El limonero
Francisco Mouat
Bajo la generosa sombra del limonero que corona el patio de su casa, en un barrio arbolado y tranquilo donde gatos, perros y pájaros conviven sin mayores dificultades con los vecinos, los buenos amigos de Mabel y Álvaro nos damos cita año a año para conmemorar un nuevo aniversario de matrimonio de esta pareja a la que tanto queremos, y de la cual estamos agradecidos, entre otras cosas, por la amistad gratuita y por invitarnos a esta fiesta anual de bajo perfil que dura no menos de doce horas, habitualmente de doce del día a doce de la noche, en donde se bebe, se come y se conversa sin agenda previa y en forma casi ininterrumpida. La selección musical de la jornada queda espontáneamente a cargo de uno de los invitados, el escritor Alejandro Zambra, sin que haya que lamentar, hasta ahora, estridencias desagradables.
Alguna vez le comenté a los dueños de casa, a Mabel y Álvaro, cuando ellos no sabían aún qué preparar el día de su matrimonio, que conocía a un mozo llamado Iván que hacía maravillas con bajo presupuesto y además no cobraba nada caro por el trabajo. Iván se hacía cargo de todo, y nosotros, los participantes de la fiesta, incluyendo a los anfitriones, nos dedicábamos a lo que correspondía y mejor sabíamos hacer: disfrutar y celebrar. Mis amigos confiaron en Iván, y desde entonces él es el responsable de preparar y servir la bebida y la comida. Cuando ya es media tarde, Iván se retira entre aplausos, que este año fueron ovación, dejándonos alimentados y provistos ahora de un bar abierto en donde autoservirnos lo que se nos plazca: whisky escocés del pajarito, vodka, ron, pisco, cerveza, vino, gaseosas, todo debidamente bien refrigerado.
Hasta aquí, una celebración soñada y en algún sentido predecible, a la que vamos agregándole aquellos ingredientes propios de cada nuevo aniversario, porque la rueda de la vida no cesa de girar. La chica que el año anterior era la novia de Beckmann y soñaba con tener un hijo suyo, vino ahora con un bebé en brazos, una muchachita casi recién nacida llamada Olivia Beckmann. El sobrino de Álvaro, que el año pasado buscaba remolonamente los brazos de la madre, se movía esta vez como un todoterreno destilando energía y simpatía a lo largo y ancho del patio. La amiga de los dueños de casa que ahora no pudo venir por estar en tratamiento y a la que extrañamos, sabemos que volveremos a encontrarla el año que viene, ya felizmente recuperada.
La Solcita y yo apurábamos nuevos vasos de cerveza fría, cuando el bueno de Ignacio, amigo estelar de Álvaro, se arrimó a mi lado para confidenciarme la historia de amor que hoy lo tiene entre las cuerdas: está perdidamente enamorado de una mujer casada y sin hijos. La vieja historia que él no buscó, que simplemente encontró a la vuelta de la esquina. Una mujer guapa y entrañable a la que conoció por trabajo ocho meses atrás, y de la cual fue poco a poco prendándose, hasta hoy, que muere y espera por ella. Correos electrónicos cada vez más íntimos y amorosos, conversadas mesas de café, entre canciones de Manuel García y Jorge Drexler, aquella novela de Javier Marías, sueños compartidos y verbalizados, unos pocos e intensos besos son el archivo completo de esta novela que Ignacio teme pudiera no escribirse nunca, o escribirse como la trillada historia de un amor que pudo ser y nunca llegó a puerto.
Acabo dos o tres schops escuchando el relato pormenorizado de Ignacio. Advierto en su voz, en sus inflexiones, lo difícil que es para él sobrellevar este momento en paz: ella le pide tiempo para resolver sus asuntos, le dice que la espere hasta entonces, que en todos estos meses no le escriba ni la llame, que llegará el momento en que ella vendrá corriendo a decirle, como en las películas, que si ella es la mujer de su vida, él también es, Ignacio, el hombre de su vida; que las historias de amor a veces necesitan silencio y abismo para que pueda circular sangre nueva y fresca allí donde antes había miedo y desesperanza.
"Inútil decir más", escribió la poeta Idea Vilariño: "Nombrar alcanza". Yo esperaré a regresar el próximo año y verte con ella, Ignacio, amándose los dos, bajo el limonero, en medio de una brisa suave que haga aletear ligeramente los pliegues de su falda. Tú estarás entre sus brazos. Nosotros, brindando por ustedes.
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