Titolandia
FRANCISCO MOUAT
Diez años atrás, viajé a Concepción a conocer y entrevistar a un escritor radicado en la zona: Tito Matamala. Una de las razones del encuentro era confeccionar con él un ranking de las mejores empanadas fritas de Chile para la revista "Domingo en Viaje". Había que verificar in situ si las del sur le hacían el peso a las de la costa central en masa, fritura, relleno, caldo y sabor. Pero el ranking de empanadas era apenas un pretexto: lo que queríamos era simplemente conocernos. Había una amistad fraguándose en el intercambio de correos electrónicos, y entre otras payasadas habíamos acordado seriamente que yo escribiría una biografía contando la verdadera historia de Tito Matamala. El proyecto literario exigía un primer encuentro cara a cara.
Desde el mismo día en que nos encontramos en Concepción, nuestras vidas se conectaron para siempre. Esa tarde, en la caleta de Lenga, sostuvimos en un momento un diálogo que nunca olvidaré en que Tito habló de su padre:
-Él se fue de la casa el año 76, yo tenía trece años. Un día se me acercó en el patio y me dijo que se iba. "Me voy", dijo, y me dio la mano.
-¿La mano?
-Sí, la mano. Y se fue. Y nunca más lo vi. Era su opción, y no se la reprocho. Teníamos una relación escasa, pero no mala. Yo tengo buenos recuerdos de él, y por eso nunca lo voy a recriminar.
-Y supiste de él siete años después.
-Sí, en Concepción. Yo vivía en el Hogar Universitario y me avisan que vaya a la comisaría no sé cuánto. Voy, me pasan el teléfono, y al otro lado estaba un amigo de mi papá en Brasil que me dice: "Tu papá se murió hoy, tuvo un derrame, lo siento".
-¿Así de brutal?
-Sí, y eso es lo que me ha marcado la vida. Lo de mi papá fue un viaje al infinito, y también una ausencia eterna.
La madrugada del terremoto de febrero, apenas se supo que el epicentro había sido cercano a Concepción, la primera persona en la que pensé fue Tito Matamala. Ha vivido solo-solo desde los veinte años. A veces, sólo a veces, tiene en las noches a quién abrazar. La mayoría de las madrugadas, se duerme cansado y solitario. Mi amigo salvó el pellejo en el terremoto pero quedó sicológicamente dañado. No por haber perdido casi íntegra su colección de plastimodelismo o por haber tenido que abandonar por semanas su departamento maltrecho, sino por el miedo y lo que vio entre esa madrugada y los días siguientes, cuando su ciudad se pareció demasiado al Infierno.
La semana pasada, Tito Matamala vino a Santiago a presentar en la Feria del Libro Infantil su última joyita: La gran breve guía de los animales salvajes. No recuerdo haberlo visto tan contento como ese mediodía del lanzamiento. Antes de viajar, me confidenció por correo que este libro para niños era lo más bello que había hecho en su vida. Le creo. La mayor gracia de su guía, enteramente escrita y dibujada por él, es que está hecha para el disfrute. En la portada una advertencia: "Los adultos sólo pueden leer este libro con el permiso y la compañía de sus hijos". Lo presentó Cristián Warnken, y reparó acertadamente en lo gozoso, sencillo y gratuito del gesto de Matamala: escribir un libro, dibujarlo, con placer y humor para el placer y la risa de los demás, especialmente de los más chicos. Tito agarró el micrófono en el escenario de la feria y no hubo modo de quitárselo: habló del enorme trasero del hipopótamo, se reflejó a sí mismo en el cuervo, y sorteó entre el público afiches de algunas de las páginas del
libro: mi hija Agustina -que tenía un cupón con el número 43 y un ejemplar autografiado de la guía- se llevó el último de los afiches, que le viene como anillo al dedo: un armadillo que se pone nervioso viendo películas de misterio y dice cuatro veces en voz alta que no debe comerse las uñas.
Saturday, June 19, 2010
El camino
Por Ascanio Cavallo
La voluntad alegórica de esta película es tan manifiesta como su relación con el Antiguo Testamento.
Antes de que hayan pasado dos minutos de esta película, un cataclismo devasta la Tierra. Años después, un hombre (Viggo Mortensen) marcha con su hijo (Kodi Smit-McPhee) por un planeta moribundo, un paisaje en el que ya no hay animales, ni plantaciones, ni praderas: sólo unos bosques secos cuyos árboles se desploman con cada nuevo terremoto. No hay tampoco civilización: sólo ruinas, ciudades vacías, carreteras muertas.
El hombre ha perdido a su esposa (Charlize Theron) mucho antes de esto, cuando la furia de la naturaleza ya había convertido a los hombres en lo que suelen ser cuando regresan al estado básico: depredadores. Las ciudades y los caminos estuvieron por mucho tiempo poblados por asaltantes, violadores, asesinos y, como figuras del miedo más temido, caníbales expertos. Ahora, cuando el padre y el hijo marchan hacia el sur buscando el océano, ya queda poco de todo, incluso de caníbales.
La obsesión del padre es preparar al niño "para el día en que yo ya no esté". La obsesión del niño es estar siempre "del lado de los buenos". Para el padre, este niño es su corazón y es la continuidad de la especie, pero es todavía algo más que eso. "Si él no es la palabra de Dios, entonces Dios no ha hablado nunca".
Este hombre vive un drama repetido en todos los tiempos, desde Abraham en adelante, y cuando por desesperación debe apuntar a la frente del niño con la última bala, es difícil no ver la imagen del patriarca preparando su sacrificio final antes de dejar a Dios o dejarse a sí mismo.
La voluntad alegórica de esta película es tan manifiesta como su relación con el Antiguo Testamento. Situaciones, personajes y paisajes lindan con la abstracción, y al mismo tiempo remiten a algunas de las más crueles imágenes bíblicas, como esa cita del delirante profeta Jeremías, informado por Yahvé: "Contempla el valle de la matanza".
En cuanto estilo, está más cerca de la austera película rusa El regreso que de la barroca Hijos de los hombres, con la que tendría más cercanía temática, y hasta se podría creer que la cinta de Andrei Zvyagintsev inspiró las ideas del cineasta australiano John Hillcoat. Pero lo que está detrás es una novela de Cormac McCarthy, a la que algunos consideran como la continuación de Sin lugar para los débiles: la materialización del enigmático sueño final del sheriff, que regresa a ver a su padre en una noche terminal.
En el centro está la convicción de que el camino no es el medio, sino el fin. El padre quiere avanzar siempre, porque esa es la forma de vivir. El camino es la manera de crecer y la de terminar: la línea que ahora reúne y luego separará al padre del hijo. Es una idea triste, como la mayor parte de esta película sombría, que no ofrece más que unos 11 minutos de esperanza en casi dos horas de metraje. En esos minutos está, como siempre, lo mejor de una obra que puede agobiar o abrumar, pero que nunca deja de interesar.
The road
Por Ascanio Cavallo
La voluntad alegórica de esta película es tan manifiesta como su relación con el Antiguo Testamento.
Antes de que hayan pasado dos minutos de esta película, un cataclismo devasta la Tierra. Años después, un hombre (Viggo Mortensen) marcha con su hijo (Kodi Smit-McPhee) por un planeta moribundo, un paisaje en el que ya no hay animales, ni plantaciones, ni praderas: sólo unos bosques secos cuyos árboles se desploman con cada nuevo terremoto. No hay tampoco civilización: sólo ruinas, ciudades vacías, carreteras muertas.
El hombre ha perdido a su esposa (Charlize Theron) mucho antes de esto, cuando la furia de la naturaleza ya había convertido a los hombres en lo que suelen ser cuando regresan al estado básico: depredadores. Las ciudades y los caminos estuvieron por mucho tiempo poblados por asaltantes, violadores, asesinos y, como figuras del miedo más temido, caníbales expertos. Ahora, cuando el padre y el hijo marchan hacia el sur buscando el océano, ya queda poco de todo, incluso de caníbales.
La obsesión del padre es preparar al niño "para el día en que yo ya no esté". La obsesión del niño es estar siempre "del lado de los buenos". Para el padre, este niño es su corazón y es la continuidad de la especie, pero es todavía algo más que eso. "Si él no es la palabra de Dios, entonces Dios no ha hablado nunca".
Este hombre vive un drama repetido en todos los tiempos, desde Abraham en adelante, y cuando por desesperación debe apuntar a la frente del niño con la última bala, es difícil no ver la imagen del patriarca preparando su sacrificio final antes de dejar a Dios o dejarse a sí mismo.
La voluntad alegórica de esta película es tan manifiesta como su relación con el Antiguo Testamento. Situaciones, personajes y paisajes lindan con la abstracción, y al mismo tiempo remiten a algunas de las más crueles imágenes bíblicas, como esa cita del delirante profeta Jeremías, informado por Yahvé: "Contempla el valle de la matanza".
En cuanto estilo, está más cerca de la austera película rusa El regreso que de la barroca Hijos de los hombres, con la que tendría más cercanía temática, y hasta se podría creer que la cinta de Andrei Zvyagintsev inspiró las ideas del cineasta australiano John Hillcoat. Pero lo que está detrás es una novela de Cormac McCarthy, a la que algunos consideran como la continuación de Sin lugar para los débiles: la materialización del enigmático sueño final del sheriff, que regresa a ver a su padre en una noche terminal.
