Monday, November 27, 2006

El gran Jorge Baradit creador de esa obra magnífica llamada “Ygdrasil”, escribió una reseña de la “Verdad incómoda” de Al Gore. Y le quedó de pelos. Este hombre sabe de lo que habla. Si pueden comprar “Ygdrasil” por favor háganlo. Ciencia de ficción de verdad

Apocalipsis Now
Con su libro “Ygdrasil” se convirtió en la revelación de la novela chilena de ciencia-ficción. Aquí recoge la tradición del género para enfrentarlo con la recién estrenada “La verdad incómoda”. Como un médium que hurga entre los intestinos del futuro, nos invita al magnífico espectáculo de nuestra propia extinción.
Nación Domingo
Jorge Baradit M.

Cuando recibí el llamado que me planteaba escribir acerca de esta película, protagonizada por el ex candidato a la Presidencia de Estados Unidos Al Gore, por supuesto no pude dejar de preguntarme por qué querrían la opinión de un escritor de ciencia-ficción para comentar un documental que pretende ser lo más aterrizado, contemporáneo y ajustado a la realidad posible.
Luego de una hora y media de película (o documental, o conferencia grabada, o whatever) me di cuenta prístina y violentamente de otra inconveniente verdad: ya no hay diferencia entre la más cruda distopía que cualquier escritor de ciencia-ficción haya imaginado y lo que hoy le ocurre al planeta. Por supuesto que había que echar mano a los locos para hablar de los locos.

VER MÁS ALLÁ
La ciencia-ficción (CF) comenzó, allá por el siglo XIX, como la manifestación de los sueños de quienes confiaban en que la ciencia y la tecnología serían la solución para todos los males de la humanidad. A muy poco andar, la ciencia y la tecnología comenzaron a producir monstruos que escupían gas mostaza sobre los campos de Francia, que automatizaban la producción de seres humanos en las Lebensfarm, que caían desde el cielo como grandes reyes del terror para iluminar, durante una fracción de segundo y con toda la corrosión del átomo, las carnes transparentes de ciudades completas, creando páramos calcinados, poblaciones esclavizadas, enfermedades del alma y tasas de suicidio nunca antes vistas. El ejercicio de la CF, que es adelantarse y querer ver más allá, comenzó a producir visiones apocalípticas que aparecieron como claros síntomas de una enfermedad enquistada en el espíritu de nuestro tiempo, un profundo pesimismo acerca de lo que el futuro nos deparaba.
A partir de entonces, y durante décadas, los escritores de ciencia-ficción han descrito como médiums hurgando entre los intestinos del futuro, imágenes oxidadas, hacinamiento, brutalidad política, pérdida de Dios, devastación, sequedad y derrumbe. A través de numerosos títulos han gritado, como el loco del pueblo, que el fin ya viene. Y lo gritaron tantas veces, que terminó convirtiéndose en un hermoso ejercicio estético, consumido por el público en forma de cine, cuentos y cómics. Previews del apocalipsis, Nostradamus catódico y desde la comodidad de su hogar. La Tierra devastada por un meteoro, por una ola gigante, sumergida y enfocada en contrapicado a través del bíceps de Kevin Costner. Pues bien, después de ver “La verdad incómoda”, no me cabe duda que la CF, lejos de ser la fantasía errática producida por lunáticos, se descubre como la metáfora más cruda y cruel de la realidad. Esto es “Futurama”, pero in the flesh; es el cielo quemado de “Matriz”, pero sobre nuestra ciudad de Santiago; es la ola de “Impacto profundo”, pero levantándose sobre Valparaíso y Viña, donde vive toda mi familia; esto es en serio.

DISCO RODANTE
En un momento de la película, Al Gore cita una frase de Winston Churchill, absolutamente aplicable al caso: “La era de las dilaciones, de las medidas a medias, del calmar los ánimos y de las demoras está llegando a su fin. Ahora estamos entrando al período de las consecuencias”. Finalmente, todas las pesadillas a las que la humanidad le temió durante todo el siglo XX están al alcance de la mano. Las ciudades abandonadas, los tsunamis y desastres naturales a gran escala están comenzando, el hundimiento de países completos; los desplazamientos masivos de seres humanos hambrientos y delirantes, insolados y hambrientos; la desaparición de mares, lagos y glaciares; la posibilidad cierta de la extinción de la especie humana. Todas esas imágenes que veíamos tan lejanas, tan propias de las fantasías acaloradas de escritores y chamanes de la ecología, están finalmente ocurriendo aquí y ahora. Lo increíble es que los cielos se están abriendo, están bajando los ejércitos del Señor, pero todos estamos mirando para otro lado, perdiéndonos el magnífico espectáculo de nuestra propia extinción ¿O quizá lo tenemos claro pero nos da lo mismo? Somos una disco con ruedas que va directo a un campo minado, pero vamos rodando con estilo.

