liang, Taiwán)
- Lords of Dogtown (Catherine Hardwicke, USA)
- Los tres entierros de Melquíades Estrada (Tommy Lee Jones, USA)
- Waking life (Richard Linklater, USA)
2006
- El tiempo (Kim Ki-duk, Corea del Sur)
- La conquista del honor (Clint Eastwood, USA)
- La muerte del señor Lazarescu (Cristi Puiu, Rumania)
- Old joy (Kelly Reichardt, USA)
- The fog of war (Errol Morris, USA)
- Una historia de violencia (David Cronenberg, Canadá)
- When the levees broke (Spike Lee, USA)
2007
- Beowulf (Robert Zemeckis, USA)
- Death proof (Quentin Tarantino, USA)
- En la ciudad de Sylvia (José Luis Guerín, España)
- Hacia rutas salvajes (Sean Penn, USA)
- Las horas de verano (Olivier Assayas, Francia)
- Marie Antoinette (Sofia Coppola, USA)
- Michael Clayton (Tony Gilroy, USA)
- Ratatouille (Brad Bird, USA)
2008
- Che (Steven Soderbergh, USA)
- Encuentros en el fin del mundo (Werner Herzog, USA)
- Entre los muros (Laurent Cantet, Francia)
- Gomorra (Mateo Garrone, Italia)
- La felicidad trae suerte (Mike Leigh, Inglaterra)
- Of time and the city (Terence Davies, Inglaterra)
- Vals con Bashir (Ari Folman, Israel)
- WallE (Andrew Stanton, USA)
2009 (hasta ahora)
- A serious man (Joel y Ethan Coen, USA)
- The hurt locker (Kathryn Bigelow, USA)
- UP (P. Docter y B.Peterson, USA)
Chile
- Aquí se construye (Ignacio Agüero, 2000)
- Cofralandes, rapsodia chilena (Raúl Ruiz, 2002)
- Días de campo (Raúl Ruiz, 2004)
- El cielo, la tierra y la lluvia (J.L. Torres Leiva, 2008)
- La fiebre del loco (Andrés Wood, 2001)
- La nana (Sebastián Silva, 2009)
- La mamá de mi abuela le contó a mi abuela (Ignacio Agüero, 2005)
- Huacho (Alejandro Fernández, 2009)
- Tony Manero (Pablo Larraín, 2008)
- Turistas (Alicia Scherson, 2009)





Cristián Warnken
Jueves 26 de Noviembre de 2009
Sé tú quien eres


Me entero por azar de que alguien, usando mi nombre, “twittea” mensajes —supuestamente míos— en internet. Creo que hasta he opinado —en realidad lo ha hecho mi falso otro yo— sobre el conflicto con Perú, la baja del dólar y qué sé yo… El Twitter parece ser el paraíso de los opinólogos, y ahora lo es de los usurpadores de identidad. Hasta hace poco no sabía lo que era “twittear” y el verbo me ha parecido siempre una de esas siutiquerías en spanglish que abundan hoy entre los “hiperconectados”, los esclavos de Blackberry, los adictos de Facebook y otras yerbas.
Dos fenómenos aparentemente opuestos coexisten hoy en la red: un narcisismo exhibicionista desatado, por un lado, y un travestismo de identidades, por otro. En realidad, intuyo que son dos caras de una misma moneda.
Pero ése es tema para otra columna. Por ahora me centraré en esa subespecie de los travestis virtuales: los que usurpan una identidad o se refugian bajo un nombre falso, y practican el deporte de atacar y enlodar a otros impunemente. Son tiempos de cobardía, de no dar la cara, de espadachines de debates virtuales que, en la realidad, serían incapaces de discutir frente a frente con otro.
Nuestros tatarabuelos resolvían sus diferencias en duelos cuerpo a cuerpo. Hoy, muchos se dan “tunazos” en encendidos blogs, pero jamás se atreverían a pegar o recibir un buen combo, como en los viejos tiempos. Hay algo psicopático y esquizofrénico en todo esto. Alumnos —escudados en el anonimato o bajo falsas identidades— linchan públicamente a un profesor o a un compañero. Esto no es el “ágora” virtual, como algunos eufóricos del cibermundo han querido sugerir. Por favor, no ofendamos a los griegos, que sí supieron dialogar, con altura y estilo, al aire libre, en los jardines de la academia. Esto es la orgía de ociosos que se lo pasan pegados al computador, falsos héroes de guerras de mentira. Es la gran escuela de la cobardía, de la falta de virilidad.
De estas prácticas se están alimentando las nuevas generaciones: en no dar la cara, en no arriesgarse al intercambio directo, con voz, cuerpo, presencia, réplica y contrarréplica mirándose a los ojos. ¿Qué engendros saldrán de esta sopa de tecnología y cobardía? Bienvenidos al gran Carnaval 2.0, donde bajo máscaras de todo tipo muchos anónimos se sienten controlando el mundo con un zapping y un mouse, como en el circo romano.

Estamos ante un nuevo tipo de terrorismo virtual diseminado, una red de pequeños Bin Laden dispuestos a disparar a quemarropa, sin dios ni ley. Pero sin riesgo personal alguno. No estoy diciendo que internet y todos sus derivados sean malos ni buenos en sí mismos. El tema es quién los usa. No son lo mismo Oscar Wilde o la Madre Teresa de Calcuta opinando, que cualquier ocioso e incontinente verbal manejando estos nuevos medios de comunicación. Ése es el problema de fondo: hemos llegado al máximo desarrollo y disponibilidad de tecnología, pero sin un desarrollo espiritual y cultural acordes. Hoy tenemos circulando libremente a una legión de monos con navaja. Y las navajas son Facebook, Twitter y los blogs —estos últimos, extraordinarios medios de comunicación: he aprendido mucho de nuestros lectores leyendo sus opiniones.

En los blogs a veces asistimos a conversaciones enriquecedoras y estimulantes (un verdadero caleidoscopio de puntos de vista), pero que terminan siendo arruinadas por resentidos de todo tipo, psicópatas, hackers y toda una fauna más bizarra que la corte de los milagros. El imperativo “Sé quien eres” fue formulado por Píndaro, el gran poeta griego, hace más de dos mil años. ¿No nos estaremos volviendo adictos a hablar desde las sombras, donde no llega la luz, como niños mentirosos y sin voluntad de ser lo que somos de verdad? Leo que los “twitteros” están eligiendo en estos días al “rey” o “reina” del Twitter. Lo único que faltaría es que mi usurpador me presente de candidato.