En el centro está la convicción de que el camino no es el medio, sino el fin. El padre quiere avanzar siempre, porque esa es la forma de vivir. El camino es la manera de crecer y la de terminar: la línea que ahora reúne y luego separará al padre del hijo. Es una idea triste, como la mayor parte de esta película sombría, que no ofrece más que unos 11 minutos de esperanza en casi dos horas de metraje. En esos minutos está, como siempre, lo mejor de una obra que puede agobiar o abrumar, pero que nunca deja de interesar.
The road
De cómo las matemáticas pueden enderezar tu torcida existencia
por Raúl Devia
Buenas. Imaginen que vuelven a tener dieciocho años. Imaginen por un momento que se encuentran al final de su adolescencia. Un mundo de posibilidades se abre ante ustedes. Un mundo de opciones profesionales. Una de las preguntas que más frecuentemente se paseará por su cabeza será: ¿Qué carrera elegir? ¿Hacia donde encaminar mis pasos en ese basto bosque del conocimiento que llamamos Universidad? (Obviamente la primera pregunta es para gente bastante normal, con la segunda intento que se sientan a gusto esa prole de retóricos que habitan entre nuestros lectores).
Si entre sus ambiciones personales a los dieciocho años no se encontraba estudiar una carrera, IMAGINEN que sí. (Sólo les pido un pequeño esfuerzo. Por favor, respeten mi trabajo.)
Pues bien, el objetivo de este artículo (¿objetivo?) es que, tras su lectura tengan una pequeña idea de lo que las matemáticas pueden hacer por ustedes. O al menos, de lo que creo que han hecho por mí. Bajo las líneas que componen el siguiente texto se esconde una afirmación que repetiré en la conclusión y que podemos decir es su "tesis": las matemáticas imprimen carácter. Estoy realmente convencido de ello, convencido de que pueden ayudar mucho al desarrollo intelectual y moral de los hombres (¡¡ Empiezo a hablar como Rousseau!!) y convencido de que la sociedad, el estado o como quieran llamarlo necesita de gente con esos valores. (Ante las próximas elecciones municipales y desde este foro privilegiado, clamo al cielo por un poco de elitismo cultural bien entendido. Por un trato intelectual digno. Si pensamos que todos somos igual de idiotas, todos seremos igual de idiotas. Es sólo cuestión de tiempo.)
Tras esta pequeña arenga de alguien que repugna las arengas, demos comienzo a nuestro recorrido. He intentado citar unas cuantas "buenas propiedades" de las matemáticas bajo mi punto de vista tremendamente subjetivo. Seguramente puedan encontrar otras muchas ventajas que yo ni siquiera mencione. En fin...
1. Las matemáticas ordenarán tu vida
En el estudio de las matemáticas resulta importantísimo seguir un cierto orden, una metodología de trabajo que debemos respetar siempre, si queremos llegar a conclusiones satisfactorias. Una parte importante de los problemas en matemáticas se resuelven por métodos que denominamos "algorítmicos". O lo que es lo mismo, métodos en los que se siguen determinados pasos de una manera automática y que, tras estudiar las condiciones "externas", se toma una u otra decisión.
Esto crea en la mente del hipotético matemático del que estamos hablando, una extraña adicción al orden, un gusto por la armonía que intenta llevar a su vida inspirado precisamente por sus experiencias intelectuales. Obviamente, en la mayoría de los casos este orden es un deseo más que una realidad. Las matemáticas no eximen del fracaso.
2. Las matemáticas te darán capacidad de crítica (regalo envenenado)
De verdad que siento tener que volver a hablar de política, pero en los tiempos que corren empieza a ser urgentemente necesario parar y pensar. Parar y pensar.
Han sido muchos años resolviendo problemas en los que cualquier paso lógico era analizado con lupa, cualquier conclusión por muy obvia que pareciese debía ser demostrada. Nuestro cerebro se acaba amoldando a esa exigencia y ante cualquier discurso que pretenda ser una argumentación lógica, la "palanca" que nos avisa de un error, salta y hace que nos demos cuenta de todas y cada una de las incoherencias de nuestro interlocutor. Cuando, por ejemplo, oímos el discurso de cualquier político, sea del signo que sea, con sus lugares comunes, su demagogia barata y las conclusiones que de él extrae, podemos pensar dos cosas:
a) Que para el señor / señora (Trini y Espe, no me olvido de vosotras) que pide nuestro voto no somos más que niños de doce años a los que hay que vender un caramelo
b) Directamente, que tienen problemas de coordinación mental. Como la segunda opción me parece relativamente difícil me inclino por la primera. Y no sólo con políticos, también vale para el resto de la gente.
O te conviertes en una especie de Sócrates de andar por casa, o lo dejas e intentas pasar desapercibido. El conocimiento es una carga. Es por esto que se puede considerar un regalo envenenado.
3. Oirás la música clásica de otra manera.
Si aceptamos la separación entre música clásica y música popular debemos reconocer que la primera requiere de un mayor esfuerzo para ser disfrutada que la segunda.
"Viniendo" de la música pop (buena música pop) como yo venía, la música clásica siempre fue un reto para mí. Me negaba a escucharla "porque relaja" (¡Qué narices, el arte nunca relaja!) Tenía que encontrar algo que me atrajera, algo que supusiera una novedad intelectual. Algo que me diera más que la música pop (a cambio de más esfuerzo, eso sí). Pues bien, un día me compré un CD de Bach, sus obras para teclado. Al oír aquello me di cuenta de que todo lo que me contaba la gente que adoraba la música clásica era cierto y, lo que es más importante, que mi condición de estudiante de matemáticas me ayudaba a entenderlo mejor. Sinceramente creo que se escucha a Bach de forma muy diferente si se es matemático. La verdad es que esta afirmación es extensible a toda la música barroca y puede que a la mayoría de la música clásica.
Desde ese momento, cualquier audición de música "no-clásica" se convierte en algo también aprovechable. Separar las melodías, "ver" como se juntan, se separan. El orden nacido de la acumulación del caos. Geometría de sonidos. Algo único.
4. Variedad de salidas profesionales.
"Y, cuando acabes la carrera, ¿qué harás?" Esta es, también, una pregunta que se repite constantemente durante tus estudios. Pues bien, las matemáticas te ofrecen un amplio campo de salidas profesionales que enumeraré brevemente.
a) Docencia (Clases en un instituto, o incluso en la facultad.)
b) Programación (Somos igual de solicitados que los informáticos a la hora de desarrollar actividades tecnológicas)
c) Estadística ( Empresas de estudios de mercado y de análisis de datos requieren nuestros servicios)
d) Investigación en Geodesia (el estudio de la tierra y de las fuerzas que actúan en ella)
e) Astronomía matemática (Indispensable para proyectos tecnológicos de alto nivel)
f) Investigación matemática (si eres un matemático vocacional puedes prolongar tu estancia en la universidad para intentar aportar tu granito de arena a la historia de las matemáticas.
Como se puede comprobar, una gran lista de opciones profesionales se abre ante ti.
Ciencias Matemáticas se encuentra entre las carreras con más demanda en el mercado laboral e incluso en momentos muy bajos como el actual, esta tendencia se conserva.
Además, ya no piden nota de acceso. Los cuerdos escasean en este mundo de locos...
Después de haber leído todo esto, espero que les haya quedado un poco más claro qué pueden aportar las matemáticas en su vida. Como anuncié en el inicio, las matemáticas forjan el carácter de quienes las estudian de una manera especial. Si exceptuamos el último punto, que incluye información puramente profesional, las otras tres características creo que son comunes a buena parte de los titulados que conozco. El uso que cada uno haga de ellas, depende de su sensibilidad y predisposición.
Después de este ejercicio de imaginación, suponiendo que tuvieran que elegir estudios de nuevo... ¿Se decidirían por las matemáticas? Imaginaré que están diciendo sí.
Adiós.
por Raúl Devia
Buenas. Imaginen que vuelven a tener dieciocho años. Imaginen por un momento que se encuentran al final de su adolescencia. Un mundo de posibilidades se abre ante ustedes. Un mundo de opciones profesionales. Una de las preguntas que más frecuentemente se paseará por su cabeza será: ¿Qué carrera elegir? ¿Hacia donde encaminar mis pasos en ese basto bosque del conocimiento que llamamos Universidad? (Obviamente la primera pregunta es para gente bastante normal, con la segunda intento que se sientan a gusto esa prole de retóricos que habitan entre nuestros lectores).
Si entre sus ambiciones personales a los dieciocho años no se encontraba estudiar una carrera, IMAGINEN que sí. (Sólo les pido un pequeño esfuerzo. Por favor, respeten mi trabajo.)
Pues bien, el objetivo de este artículo (¿objetivo?) es que, tras su lectura tengan una pequeña idea de lo que las matemáticas pueden hacer por ustedes. O al menos, de lo que creo que han hecho por mí. Bajo las líneas que componen el siguiente texto se esconde una afirmación que repetiré en la conclusión y que podemos decir es su "tesis": las matemáticas imprimen carácter. Estoy realmente convencido de ello, convencido de que pueden ayudar mucho al desarrollo intelectual y moral de los hombres (¡¡ Empiezo a hablar como Rousseau!!) y convencido de que la sociedad, el estado o como quieran llamarlo necesita de gente con esos valores. (Ante las próximas elecciones municipales y desde este foro privilegiado, clamo al cielo por un poco de elitismo cultural bien entendido. Por un trato intelectual digno. Si pensamos que todos somos igual de idiotas, todos seremos igual de idiotas. Es sólo cuestión de tiempo.)
