Sunday, March 15, 2009

Viejas amistades

Por Francisco Mouat

Cuando estoy solo y no tengo nada que hacer, con frecuencia me pongo a pensar en varios de mis amigos. Debe ser que los extraño. Trayéndolos a la memoria, al tiempo presente, supongo que mitigo el poco tiempo que me di, que me doy, que nos damos, para cultivar la amistad en vivo y en directo.

El otro día, sentado y mirando al frente desde la terraza de mi departamento a esa hora magnífica que es el crepúsculo, sin fijar la vista en ninguna cosa en particular, me concentré en mi amigo José Luis Molinare, que se murió el día en que se acabó la última primavera, que es lo mismo que decir el día en que empezó el verano. No había pensado hasta ahora que la muerte de José Luis marcó un cambio de estación. A mí, al menos, el hecho me parece simbólico respecto de su vida. No exagero nada cuando digo que José Luis está ahí y me acompaña. Hay espíritus más vivos que otros, qué duda. No lo sabremos nosotros cuando recordamos, cuando hojeamos álbumes de fotos y volvemos a escribir la historia remota.

Alguna vez nos reímos a carcajadas con José Luis, experimentamos físicamente el cariño, nos burlamos de aquellos que nos parecían ridículos, anduvimos en micro, vivimos de la línea de crédito en el banco, aunque eso no cambió mucho en el tiempo, y me acuerdo también de cuando él vendía unos saunas importados de primerísimo nivel. Entonces volvíamos a reírnos a carcajadas de las cosas que había que hacer para ganarse los porotos.

Qué raro que una muerte tan cercana y tan dolorosa te pueda fortalecer. Pero ocurre que ese día en que me senté en la terraza acababa de leer en El País de España una entrevista a un cantante catalán, Pau Donés, y él decía algo muy parecido: "La muerte de mi madre acabó por darme fortaleza": La historia era más o menos así: él era el mayor de cuatro hermanos, y su madre sufría depresión crónica. Ella murió cuando él apenas tenía dieciséis años. Era normal en su vida de niño y adolescente pasar largas temporadas en casa de una abuela o una tía. Una mañana escuchó de boca de su padre la sentencia fatal: "Mamá no ha venido, vamos a ver qué pasa". La tragedia de la muerte de su madre, dice él, le dio una fortaleza especial: "Se me grabó en la cabeza que en las situaciones límite debía rodearme de energía positiva".

Buena manera, no sé si totalmente natural, de enfrentar las dificultades que siempre acompañarán el camino. Cuando leí que la muerte de su mamá acabó por darle fortaleza, me acordé de mi amigo Julio, que perdió a la suya este último verano, después de un largo cáncer. Tuvo la fortuna de viajar donde ella y acompañarla en sus últimos días en Mendoza, y en una de esas conversaciones que mantuvimos ahora en febrero, pocas y breves pero elocuentes, Julio dijo una cosa que no olvidé: "La muerte de mi madre cambió las cosas para siempre". No dijo ni para bien ni para mal. La enfermedad estaba declarada hacía un buen tiempo y no había más remedio que caer derrotado frente a ella. Pero Julio no hablaba de lo objetivo: de la desaparición física, de la orfandad. Hablaba de lo que le había sucedido a él en su mundo más íntimo y privado. Se quedó solo en este mundo, sin ella, un dato fundamental que lo acompañó desde su nacimiento, una presencia en su caso tan importante, que la muerte lo alteró de un modo definitivo sin que él sepa aún de qué manera.

Una de las cosas buenas de la amistad es cuando puedes decirte estas cosas. No siempre hay espacio para la intimidad. Ese mismo día hablamos con Julio de que hay gente que se siente tan cómoda charlando entre muchos, en una mesa larga donde casi siempre lo que queda después es el recuerdo del ruido y la chicharra, más que una experiencia vital. Coincidíamos con Julio en que a nosotros nos acomoda la conversación de a dos. Tres suelen ser ya multitud. Una conversación de a dos, o el silencio de una terraza en donde el espíritu de un amigo tan querido viene a abrazarte para que no te sientas desamparado. Estamos solos, y están los amores y las viejas amistades con las cuales dibujar un camino, mientras dure.

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