OVEJAS SUICIDAS
Es cierto que Al Gore es un político. Es cierto que los políticos no dan puntada sin hilo. Es cierto que aprovecha de rasparle la pintura a Bush cada vez que puede (eso de que la verdadera guerra no es contra el terrorismo, sino contra el calentamiento global es notable). Pero convengamos en que si Hitler dijera que el cielo es azul, no significaría que eso es una mentira. Al se preocupa de ser lo más transparente posible con sus datos, su exposición es precisa y ajustada a los hechos. Se nota que intenta no dejar pie a la más mínima duda que lo que está planteando es absolutamente cierto. Incluso evita el estilo subjetivo del gordo Moore y opta por un “Carl Sagan style”, acogedor, mesuradamente apasionado y esperanzado. Porque si hay algo que es conmovedor, es su increíble optimismo final. Pareciera que ni 30 de los más decepcionantes años post “flower power” y toda la revolución que nunca fue, han hecho mella en su visión romántica de la humanidad. Casi lloré cuando escuché su versión gringa de nuestra frase “cuando las ovejas se organizan, hasta el lobo se asusta”. Lloré porque sé que las ovejas nunca se han organizado. Lloré porque nos dice que todo esto se puede revertir gracias a que las soluciones existen... y que sólo falta VOLUNTAD POLÍTICA para implementarlas ¿Puede haber frase más descorazonadora que ésa? Mejor me compro una silla de playa y me voy a vivir a la cima del San Cristóbal. Supongo que desde ahí veré, en primera fila, el momento único en que el océano Pacífico irrumpa en el valle de Santiago, con bramidos horrorosos y olas gigantescas, chocando contra los cerros de Pudahuel. Quizá recién en ese momento, cuando las primeras gotas saladas salpiquen nuestros rostros, despertemos del ensueño hollywoodense y comprendamos que Al era un buen tipo y que esta vez no habrá créditos subiendo por la pantalla al final de la jornada, porque no quedará absolutamente nadie en la sala para verlos. LCD

VOCACIÓN SUICIDA

La extinción de la especie humana, o su decadencia patética, es un lugar común en la literatura fantástica. Gracias a los escritores de ciencia-ficción, la humanidad ha sido invadida, quemada, volatilizada, bombardeada, comida, secuestrada, sumergida, contaminada y mutada de todas las formas imaginables.
En “La guerra de los mundos”, de H.G. Wells, el mundo es invadido por extraterrestres aparentemente invencibles que destruyen todo a su paso y sin contrapeso.
“La máquina del tiempo”, del mismo autor, muestra a la especie humana futura degradada a dos clases de mutantes: los eloi, pusilánimes, bellos y estúpidos, y los morlocks, crueles, horrendos y caníbales.
En “1984”, de George Orwell, la sociedad ha sido reducida a un grupo de seres unidimensionales, vigilados y controlados por un organismo de poder omnipresente que regula la natalidad a niveles inconcebibles.
William Gibson y su imprescindible “Neuromante” nos muestra ciudades hacinadas a punto de colapsar, gigantescos basureros y seres humanos tan intervenidos por la electrónica y la genética, que ya no se reconocen como humanos.
Pero quizá el que más viene el caso es el libro “El mundo sumergido”, de J.G. Ballard. Publicado por primera vez en 1962, se adelanta a los eventos que nos ocupan en casi 45 años. La radiación solar se ha incrementado y deshiela los polos, provocando inundaciones extensas que producen el colapso de la civilización como la conocemos.
Al parecer, nuestra especie tiene vocación de suicida, al menos hemos venido amenazando con volarnos los sesos durante casi 50 años. Quizá, Ballard tenga razón y tengamos que pensar en comprarnos un bote inflable y muchos kilos de bloqueador solar.

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