Tras esta pequeña arenga de alguien que repugna las arengas, demos comienzo a nuestro recorrido. He intentado citar unas cuantas "buenas propiedades" de las matemáticas bajo mi punto de vista tremendamente subjetivo. Seguramente puedan encontrar otras muchas ventajas que yo ni siquiera mencione. En fin...
1. Las matemáticas ordenarán tu vida
En el estudio de las matemáticas resulta importantísimo seguir un cierto orden, una metodología de trabajo que debemos respetar siempre, si queremos llegar a conclusiones satisfactorias. Una parte importante de los problemas en matemáticas se resuelven por métodos que denominamos "algorítmicos". O lo que es lo mismo, métodos en los que se siguen determinados pasos de una manera automática y que, tras estudiar las condiciones "externas", se toma una u otra decisión.
Esto crea en la mente del hipotético matemático del que estamos hablando, una extraña adicción al orden, un gusto por la armonía que intenta llevar a su vida inspirado precisamente por sus experiencias intelectuales. Obviamente, en la mayoría de los casos este orden es un deseo más que una realidad. Las matemáticas no eximen del fracaso.
2. Las matemáticas te darán capacidad de crítica (regalo envenenado)
De verdad que siento tener que volver a hablar de política, pero en los tiempos que corren empieza a ser urgentemente necesario parar y pensar. Parar y pensar.
Han sido muchos años resolviendo problemas en los que cualquier paso lógico era analizado con lupa, cualquier conclusión por muy obvia que pareciese debía ser demostrada. Nuestro cerebro se acaba amoldando a esa exigencia y ante cualquier discurso que pretenda ser una argumentación lógica, la "palanca" que nos avisa de un error, salta y hace que nos demos cuenta de todas y cada una de las incoherencias de nuestro interlocutor. Cuando, por ejemplo, oímos el discurso de cualquier político, sea del signo que sea, con sus lugares comunes, su demagogia barata y las conclusiones que de él extrae, podemos pensar dos cosas:
a) Que para el señor / señora (Trini y Espe, no me olvido de vosotras) que pide nuestro voto no somos más que niños de doce años a los que hay que vender un caramelo
b) Directamente, que tienen problemas de coordinación mental. Como la segunda opción me parece relativamente difícil me inclino por la primera. Y no sólo con políticos, también vale para el resto de la gente.
O te conviertes en una especie de Sócrates de andar por casa, o lo dejas e intentas pasar desapercibido. El conocimiento es una carga. Es por esto que se puede considerar un regalo envenenado.
3. Oirás la música clásica de otra manera.
Si aceptamos la separación entre música clásica y música popular debemos reconocer que la primera requiere de un mayor esfuerzo para ser disfrutada que la segunda.
"Viniendo" de la música pop (buena música pop) como yo venía, la música clásica siempre fue un reto para mí. Me negaba a escucharla "porque relaja" (¡Qué narices, el arte nunca relaja!) Tenía que encontrar algo que me atrajera, algo que supusiera una novedad intelectual. Algo que me diera más que la música pop (a cambio de más esfuerzo, eso sí). Pues bien, un día me compré un CD de Bach, sus obras para teclado. Al oír aquello me di cuenta de que todo lo que me contaba la gente que adoraba la música clásica era cierto y, lo que es más importante, que mi condición de estudiante de matemáticas me ayudaba a entenderlo mejor. Sinceramente creo que se escucha a Bach de forma muy diferente si se es matemático. La verdad es que esta afirmación es extensible a toda la música barroca y puede que a la mayoría de la música clásica.
Desde ese momento, cualquier audición de música "no-clásica" se convierte en algo también aprovechable. Separar las melodías, "ver" como se juntan, se separan. El orden nacido de la acumulación del caos. Geometría de sonidos. Algo único.
4. Variedad de salidas profesionales.
"Y, cuando acabes la carrera, ¿qué harás?" Esta es, también, una pregunta que se repite constantemente durante tus estudios. Pues bien, las matemáticas te ofrecen un amplio campo de salidas profesionales que enumeraré brevemente.
a) Docencia (Clases en un instituto, o incluso en la facultad.)
b) Programación (Somos igual de solicitados que los informáticos a la hora de desarrollar actividades tecnológicas)
c) Estadística ( Empresas de estudios de mercado y de análisis de datos requieren nuestros servicios)
d) Investigación en Geodesia (el estudio de la tierra y de las fuerzas que actúan en ella)
e) Astronomía matemática (Indispensable para proyectos tecnológicos de alto nivel)
f) Investigación matemática (si eres un matemático vocacional puedes prolongar tu estancia en la universidad para intentar aportar tu granito de arena a la historia de las matemáticas.
Como se puede comprobar, una gran lista de opciones profesionales se abre ante ti.
Ciencias Matemáticas se encuentra entre las carreras con más demanda en el mercado laboral e incluso en momentos muy bajos como el actual, esta tendencia se conserva.
Además, ya no piden nota de acceso. Los cuerdos escasean en este mundo de locos...
Después de haber leído todo esto, espero que les haya quedado un poco más claro qué pueden aportar las matemáticas en su vida. Como anuncié en el inicio, las matemáticas forjan el carácter de quienes las estudian de una manera especial. Si exceptuamos el último punto, que incluye información puramente profesional, las otras tres características creo que son comunes a buena parte de los titulados que conozco. El uso que cada uno haga de ellas, depende de su sensibilidad y predisposición.
Después de este ejercicio de imaginación, suponiendo que tuvieran que elegir estudios de nuevo... ¿Se decidirían por las matemáticas? Imaginaré que están diciendo sí.
Adiós.
Carlos Larraín
Por Carlos Peña
“¿Por qué tenemos que apoyar a la comunidad homosexual? Tendríamos luego que apoyar a grupos que proponen relaciones anómalas con niños... Entiendo que también hay quienes les gusta tener relaciones con animales”.
En cualquier país civilizado, con intelectuales alertas, gays que se respetan de veras, políticos comprometidos con la dignidad de las personas y periodistas que se toman las palabras en serio, una declaración como ésa habría desatado el repudio general. Y quien las pronuncia hubiera debido sentir vergüenza.
Salvo entre nosotros.
Aquí, las palabras de Carlos Larraín —presidente de un partido político que contribuye a formar la voluntad ciudadana, nada menos— fueron consideradas apenas un exabrupto digno de olvido.
Y la explicación que dio —luego de herir, es de suponer, incluso a miembros de su propio partido— tampoco fue buena.
Lo que quiso decir —explicó— fue que las uniones homosexuales no merecían ser reconocidas, porque tendrían que ver “sobre todo con asuntos de orientaciones individuales, y que éstas eran infinitas, muy variadas”.
Pero ¿acaso la política no está justamente para eso: para crear las condiciones institucionales y económicas que permitan desenvolverse a las “infinitas orientaciones individuales”? Y si eso es así, ¿por qué entonces el hecho de que constituya una orientación individual haría de la homosexualidad algo de lo que la política gubernamental debiera olvidarse? Y si —según Larraín— el gobierno no debe ocuparse de lo que le importa a los individuos, ¿de qué debiera ocuparse entonces?
Las explicaciones del presidente de Renovación Nacional muestran, como en un ejemplo de manual, parte importante de las convicciones de la derecha chilena más tradicional.
Y el resultado no es muy distinto a las ofensas que vertió.
Lamentable.
Es que la cultura a la que pertenece Larraín —el conservantismo católico— cree que las orientaciones individuales de la gente no valen por sí mismas. Al revés de lo que piensa un liberal —para quien las elecciones individuales expresan el valor de la autonomía—, las personas como Larraín creen que entre las “infinitas orientaciones individuales” hay algunas que el Estado debe promover y otras que, en cambio, debe hacer esfuerzos por inhibir. Para esa cultura no basta que usted prefiera algo —sin violar los derechos de los demás— para que el Estado deba conferirle respeto y reconocimiento.
Quienes respiran esa cultura piensan que la orientación que usted escogió puede ser errónea o torcida, y entonces —aunque exprese las cosas en las que usted cree y aunque no dañe a nadie— no merecería ni respeto ni reconocimiento por parte del Estado.
Pero ¿cómo saber qué preferencias son erróneas y cuáles no?
Mientras los liberales creen que las elecciones de la gente deben ser tratadas con igualdad a condición de que no dañen a terceros, la gente como Carlos Larraín cree, en cambio, que no: que el deber del Estado es discriminar entre unas preferencias y otras echando mano a criterios que no todos comparten como la fe, la naturaleza humana y cosas semejantes.
En suma, cuando Carlos Larraín maltrata a los gays, no lo hace por homofobia (si así fuera, él, además de crítica, merecería terapia). Lo hace por una razón estrictamente política: él piensa que ésa es una opción de vida equivocada que no merece el reconocimiento estatal. Para él —y para todos quienes comparten su punto de vista—, las elecciones individuales de las personas no valen la pena por sí mismas. Han de someterse a un test final —la naturaleza humana, la revelación divina, o algo así— que nos dice si merecen o no ser respetadas.
