Saturday, June 05, 2010

Alma

Francisco Mouat
El otro día leí un poema de Wislawa Szymborska llamado "Algo sobre el alma" que me encantó. Empieza así: "Alma se tiene a veces./ Nadie la posee sin pausa/ y para siempre".
He leído varias veces el poema desde entonces, de su libro Instante, y estoy maravillado del talento, la precisión de sus versos, su mirada veterana y lúcida, esa sensibilidad extraordinaria, absolutamente única, que la ocupa: "Es algo quisquillosa:/ con disgusto nos ve en la muchedumbre,/ le repugna nuestra lucha por supuestas ventajas/ y el rumor de los negocios". El remate del poema sugiere una magnífica relación de a dos: "Según parece,/ así como ella a nosotros,/ nosotros a ella/ también le servimos de algo".
¿Puede el alma desentenderse de nosotros? ¿Puede ella darse el lujo de existir sin nosotros? Servirle de algo al alma es reconocer que nos necesitamos mutuamente, y que vivir en sintonía con ella vale la travesía.
En un planeta donde todo parece estar en venta, una de las transacciones más significativas, feroces y recurrentes es la del alma. No sólo el diablo las compra. A veces se venden al primer postor con cara de ángel por unos pocos pesos, a veces no nos damos ni cuenta y alguien, otro, se apoderó de ella; hay quienes se hacen de rogar pero al final ceden a cambio de un precio razonable. Lo complicado es que esté en venta, que la pongamos a disposición a cambio de algo: un sueldo, una gratificación, un bono, amor, a veces sólo un poco de cariño, un ascenso, la fama, el reconocimiento, la vanidad, el aplauso, alguna adicción, algún descuento en futuras compras. La transamos y creemos que ella se independiza de nosotros, pero está visto que ahora será el alma de otro la que nos gobierne. Para que te compren el alma, ayuda el hecho de que sólo te interese sobrevivir. Hay muchos que no tienen ni idea de que un alma los constituye en lo esencial, y por lo tanto difícilmente podrían preocuparse de estar vendiéndola.
Hay preguntas del alma que seguramente no alcanzaremos a responder en vida. Szymborska: "Qué ha sido de decenas de personas: /¿nos habremos conocido realmente?/ Qué intentaba decirme M/ cuando ya no podía hablar". ¿Qué hace uno con aquellas preguntas que se formula a cada rato y que no tienen respuesta? ¿Por qué las manos de mi padre -lo verifiqué nuevamente pocos días atrás- se han adolorido tanto en estos últimos años, al punto que ahora no puedo estrecharlas como quiero en señal de amor y gratitud? ¿Por qué me cuesta tanto decirle a mi madre que la extraño permanentemente, que hay conversaciones entre nosotros que tal vez nunca se verbalicen, pero que, sin embargo, sus ojos, cuando puedo verlos, me hablan con fuerza de lo que han vivido y observado sobre la Tierra y en su propia alma?
Conozco a muchísimas personas cuya alma pareciera importarles un bledo. Y no estoy hablando de los que no profesan religión, ni se santiguan, ni van a la iglesia a supuestamente salvar el alma de la tentación del demonio. Personalmente yo tampoco me ocupo de estos menesteres. El alma de la que hablo es aquella íntima e indefinible materia individual que brilla cuando se pone en movimiento y tiene la fuerza de irradiar cuando se comparte con otros. El alma de la que hablo es a veces un destello en los que te rodean, el impulso que te mueve a encontrarte con esas otras personas que están fuera de ti pero que por alguna razón -no solamente el azar- forman parte de tu paisaje y tu mundo. Hablo de almas que se tocan y llegan a amarse: reales, vívidas, carnales, y también fantásticas. Hablo de almas que se extravían, se salen a buscar desesperadamente y finalmente se encuentran.
Hablo de dejar el alma allí donde tu ser más profundo quiera hacerlo, y no donde otros esperan que lo hagas o decidan por ti. Hablo de un poco de dignidad, que sumado a un poco de piedad y a un poco menos de crueldad, permita que el comercio de almas deje de ser el negocio que es en los tiempos que corren.