EL SENTIDO DE LA EXISTENCIA SUFRIENTE
Comentarios sobre El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl (1946)
Prof. Graciela Barroso
Intención paradójica: Hacer precisamente lo que se teme.
Cómo aceptar que la vida sea digna de ser vivida, a pesar de todo lo adverso que hay en ella, es el tema central del existencialismo. Víktor Frankl afirma que vivir es aceptar con dignidad el desafío que plantea la vida, con su carga de adversidad, y sobrevivir es hallar el sentido de ese sufrimiento.
¿Qué es el hombre, entonces? El ser humano es alguien inevitablemente afectado por su entorno. Sin embargo, el hombre tiene una cierta capacidad de elección, ya que puede conservar un vestigio de libertad espiritual, de independencia mental, incluso cuando se encuentra en circunstancias terribles de tensión psíquica y física. Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino.
Aun cuando parezca que las circunstancias son más fuertes, siempre hay ocasiones para elegir si uno va a ser o no juguete de dichas circunstancias, renunciando a la libertad y a la dignidad. Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar lo que hace que la vida tenga sentido y propósito.
El modo en que un hombre acepta su destino y todo el sufrimiento que éste conlleva, la forma en que carga su cruz, le da muchas oportunidades —incluso bajo las peores de las adversidades— para dar a su vida un sentido más profundo. Puede conservar su valor, su dignidad, su generosidad. O bien, en la dura lucha por la supervivencia, puede olvidar su dignidad humana y ser poco más que un animal. Una situación difícil puede proporcionarle la oportunidad de hacer méritos en el camino de la superación.
En todas partes, el hombre se enfrenta a su destino y puede conseguir algo por vía del sufrimiento. Muchas veces es precisamente una situación externa excepcionalmente difícil lo que da al hombre la posibilidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo. La realidad cotidiana representa una oportunidad y un desafío: o bien se puede convertir la experiencia en victoria, la vida en un triunfo interno, o bien se puede ignorar el desafío y limitarse a vegetar.
¿Qué es, en definitiva, vivir? Vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que se nos platean y cumplir las tareas que la vida nos asigna continuamente. "Vida" no significa algo vado, sino algo muy real y concreto, que configura el destino de cada hombre, distinto y único.
La búsqueda por parte del hombre del sentido de la vida constituye una fuerza primaria y no una racionalización secundaria de sus impulsos, de sus instintos. Sentido no es algo que nace de la propia existencia, sino algo que hace frente a la existencia.
El hombre es una criatura responsable y debe aprehender el sentido potencial de su vida. Lo que se le pide al hombre no es, como en el caso de otros filósofos existenciales, que soporte la insensatez del mundo, de la vida, sino más bien que asuma racionalmente su propia capacidad para aprehender toda la sensatez incondicional de esa vida.
Cada época tiene su propia neurosis colectiva, es cierto. El vacío existencial, neurosis masiva de este tiempo según Frankl, puede develarse como una forma privada y personal de nihilismo, que se traduce a veces en la aseveración de que todo se ha perdido o carece de significación. Es cierto también que cada ser humano es un ser finito, y su libertad está restringida. No se trata, entonces, de liberarse de las condiciones que imponen las circunstancias del mundo, se trata de tomar una postura ante esas condiciones. La libertad, en definitiva, es la capacidad de la existencia humana para elevarse por encima de esas condiciones y trascenderlas.
En definitiva, el ser humano no es una cosa más entre otras cosas: las cosas se determinan unas a otras, pero el hombre, en última instancia, es su propio determinante. Lo que llegue a ser, dentro de los límites de sus facultades y de su entorno, lo tiene que hacer por y para sí mismo. ¿Qué es el hombre, para Frankl? Es el ser que siempre decide lo que es, en medio y a pesar de las circunstancias. Y lo aclara con una imagen de su propia experiencia: El hombre es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme, musitando una oración.
Angela
Ascanio Cavallo
"Toda la buena ficción", escribe el crítico norteamericano Kent Jones en su notable libro Evidencia física (Uqbar, 2009), "aspira a la condición del documental, y viceversa", antes de advertir que desde los años 90 se registra una tendencia creciente a mezclar ambas modalidades: dramatizar el documental (algunos llegan a creer que esa es su diferencia con los reportajes) y documentalizar la ficción. Jones usa de manera brillante el ejemplo de Buenos muchachos, de
Scorsese: se puede recordar el dilema del protagonista, pero también el modo en que el ajo en corte pluma se vuelve líquido en la olla hirviente.
Muchas de las reflexiones de Jones son apropiadas para el caso de Angela, que se estrena en Chile con siete años de retraso. La directora Roberta Torre, que había realizado dos exitosos musicales en Sicilia, sitúa su historia en la zona de comerciantes de Palermo, donde el capo Saro Parlagreco (Mario Pupella) dirige un centro de distribución de droga encubierto en su agitada zapatería. Su mujer, Angela Spina (Donatella Finocchiaro), administra la tienda y ayuda en las entregas y las cobranzas.
De Angela se puede recordar la encrucijada de la protagonista, pero también el proceso de recibir, medir y envasar la droga, hasta insertarla en las cajas de zapatos, una apacible cadena en la que participan desde las clases trabajadoras hasta las autoridades que hacen la vista gorda. Son los años de gloria de la Cosa Nostra, 1983-84, cuando el rampante narcotráfico sólo requiere de un poco de prudencia.
Entonces aparece Masino Santalucía (Andrea di Stefano), un seductor al que apodan "El Tiburón" por su inclinación a comerse a las mujeres de sus jefes. La película no lo propone como el detonante de la desgracia, sino como su antesala.
La creciente presencia de espejos a partir de su irrupción señala la también galopante escisión emocional de Angela.
Roberta Torre filma (cámara en mano, primeros planos, tomas furtivas) con clara vocación documental; pero no olvida que tiene un drama entre manos. Se esfuerza por contener ambas cosas. Ni se impone el (imposible) documental, ni arrasa el drama con el aire rutinario del ambiente. La intención de fresco social de Gomorra está lejos, aunque posiblemente la anticipa. El drama permanece pequeño, íntimo, personal, como la lucha secreta del eros contra el pathos.
No todo le resulta. Dado que es un relato a contramano -el punto de vista de una mujer en un mundo de mafiosos-, los personajes masculinos parecen elusivos, imprecisos, incluso indefinidos. Los momentos de felicidad y de sufrimiento de
Angela se sienten estirados hasta la agonía. Hay inconsistencias en la velocidad de los hechos.
Pero corre más sangre de cine por las venas de esta película que por todos los Blockbusters que en estos días llenan las salas chilenas.
Angela
Dirección: Roberta Torre. Con: Donatella Finocchiaro, Andrea di Stefano, Mario Pupella, Erasmo Lobello, Toni Gambino. duración: 100 minutos.
COMENTARIOS DE CORTOMETRAJES EN LÍNEA EN FACEBOOK
Si Piñera gana, debería hacer un "exilio buena onda": regalar pasajes en Lan a todos los que queremos irnos de Chile durante su gobierno.
No sé que me da más miedo: que gane Piñera o que MEO vuelva a hacer películas.
“Closer” la repiten todo el tiempo en el cable, pero diablos… siempre la vuelvo ver. Una y otra vez.
Las políticas culturales de Piñera apuntan a que seamos "mejores" electores que lectores.
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