Así, entonces, es verdad que al equiparar la homosexualidad con la pedofilia y el bestialismo, Carlos Larraín cometió un error del que ya se excusó. Pero al excusarse dejó ver que lo que él piensa acerca de las elecciones individuales de las personas no es mucho mejor que las palabras de las que terminó arrepintiéndose
Por Carlos Peña
“¿Por qué tenemos que apoyar a la comunidad homosexual? Tendríamos luego que apoyar a grupos que proponen relaciones anómalas con niños... Entiendo que también hay quienes les gusta tener relaciones con animales”.
En cualquier país civilizado, con intelectuales alertas, gays que se respetan de veras, políticos comprometidos con la dignidad de las personas y periodistas que se toman las palabras en serio, una declaración como ésa habría desatado el repudio general. Y quien las pronuncia hubiera debido sentir vergüenza.
Salvo entre nosotros.
Aquí, las palabras de Carlos Larraín —presidente de un partido político que contribuye a formar la voluntad ciudadana, nada menos— fueron consideradas apenas un exabrupto digno de olvido.
Y la explicación que dio —luego de herir, es de suponer, incluso a miembros de su propio partido— tampoco fue buena.
Lo que quiso decir —explicó— fue que las uniones homosexuales no merecían ser reconocidas, porque tendrían que ver “sobre todo con asuntos de orientaciones individuales, y que éstas eran infinitas, muy variadas”.
Pero ¿acaso la política no está justamente para eso: para crear las condiciones institucionales y económicas que permitan desenvolverse a las “infinitas orientaciones individuales”? Y si eso es así, ¿por qué entonces el hecho de que constituya una orientación individual haría de la homosexualidad algo de lo que la política gubernamental debiera olvidarse? Y si —según Larraín— el gobierno no debe ocuparse de lo que le importa a los individuos, ¿de qué debiera ocuparse entonces?
Las explicaciones del presidente de Renovación Nacional muestran, como en un ejemplo de manual, parte importante de las convicciones de la derecha chilena más tradicional.
Y el resultado no es muy distinto a las ofensas que vertió.
Lamentable.
Es que la cultura a la que pertenece Larraín —el conservantismo católico— cree que las orientaciones individuales de la gente no valen por sí mismas. Al revés de lo que piensa un liberal —para quien las elecciones individuales expresan el valor de la autonomía—, las personas como Larraín creen que entre las “infinitas orientaciones individuales” hay algunas que el Estado debe promover y otras que, en cambio, debe hacer esfuerzos por inhibir. Para esa cultura no basta que usted prefiera algo —sin violar los derechos de los demás— para que el Estado deba conferirle respeto y reconocimiento.
Quienes respiran esa cultura piensan que la orientación que usted escogió puede ser errónea o torcida, y entonces —aunque exprese las cosas en las que usted cree y aunque no dañe a nadie— no merecería ni respeto ni reconocimiento por parte del Estado.
Pero ¿cómo saber qué preferencias son erróneas y cuáles no?
Mientras los liberales creen que las elecciones de la gente deben ser tratadas con igualdad a condición de que no dañen a terceros, la gente como Carlos Larraín cree, en cambio, que no: que el deber del Estado es discriminar entre unas preferencias y otras echando mano a criterios que no todos comparten como la fe, la naturaleza humana y cosas semejantes.
En suma, cuando Carlos Larraín maltrata a los gays, no lo hace por homofobia (si así fuera, él, además de crítica, merecería terapia). Lo hace por una razón estrictamente política: él piensa que ésa es una opción de vida equivocada que no merece el reconocimiento estatal. Para él —y para todos quienes comparten su punto de vista—, las elecciones individuales de las personas no valen la pena por sí mismas. Han de someterse a un test final —la naturaleza humana, la revelación divina, o algo así— que nos dice si merecen o no ser respetadas.
Así, entonces, es verdad que al equiparar la homosexualidad con la pedofilia y el bestialismo, Carlos Larraín cometió un error del que ya se excusó. Pero al excusarse dejó ver que lo que él piensa acerca de las elecciones individuales de las personas no es mucho mejor que las palabras de las que terminó arrepintiéndose
REPORTAJE Diagnóstico y pronósticos:
Las transformaciones de nuestros hábitos de lectura
Los índices muestran que los chilenos leen cada vez menos y el 70 por ciento confiesa no haber comprado un solo libro en los últimos doce meses. Fenómeno que se conjuga con la aparición de nuevas formas de leer, imprimir y vender ejemplares. El horizonte aparece plagado de interrogantes.
Estefanía Etcheverría
Ipad, Kindle, Espresso Book Machine (en tres minutos imprime un libro completo de 300 páginas desde un archivo digital), bibliotecas en la web. La innovación tecnológica llegó hace tiempo al mercado del libro, pero su masificación aún no. Por el momento.
Andrea Palet, directora del Magíster en Edición UDP, no tiene certeza sobre qué pasará con el mercado editorial en diez años, pero cree que "todo o casi todo, desde el punto de vista del negocio, parece depender de qué hagan Google, Amazon y Apple para hacerse con la tajada más grande. Lo mejor que podría ocurrir, pero no ocurrirá, es que se den cuenta de que no es tan bueno el negocio y se vayan a Bollywood o algo así, y nos dejen trabajar más tranquilos".
Para tener certezas, o lo que más se les parezca, sobre la consecuencia del cambio tecnológico, el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlac) publicó un estudio sobre el futuro del libro en 2020 en siete países, entre ellos, Chile. Según esta investigación, el escenario para entonces transitará entre el universo analógico y el digital. En 10 años más, el 90% de los textos escolares ya no se producirían en papel, según el estudio de Cerlac, pero la ficción seguiría publicándose en formato tradicional, salvo dos excepciones: best sellers (que se publicarían en formato digital y analógico) y obras de nuevos géneros que podrían surgir de la digitalización.
Librerías en la mira
A nivel regional, las predicciones hablan de una base interconectada de datos de publicaciones en español. En políticas públicas, los gobiernos pondrían en marcha iniciativas de exportación del libro que aprovecharían el enorme mercado latino que para entonces tendrá Estados Unidos.
La publicación y la difusión también se modificarían, sobre todo a partir del libro digital, la venta por internet y la impresión sobre demanda, es decir, hacer el ejemplar cuando ya ha sido encargado por el comprador. Este método implica menos riesgo económico, disminuye costos de almacenamiento y pérdidas por devoluciones. Javier Machicado, del Observatorio Iberoamericano del Derecho de Autor, agrega que este tipo de impresión "permite, por otra parte, reimprimir textos con frecuencia y a bajo costo, graduar el tiraje de acuerdo con la demanda, corregir errores sin costos mayores, y probar la aceptabilidad de un libro en diversos mercados e idiomas, entre otras ventajas".
Se espera que para 2020 se produzca un reacomodo de la situación en torno al libro, más que la desaparición de alguno de los actores del mercado actual. Si en 1993 en Chile el 81% de los libros se compraban en librerías, en 1999 la cifra caía a 63,1% y en 2008 a 44,6%. Las razones de este descenso se explican por la compra de libros en puestos "piratas" y en menor medida en ferias, supermercados y otros espacios comerciales.
Algunos expertos pronostican que la redefinición de la librería deberá ampliarse a una especie de "centro cultural" con una diversidad de funciones, lo que le permitirá sobrevivir de mejor manera, cuando el débil 0,1% que representan hoy en Chile las ventas de libros por internet suba precipitadamente, según algunos pronósticos.
Cifras pesimistas
Cada vez se registran en Chile más títulos publicados. De 2.420 hace 10 años pasamos a 4.462 títulos en 2009. En literatura, hasta 2008 lo que más se editaba era poesía, pero en 2009 la literatura infantil y juvenil aumentó sus ediciones en 60%, desplazando a la poesía.
La gran pregunta es si alguien los lee, ya que nuestras cifras de lectura son más que preocupantes.
Los chilenos cada vez leen menos. El último estudio "Chile y los libros", de la Fundación La Fuente y Adimark, estableció una caída en el porcentaje de lectores respecto de la versión anterior del mismo estudio. Si en 2006 el 55,1% de los encuestados se definía como lector ("lee libros alguna vez en el año"), en 2008 sólo lo hacía el 49,2%.Además, en 2008 el 58% reconocía leer menos que hace cinco años, y el 70,2% confesaba no haber comprado un solo libro en los últimos 12 meses.
En el panorama regional, el país tampoco está de lo mejor. A nivel editorial, Chile es considerado en el grupo de producción media, junto con Venezuela y Perú, bien lejos de las grandes industrias de Argentina, México y Colombia. Y en porcentajes de lectoría tampoco encabeza la lista.
Según cifras publicadas en el Observatorio Iberoamericano del Derecho de Autor, la población que reconocía haber leído al menos un libro al año en 2007 representaba el 72% en Argentina, 68% en República Dominicana, 57% en Uruguay, 56% en México, 55,2% en Perú y sólo 41,5% en Chile.
Los bajos índices nacionales tienen de fondo, según la encuesta 2008 de Fundación La Fuente, el poco gusto por la lectura y la falta de tiempo. Así, ni el menor costo ni el fácil acceso del libro digital podrían revertir las cifras. Y aunque se llegara a leer más, no bastaría. Basta recordar los resultados nacionales en el estudio "Nivel lector en la era de la información", que la OCDE publicó en 2000, que mostraba que el 80% de los chilenos entre 16 y 65 años carecía de un nivel de lectura mínimo para funcionar en el mundo de hoy.
De seguir las cosas así, la situación de Chile para 2020 no se ve bien. Lily Ariztía, directora pedagógica de la Sociedad de Instrucción Primaria, cree que de no tomarse medidas "es probable que la lectura cada vez vaya perdiendo más terreno frente a las nuevas tecnologías, atractivas por su inmediatez y la predominancia de un lenguaje visual".
Posibles antídotos
¿Cuáles son las medidas que podrían revertir la caída de la lectura en el transcurso de una década?
Placer más que rigor es lo que propone Lily Ariztía para lograr los mismos objetivos. La estrategia: "Que en la escuela se generen más instancias de lectura que el niño o joven pueda asociar con el goce también es primordial. Lo más importante para crear lectores es que la lectura haya sido una experiencia significativa y esto no se logra a través de comprensiones de lectura o dictados, sino apelando al impacto afectivo que puede tener la lectura en el lector". Así, el placer de una primera lectura gozosa lograría incitar a buscar nuevos placeres en nuevos textos.
Rebeca Domínguez, directora de la Fundación "Había Una Vez", quien trabaja para incentivar la lectura infantil y juvenil, sugiere integrar las iniciativas públicas y privadas de fomento a la lectura y crear bibliotecas vecinales "que acerquen la lectura a todos los segmentos etarios de la comunidad, transformando estas bibliotecas en espacios públicos que generen identidad y sentido de pertenencia en torno a la cultura y sus distintas manifestaciones".
En ese sentido, el Plan Nacional de Construcción de Bibliotecas, a cargo de la Dibam, ha buscado dotar de bibliotecas a las comunidades con más de quinientos mil habitantes, lo que significó entre 2007 y 2009 una inversión de diez mil millones de pesos.
Verónica Abud, ex directora ejecutiva de Fundación La Fuente y actual jefa de la División General de Educación del Mineduc, propone algunas medidas: capacitar a profesores en la animación de la lectura, fomentar el trabajo y la difusión de escritores e ilustradores, ampliar la cobertura de bibliotecas públicas, crear bibliomóviles para las comunidades rurales, reforzar el rol comprador de libros del Estado, abrir las bibliotecas escolares a los padres y la comunidad, y crear bibliotecas en jardines infantiles. "Hay que desarrollar programas de bibliotecas con estimulación lectora en todos los jardines infantiles del país, capacitando a los padres y educadoras en animación lectora".
Si estas medidas se aplicaran, Chile en 2020 podría tener mejores índices de lectoría y, en palabras de Verónica Abud, "habría una revitalización social y cultural: más libros circulando y a un precio inferior, nuevos escritores, más ilustradores. Un mercado editorial amplio para libros infantiles y juveniles de calidad. En fin, una sociedad mejor, más informada, más libre y amplia de criterio".
Los riesgos de una educación posliteraria
La vulgaridad siempre ha existido a lo largo de la historia. Pero hoy los medios de comunicación le otorgan una caja de resonancia y una amplificación del todo inédita. El 80% de la población prefiere, y está en su derecho, la televisión más estúpida, la película trepidante, sobreabundancia de fútbol, telenovelas, el culto a la actualidad informativa, la navegación sin rumbo por internet, el chateo insustancial, la cultura de revista... a leer a Platón o Esquilo. Frente a gustos tan primitivos la verdadera cultura es más exigente.
Por lo tanto, "capea" televisión, prescinde del blackberry, del celular, de facebook, del I-pod, del videojuego; afronta la riqueza del silencio y toma un libro. No tomes un libro que acaba de salir. Deja que el tiempo, que es el gran seleccionador y discriminador, cumpla su trabajo silencioso que elimina lo mediocre. El clásico es un libro que todavía se imprime y que no cesa de aparecer, que acaba incluso de reaparecer. Ya que dispones de poco tiempo, lee los libros que han pasado la prueba del tiempo. La lectura y la vida no se oponen entre sí como proclaman los pragmáticos. Como si el ejercicio de las más altas capacidades de la mente no fuera la forma más intensa de vivir. Con buenos libros el pensamiento y la imaginación se dilatan, amplían nuestro horizonte vital. En cambio, la pura vitalidad es mera agitación. Es hora que elijas, como lector, alguno de tus amigos e interlocutores entre las cabezas más lúcidas y sensibles de la humanidad. Esos que expanden y enriquecen tu vida al entrelazarla con la de ellos. Comprobarás que tu inteligencia crece, tu imaginación se agranda; te pasearás por los vericuetos de la historia, los laberintos de las ideas o por las maravillas de la fantasía. Tendrás una mente educada que te hará capaz de comprender mejor a los demás, plantearte alternativas inéditas y recorrer sendas inexploradas.
En fin, una educación que prescinda de los clásicos, y todo lo fíe a las nuevas tecnologías y al activismo, es una mala educación. Hay que afrontar con finura y buen gusto el peligro de una educación posliteraria tosca y cercana a la barbarie.
Las transformaciones de nuestros hábitos de lectura
Los índices muestran que los chilenos leen cada vez menos y el 70 por ciento confiesa no haber comprado un solo libro en los últimos doce meses. Fenómeno que se conjuga con la aparición de nuevas formas de leer, imprimir y vender ejemplares. El horizonte aparece plagado de interrogantes.
Estefanía Etcheverría
Ipad, Kindle, Espresso Book Machine (en tres minutos imprime un libro completo de 300 páginas desde un archivo digital), bibliotecas en la web. La innovación tecnológica llegó hace tiempo al mercado del libro, pero su masificación aún no. Por el momento.
Andrea Palet, directora del Magíster en Edición UDP, no tiene certeza sobre qué pasará con el mercado editorial en diez años, pero cree que "todo o casi todo, desde el punto de vista del negocio, parece depender de qué hagan Google, Amazon y Apple para hacerse con la tajada más grande. Lo mejor que podría ocurrir, pero no ocurrirá, es que se den cuenta de que no es tan bueno el negocio y se vayan a Bollywood o algo así, y nos dejen trabajar más tranquilos".
Para tener certezas, o lo que más se les parezca, sobre la consecuencia del cambio tecnológico, el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlac) publicó un estudio sobre el futuro del libro en 2020 en siete países, entre ellos, Chile. Según esta investigación, el escenario para entonces transitará entre el universo analógico y el digital. En 10 años más, el 90% de los textos escolares ya no se producirían en papel, según el estudio de Cerlac, pero la ficción seguiría publicándose en formato tradicional, salvo dos excepciones: best sellers (que se publicarían en formato digital y analógico) y obras de nuevos géneros que podrían surgir de la digitalización.
Librerías en la mira
A nivel regional, las predicciones hablan de una base interconectada de datos de publicaciones en español. En políticas públicas, los gobiernos pondrían en marcha iniciativas de exportación del libro que aprovecharían el enorme mercado latino que para entonces tendrá Estados Unidos.
La publicación y la difusión también se modificarían, sobre todo a partir del libro digital, la venta por internet y la impresión sobre demanda, es decir, hacer el ejemplar cuando ya ha sido encargado por el comprador. Este método implica menos riesgo económico, disminuye costos de almacenamiento y pérdidas por devoluciones. Javier Machicado, del Observatorio Iberoamericano del Derecho de Autor, agrega que este tipo de impresión "permite, por otra parte, reimprimir textos con frecuencia y a bajo costo, graduar el tiraje de acuerdo con la demanda, corregir errores sin costos mayores, y probar la aceptabilidad de un libro en diversos mercados e idiomas, entre otras ventajas".
Se espera que para 2020 se produzca un reacomodo de la situación en torno al libro, más que la desaparición de alguno de los actores del mercado actual. Si en 1993 en Chile el 81% de los libros se compraban en librerías, en 1999 la cifra caía a 63,1% y en 2008 a 44,6%. Las razones de este descenso se explican por la compra de libros en puestos "piratas" y en menor medida en ferias, supermercados y otros espacios comerciales.
Algunos expertos pronostican que la redefinición de la librería deberá ampliarse a una especie de "centro cultural" con una diversidad de funciones, lo que le permitirá sobrevivir de mejor manera, cuando el débil 0,1% que representan hoy en Chile las ventas de libros por internet suba precipitadamente, según algunos pronósticos.
Cifras pesimistas
Cada vez se registran en Chile más títulos publicados. De 2.420 hace 10 años pasamos a 4.462 títulos en 2009. En literatura, hasta 2008 lo que más se editaba era poesía, pero en 2009 la literatura infantil y juvenil aumentó sus ediciones en 60%, desplazando a la poesía.
La gran pregunta es si alguien los lee, ya que nuestras cifras de lectura son más que preocupantes.
Los chilenos cada vez leen menos. El último estudio "Chile y los libros", de la Fundación La Fuente y Adimark, estableció una caída en el porcentaje de lectores respecto de la versión anterior del mismo estudio. Si en 2006 el 55,1% de los encuestados se definía como lector ("lee libros alguna vez en el año"), en 2008 sólo lo hacía el 49,2%.Además, en 2008 el 58% reconocía leer menos que hace cinco años, y el 70,2% confesaba no haber comprado un solo libro en los últimos 12 meses.
En el panorama regional, el país tampoco está de lo mejor. A nivel editorial, Chile es considerado en el grupo de producción media, junto con Venezuela y Perú, bien lejos de las grandes industrias de Argentina, México y Colombia. Y en porcentajes de lectoría tampoco encabeza la lista.
Según cifras publicadas en el Observatorio Iberoamericano del Derecho de Autor, la población que reconocía haber leído al menos un libro al año en 2007 representaba el 72% en Argentina, 68% en República Dominicana, 57% en Uruguay, 56% en México, 55,2% en Perú y sólo 41,5% en Chile.
Los bajos índices nacionales tienen de fondo, según la encuesta 2008 de Fundación La Fuente, el poco gusto por la lectura y la falta de tiempo. Así, ni el menor costo ni el fácil acceso del libro digital podrían revertir las cifras. Y aunque se llegara a leer más, no bastaría. Basta recordar los resultados nacionales en el estudio "Nivel lector en la era de la información", que la OCDE publicó en 2000, que mostraba que el 80% de los chilenos entre 16 y 65 años carecía de un nivel de lectura mínimo para funcionar en el mundo de hoy.
De seguir las cosas así, la situación de Chile para 2020 no se ve bien. Lily Ariztía, directora pedagógica de la Sociedad de Instrucción Primaria, cree que de no tomarse medidas "es probable que la lectura cada vez vaya perdiendo más terreno frente a las nuevas tecnologías, atractivas por su inmediatez y la predominancia de un lenguaje visual".
Posibles antídotos
¿Cuáles son las medidas que podrían revertir la caída de la lectura en el transcurso de una década?
Placer más que rigor es lo que propone Lily Ariztía para lograr los mismos objetivos. La estrategia: "Que en la escuela se generen más instancias de lectura que el niño o joven pueda asociar con el goce también es primordial. Lo más importante para crear lectores es que la lectura haya sido una experiencia significativa y esto no se logra a través de comprensiones de lectura o dictados, sino apelando al impacto afectivo que puede tener la lectura en el lector". Así, el placer de una primera lectura gozosa lograría incitar a buscar nuevos placeres en nuevos textos.
Rebeca Domínguez, directora de la Fundación "Había Una Vez", quien trabaja para incentivar la lectura infantil y juvenil, sugiere integrar las iniciativas públicas y privadas de fomento a la lectura y crear bibliotecas vecinales "que acerquen la lectura a todos los segmentos etarios de la comunidad, transformando estas bibliotecas en espacios públicos que generen identidad y sentido de pertenencia en torno a la cultura y sus distintas manifestaciones".
En ese sentido, el Plan Nacional de Construcción de Bibliotecas, a cargo de la Dibam, ha buscado dotar de bibliotecas a las comunidades con más de quinientos mil habitantes, lo que significó entre 2007 y 2009 una inversión de diez mil millones de pesos.
Verónica Abud, ex directora ejecutiva de Fundación La Fuente y actual jefa de la División General de Educación del Mineduc, propone algunas medidas: capacitar a profesores en la animación de la lectura, fomentar el trabajo y la difusión de escritores e ilustradores, ampliar la cobertura de bibliotecas públicas, crear bibliomóviles para las comunidades rurales, reforzar el rol comprador de libros del Estado, abrir las bibliotecas escolares a los padres y la comunidad, y crear bibliotecas en jardines infantiles. "Hay que desarrollar programas de bibliotecas con estimulación lectora en todos los jardines infantiles del país, capacitando a los padres y educadoras en animación lectora".
Si estas medidas se aplicaran, Chile en 2020 podría tener mejores índices de lectoría y, en palabras de Verónica Abud, "habría una revitalización social y cultural: más libros circulando y a un precio inferior, nuevos escritores, más ilustradores. Un mercado editorial amplio para libros infantiles y juveniles de calidad. En fin, una sociedad mejor, más informada, más libre y amplia de criterio".
Los riesgos de una educación posliteraria
La vulgaridad siempre ha existido a lo largo de la historia. Pero hoy los medios de comunicación le otorgan una caja de resonancia y una amplificación del todo inédita. El 80% de la población prefiere, y está en su derecho, la televisión más estúpida, la película trepidante, sobreabundancia de fútbol, telenovelas, el culto a la actualidad informativa, la navegación sin rumbo por internet, el chateo insustancial, la cultura de revista... a leer a Platón o Esquilo. Frente a gustos tan primitivos la verdadera cultura es más exigente.
Por lo tanto, "capea" televisión, prescinde del blackberry, del celular, de facebook, del I-pod, del videojuego; afronta la riqueza del silencio y toma un libro. No tomes un libro que acaba de salir. Deja que el tiempo, que es el gran seleccionador y discriminador, cumpla su trabajo silencioso que elimina lo mediocre. El clásico es un libro que todavía se imprime y que no cesa de aparecer, que acaba incluso de reaparecer. Ya que dispones de poco tiempo, lee los libros que han pasado la prueba del tiempo. La lectura y la vida no se oponen entre sí como proclaman los pragmáticos. Como si el ejercicio de las más altas capacidades de la mente no fuera la forma más intensa de vivir. Con buenos libros el pensamiento y la imaginación se dilatan, amplían nuestro horizonte vital. En cambio, la pura vitalidad es mera agitación. Es hora que elijas, como lector, alguno de tus amigos e interlocutores entre las cabezas más lúcidas y sensibles de la humanidad. Esos que expanden y enriquecen tu vida al entrelazarla con la de ellos. Comprobarás que tu inteligencia crece, tu imaginación se agranda; te pasearás por los vericuetos de la historia, los laberintos de las ideas o por las maravillas de la fantasía. Tendrás una mente educada que te hará capaz de comprender mejor a los demás, plantearte alternativas inéditas y recorrer sendas inexploradas.
En fin, una educación que prescinda de los clásicos, y todo lo fíe a las nuevas tecnologías y al activismo, es una mala educación. Hay que afrontar con finura y buen gusto el peligro de una educación posliteraria tosca y cercana a la barbarie.
Saturday, June 05, 2010
Dame fuego: el tabaco en el cine
Daniel Villalobos
Una de las informaciones que corrieron ayer en Twitter respecto al colapso que sufriera Gustavo Cerati en Caracas era que el músico argentino fumaba 40 cigarrillos al día. Eso es algo así como un cigarrillo y medio cada hora. Es bastante humo para alguien que se gana la vida cantando, pero el dato –que recibió las esperables rasgadas de vestidura de los anti-tabaco- me recordó la extraña relación que el cine ha tenido con los cigarrillos y los habanos desde sus inicios.
En el cine negro clásico, fumaban el héroe, la femme fatale y el villano. Fumaban los policías, los matones y hasta los ascensoristas (sí, alguna vez se pudo fumar en los ascensores). Como bien saben los fanáticos de la serie de época Mad Men, se encendían cigarrillos delante de embarazadas, bebés, ancianos y gerentes.
El cigarrillo era un elemento de caracterización tan importante como la camisa, el sombrero o la cicatriz en la mejilla. Una mujer fumando sola en un bar era una chica mala o en camino a comportarse como tal. Un tipo de corbata e impermeable fumando en una esquina era un detective o un sujeto involucrado en algún ilícito.
Hoy en día, el lobby anti-tabaco ha acorralado el vicio en pantalla a lugares muy específicos. James Bond ya no fuma –dejó de hacerlo en la etapa de Pierce Brosnan-, lo que es irónico, ya que una de las cosas que contribuyeron a matar a Ian Fleming, creador del personaje, fue su dieta diaria de dos paquetes y medio al día.
Desde Humphrey Bogart hasta Clint Eastwood, el cigarrillo era la marca de fábrica del tipo duro, macho recio e independiente. Era una escena de rigor en el Hollywood clásico que, frente a una muerte segura, el héroe se diera el minuto para encender un rubio y dar un par de piteadas antes de enfrentar su destino. Como dijera el Che Guevara en una famosa declaración, en la guerra y en la paz, el cigarro era un compañero. Y bien lo sabía él, asmático inveterado que jamás dejó el placer de un buen puro cubano en aras de su salud.
Al final, al Che lo mataron las balas de sus enemigos y no la nicotina. Lo mismo a muchos de los héroes de acción del cine clásico. Por eso resulta insólito –un verdadero viaje a otro mundo- pensar en filmes de apenas treinta años atrás y comprobar hasta qué punto el tabaco estaba presente en todas las instancias.
Un día que pillen Los Cazafantasmas en el cable fíjense en que tanto Dan Akroyd como Bill Murray fuman regularmente. Sobre todo en plena faena. Más insólito aún, en Alien, de Ridley Scott, luego de despertar de su sueño criogénico, lo primero que hacen algunos tripulantes de la nave Nostromo es prender un pucho.
Vito Corleone, según nos informa Mario Puzo en la novela de El Padrino, prefiere fumar rubios antes que habanos porque estos últimos le lastiman la garganta. Eso lo hace objeto de burla entre los otros jefes de la mafia, lo que da lo mismo, porque todos sabemos qué pasa al final con quienes no toman en serio a un Corleone.
Hasta bien entrados los años ’90, el tabaco fue un elemento clave en el cine: creaba atmósferas, daba pie a buenos diálogos, ayudaba a definir a un personaje en sólo un gesto. Muchas diferencias habían entre Truffaut, Godard, Chabrol y otros directores de la Nueva Ola francesa, pero una cosa que unía a casi todos sus personajes era el consumo estilizado y ondero de Gitanes, esos cigarrillos gruesos y blancos que también fumaba Cortázar.
Incluso los héroes de acción más musculosos y duros de los ’80 se daban el tiempo para echar humito. Noten a Schwarzzenegger prendiendo su puro luego de arrasar a sus enemigos en Depredador. Y el cigarrillo también podía ser un elemento dramático bastante efectivo, como lo supo usar Coppola en Apocalipsis Ahora (donde lo primero que hace el fotógrafo interpretado por Dennis Hopper es quitarle la cajetilla a uno de los soldados de Willard) o en La Ley de la Calle (donde el siniestro policía de gafas oscuras enciende un cigarrillo post-coital luego de matar al héroe).
Sean Young fumando esos gruesos cigarrillos de humo azul en Blade Runner. Los fósforos que delatan al asesino de Sean Connery a los ojos de Kevin Costner en Los Intocables. Los Marlboro quemándose en primerísimo primer plano en Corazón Salvaje, de David Lynch. Joe Pesci pidiendo con desesperación al camarero del hotel dos paquetes de Lucky en JFK.
Y uno de mis momentos favoritos del cine de todos los tiempos: Danny de Vito en La Guerra de los Roses, rompiendo la caja de cristal donde guarda su cigarrillo de emergencia, luego de ser visitado por una insinuante Kathleen Turner. Háblenme de símbolos fálicos, señoras y señores.
En los ’90 el cigarrillo empezó a ser acorralado. Fumaban los villanos muy malvados o los antihéroes destrozados por la vida, como ese gran Bruce Willis de El Ultimo Boy Scout, capaz de matar a un tipo de un puñetazo para que le dejara encender su cigarrillo.
Fumaba también el Cancer Man, el villano de los Expedientes Secretos X, el hombre que escondía una conspiración mundial tras una nube de humo y que protagonizó Memorias de un Fumador, el mejor episodio de la serie y no me vengan con cuentos.
Hoy día el tabaco es un vicio feo y sucio y para ejercerlo en pantalla impunemente tienes que ser un hobbit o el Gran Mago Gris. En He’s Not That Into You incluso es antecedente para que una mujer pida el divorcio. Una de las mejores películas de los últimos veinte años, El Informante, trataba sobre los sucios manejos de las tabacaleras para esconder el daño que causaban sus productos.
El único héroe que fuma en estos tiempos es Hellboy, lo que tiene sentido porque es un demonio venido de las profundidades del infierno y seguro que a él los habanos no le hacen daño como a nosotros.
Pero ¿saben qué? Echo de menos los viejos tiempos del humo subiendo por la pantalla en glorioso widescreen. Extraño el humo en cámara lenta de las películas de Wong Kar-Wai. Incluso me simpatiza Tarantino por haber inventado los Red Apple, la marca falsa de cigarrillos que aparece en muchos de sus filmes.
Hoy día estamos acorralados. Muchos bares y restaurantes no aceptan fumadores o los empujan a secciones cochambrosas que huelen a cenicero. Y está bien que así sea. No soy tonto: sé lo que provoca el cigarrillo y sé que es un vicio maligno y dañino. Estoy a favor de los impuestos, de que no se le venda tabaco a menores y de que la legislación sea más estricta.
Pero fumo. Desde los quince años. Y una de las razones por las que me cayó bien Rob Gordon en Alta Fidelidad era que el tipo fumaba. No demasiado. De vez en cuando. Siempre que la vida le mostraba el puño, cada vez que se sentía solo o perdido. Las mujeres fallaban. El cigarrillo no.
Vamos, ¿tienes fuego?
Daniel Villalobos
Una de las informaciones que corrieron ayer en Twitter respecto al colapso que sufriera Gustavo Cerati en Caracas era que el músico argentino fumaba 40 cigarrillos al día. Eso es algo así como un cigarrillo y medio cada hora. Es bastante humo para alguien que se gana la vida cantando, pero el dato –que recibió las esperables rasgadas de vestidura de los anti-tabaco- me recordó la extraña relación que el cine ha tenido con los cigarrillos y los habanos desde sus inicios.
En el cine negro clásico, fumaban el héroe, la femme fatale y el villano. Fumaban los policías, los matones y hasta los ascensoristas (sí, alguna vez se pudo fumar en los ascensores). Como bien saben los fanáticos de la serie de época Mad Men, se encendían cigarrillos delante de embarazadas, bebés, ancianos y gerentes.
El cigarrillo era un elemento de caracterización tan importante como la camisa, el sombrero o la cicatriz en la mejilla. Una mujer fumando sola en un bar era una chica mala o en camino a comportarse como tal. Un tipo de corbata e impermeable fumando en una esquina era un detective o un sujeto involucrado en algún ilícito.
Hoy en día, el lobby anti-tabaco ha acorralado el vicio en pantalla a lugares muy específicos. James Bond ya no fuma –dejó de hacerlo en la etapa de Pierce Brosnan-, lo que es irónico, ya que una de las cosas que contribuyeron a matar a Ian Fleming, creador del personaje, fue su dieta diaria de dos paquetes y medio al día.
Desde Humphrey Bogart hasta Clint Eastwood, el cigarrillo era la marca de fábrica del tipo duro, macho recio e independiente. Era una escena de rigor en el Hollywood clásico que, frente a una muerte segura, el héroe se diera el minuto para encender un rubio y dar un par de piteadas antes de enfrentar su destino. Como dijera el Che Guevara en una famosa declaración, en la guerra y en la paz, el cigarro era un compañero. Y bien lo sabía él, asmático inveterado que jamás dejó el placer de un buen puro cubano en aras de su salud.
Al final, al Che lo mataron las balas de sus enemigos y no la nicotina. Lo mismo a muchos de los héroes de acción del cine clásico. Por eso resulta insólito –un verdadero viaje a otro mundo- pensar en filmes de apenas treinta años atrás y comprobar hasta qué punto el tabaco estaba presente en todas las instancias.
Un día que pillen Los Cazafantasmas en el cable fíjense en que tanto Dan Akroyd como Bill Murray fuman regularmente. Sobre todo en plena faena. Más insólito aún, en Alien, de Ridley Scott, luego de despertar de su sueño criogénico, lo primero que hacen algunos tripulantes de la nave Nostromo es prender un pucho.
Vito Corleone, según nos informa Mario Puzo en la novela de El Padrino, prefiere fumar rubios antes que habanos porque estos últimos le lastiman la garganta. Eso lo hace objeto de burla entre los otros jefes de la mafia, lo que da lo mismo, porque todos sabemos qué pasa al final con quienes no toman en serio a un Corleone.
Hasta bien entrados los años ’90, el tabaco fue un elemento clave en el cine: creaba atmósferas, daba pie a buenos diálogos, ayudaba a definir a un personaje en sólo un gesto. Muchas diferencias habían entre Truffaut, Godard, Chabrol y otros directores de la Nueva Ola francesa, pero una cosa que unía a casi todos sus personajes era el consumo estilizado y ondero de Gitanes, esos cigarrillos gruesos y blancos que también fumaba Cortázar.
Incluso los héroes de acción más musculosos y duros de los ’80 se daban el tiempo para echar humito. Noten a Schwarzzenegger prendiendo su puro luego de arrasar a sus enemigos en Depredador. Y el cigarrillo también podía ser un elemento dramático bastante efectivo, como lo supo usar Coppola en Apocalipsis Ahora (donde lo primero que hace el fotógrafo interpretado por Dennis Hopper es quitarle la cajetilla a uno de los soldados de Willard) o en La Ley de la Calle (donde el siniestro policía de gafas oscuras enciende un cigarrillo post-coital luego de matar al héroe).
Sean Young fumando esos gruesos cigarrillos de humo azul en Blade Runner. Los fósforos que delatan al asesino de Sean Connery a los ojos de Kevin Costner en Los Intocables. Los Marlboro quemándose en primerísimo primer plano en Corazón Salvaje, de David Lynch. Joe Pesci pidiendo con desesperación al camarero del hotel dos paquetes de Lucky en JFK.
Y uno de mis momentos favoritos del cine de todos los tiempos: Danny de Vito en La Guerra de los Roses, rompiendo la caja de cristal donde guarda su cigarrillo de emergencia, luego de ser visitado por una insinuante Kathleen Turner. Háblenme de símbolos fálicos, señoras y señores.
En los ’90 el cigarrillo empezó a ser acorralado. Fumaban los villanos muy malvados o los antihéroes destrozados por la vida, como ese gran Bruce Willis de El Ultimo Boy Scout, capaz de matar a un tipo de un puñetazo para que le dejara encender su cigarrillo.
Fumaba también el Cancer Man, el villano de los Expedientes Secretos X, el hombre que escondía una conspiración mundial tras una nube de humo y que protagonizó Memorias de un Fumador, el mejor episodio de la serie y no me vengan con cuentos.
Hoy día el tabaco es un vicio feo y sucio y para ejercerlo en pantalla impunemente tienes que ser un hobbit o el Gran Mago Gris. En He’s Not That Into You incluso es antecedente para que una mujer pida el divorcio. Una de las mejores películas de los últimos veinte años, El Informante, trataba sobre los sucios manejos de las tabacaleras para esconder el daño que causaban sus productos.
El único héroe que fuma en estos tiempos es Hellboy, lo que tiene sentido porque es un demonio venido de las profundidades del infierno y seguro que a él los habanos no le hacen daño como a nosotros.
Pero ¿saben qué? Echo de menos los viejos tiempos del humo subiendo por la pantalla en glorioso widescreen. Extraño el humo en cámara lenta de las películas de Wong Kar-Wai. Incluso me simpatiza Tarantino por haber inventado los Red Apple, la marca falsa de cigarrillos que aparece en muchos de sus filmes.
Hoy día estamos acorralados. Muchos bares y restaurantes no aceptan fumadores o los empujan a secciones cochambrosas que huelen a cenicero. Y está bien que así sea. No soy tonto: sé lo que provoca el cigarrillo y sé que es un vicio maligno y dañino. Estoy a favor de los impuestos, de que no se le venda tabaco a menores y de que la legislación sea más estricta.
Pero fumo. Desde los quince años. Y una de las razones por las que me cayó bien Rob Gordon en Alta Fidelidad era que el tipo fumaba. No demasiado. De vez en cuando. Siempre que la vida le mostraba el puño, cada vez que se sentía solo o perdido. Las mujeres fallaban. El cigarrillo no.
Vamos, ¿tienes fuego?
Alma
Francisco Mouat
El otro día leí un poema de Wislawa Szymborska llamado "Algo sobre el alma" que me encantó. Empieza así: "Alma se tiene a veces./ Nadie la posee sin pausa/ y para siempre".
He leído varias veces el poema desde entonces, de su libro Instante, y estoy maravillado del talento, la precisión de sus versos, su mirada veterana y lúcida, esa sensibilidad extraordinaria, absolutamente única, que la ocupa: "Es algo quisquillosa:/ con disgusto nos ve en la muchedumbre,/ le repugna nuestra lucha por supuestas ventajas/ y el rumor de los negocios". El remate del poema sugiere una magnífica relación de a dos: "Según parece,/ así como ella a nosotros,/ nosotros a ella/ también le servimos de algo".
¿Puede el alma desentenderse de nosotros? ¿Puede ella darse el lujo de existir sin nosotros? Servirle de algo al alma es reconocer que nos necesitamos mutuamente, y que vivir en sintonía con ella vale la travesía.
En un planeta donde todo parece estar en venta, una de las transacciones más significativas, feroces y recurrentes es la del alma. No sólo el diablo las compra. A veces se venden al primer postor con cara de ángel por unos pocos pesos, a veces no nos damos ni cuenta y alguien, otro, se apoderó de ella; hay quienes se hacen de rogar pero al final ceden a cambio de un precio razonable. Lo complicado es que esté en venta, que la pongamos a disposición a cambio de algo: un sueldo, una gratificación, un bono, amor, a veces sólo un poco de cariño, un ascenso, la fama, el reconocimiento, la vanidad, el aplauso, alguna adicción, algún descuento en futuras compras. La transamos y creemos que ella se independiza de nosotros, pero está visto que ahora será el alma de otro la que nos gobierne. Para que te compren el alma, ayuda el hecho de que sólo te interese sobrevivir. Hay muchos que no tienen ni idea de que un alma los constituye en lo esencial, y por lo tanto difícilmente podrían preocuparse de estar vendiéndola.
Hay preguntas del alma que seguramente no alcanzaremos a responder en vida. Szymborska: "Qué ha sido de decenas de personas: /¿nos habremos conocido realmente?/ Qué intentaba decirme M/ cuando ya no podía hablar". ¿Qué hace uno con aquellas preguntas que se formula a cada rato y que no tienen respuesta? ¿Por qué las manos de mi padre -lo verifiqué nuevamente pocos días atrás- se han adolorido tanto en estos últimos años, al punto que ahora no puedo estrecharlas como quiero en señal de amor y gratitud? ¿Por qué me cuesta tanto decirle a mi madre que la extraño permanentemente, que hay conversaciones entre nosotros que tal vez nunca se verbalicen, pero que, sin embargo, sus ojos, cuando puedo verlos, me hablan con fuerza de lo que han vivido y observado sobre la Tierra y en su propia alma?
Conozco a muchísimas personas cuya alma pareciera importarles un bledo. Y no estoy hablando de los que no profesan religión, ni se santiguan, ni van a la iglesia a supuestamente salvar el alma de la tentación del demonio. Personalmente yo tampoco me ocupo de estos menesteres. El alma de la que hablo es aquella íntima e indefinible materia individual que brilla cuando se pone en movimiento y tiene la fuerza de irradiar cuando se comparte con otros. El alma de la que hablo es a veces un destello en los que te rodean, el impulso que te mueve a encontrarte con esas otras personas que están fuera de ti pero que por alguna razón -no solamente el azar- forman parte de tu paisaje y tu mundo. Hablo de almas que se tocan y llegan a amarse: reales, vívidas, carnales, y también fantásticas. Hablo de almas que se extravían, se salen a buscar desesperadamente y finalmente se encuentran.
Hablo de dejar el alma allí donde tu ser más profundo quiera hacerlo, y no donde otros esperan que lo hagas o decidan por ti. Hablo de un poco de dignidad, que sumado a un poco de piedad y a un poco menos de crueldad, permita que el comercio de almas deje de ser el negocio que es en los tiempos que corren.
Francisco Mouat
El otro día leí un poema de Wislawa Szymborska llamado "Algo sobre el alma" que me encantó. Empieza así: "Alma se tiene a veces./ Nadie la posee sin pausa/ y para siempre".
He leído varias veces el poema desde entonces, de su libro Instante, y estoy maravillado del talento, la precisión de sus versos, su mirada veterana y lúcida, esa sensibilidad extraordinaria, absolutamente única, que la ocupa: "Es algo quisquillosa:/ con disgusto nos ve en la muchedumbre,/ le repugna nuestra lucha por supuestas ventajas/ y el rumor de los negocios". El remate del poema sugiere una magnífica relación de a dos: "Según parece,/ así como ella a nosotros,/ nosotros a ella/ también le servimos de algo".
¿Puede el alma desentenderse de nosotros? ¿Puede ella darse el lujo de existir sin nosotros? Servirle de algo al alma es reconocer que nos necesitamos mutuamente, y que vivir en sintonía con ella vale la travesía.
En un planeta donde todo parece estar en venta, una de las transacciones más significativas, feroces y recurrentes es la del alma. No sólo el diablo las compra. A veces se venden al primer postor con cara de ángel por unos pocos pesos, a veces no nos damos ni cuenta y alguien, otro, se apoderó de ella; hay quienes se hacen de rogar pero al final ceden a cambio de un precio razonable. Lo complicado es que esté en venta, que la pongamos a disposición a cambio de algo: un sueldo, una gratificación, un bono, amor, a veces sólo un poco de cariño, un ascenso, la fama, el reconocimiento, la vanidad, el aplauso, alguna adicción, algún descuento en futuras compras. La transamos y creemos que ella se independiza de nosotros, pero está visto que ahora será el alma de otro la que nos gobierne. Para que te compren el alma, ayuda el hecho de que sólo te interese sobrevivir. Hay muchos que no tienen ni idea de que un alma los constituye en lo esencial, y por lo tanto difícilmente podrían preocuparse de estar vendiéndola.
Hay preguntas del alma que seguramente no alcanzaremos a responder en vida. Szymborska: "Qué ha sido de decenas de personas: /¿nos habremos conocido realmente?/ Qué intentaba decirme M/ cuando ya no podía hablar". ¿Qué hace uno con aquellas preguntas que se formula a cada rato y que no tienen respuesta? ¿Por qué las manos de mi padre -lo verifiqué nuevamente pocos días atrás- se han adolorido tanto en estos últimos años, al punto que ahora no puedo estrecharlas como quiero en señal de amor y gratitud? ¿Por qué me cuesta tanto decirle a mi madre que la extraño permanentemente, que hay conversaciones entre nosotros que tal vez nunca se verbalicen, pero que, sin embargo, sus ojos, cuando puedo verlos, me hablan con fuerza de lo que han vivido y observado sobre la Tierra y en su propia alma?
Conozco a muchísimas personas cuya alma pareciera importarles un bledo. Y no estoy hablando de los que no profesan religión, ni se santiguan, ni van a la iglesia a supuestamente salvar el alma de la tentación del demonio. Personalmente yo tampoco me ocupo de estos menesteres. El alma de la que hablo es aquella íntima e indefinible materia individual que brilla cuando se pone en movimiento y tiene la fuerza de irradiar cuando se comparte con otros. El alma de la que hablo es a veces un destello en los que te rodean, el impulso que te mueve a encontrarte con esas otras personas que están fuera de ti pero que por alguna razón -no solamente el azar- forman parte de tu paisaje y tu mundo. Hablo de almas que se tocan y llegan a amarse: reales, vívidas, carnales, y también fantásticas. Hablo de almas que se extravían, se salen a buscar desesperadamente y finalmente se encuentran.
Hablo de dejar el alma allí donde tu ser más profundo quiera hacerlo, y no donde otros esperan que lo hagas o decidan por ti. Hablo de un poco de dignidad, que sumado a un poco de piedad y a un poco menos de crueldad, permita que el comercio de almas deje de ser el negocio que es en los tiempos que corren.
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