Los gestos según Darwin
Marco Silva
Las pocas fotos de Charles Darwin lo muestran inexpresivo, con la mirada perdida, como si buscara algo en el suelo. Tal vez sea timidez o algo de desencanto. Es el mismo Darwin que conocemos como una celebridad científica, cuya obra es pilar del conocimiento moderno. Su teoría sobre la evolución de las especies le valió una reacción conservadora brutal en su época. Aunque hasta nuestros días se mantienen algunos grupos fundamentalistas religiosos que se declaran contrarios a su teoría, Darwin sigue tan vigente y polémico como en sus mejores tiempos.
Algunos seguidores de sus planteamientos los han instalado como parte de un debate con insospechadas implicancias. Y cada cierto tiempo, vuelve a sorprendernos. Además de su libro capital "El origen de las especies", hay un grupo de textos menos conocidos, pero no menos fundamentales. "The expression of the emotions in man and animals" es uno de ellos. Recoge la observación minuciosa de las notas que tomó durante su travesía en el barco Beagle. Como Darwin desconocía los idiomas de los lugares que visitaba, comenzó a estudiar los gestos de los rostros de la gente en diversos ambientes y encontró rasgos comunes. Luego, al examinar el comportamiento de ciertos tipos de animales, puso en evidencia los signos primarios que sobreviven a la evolución de nuestra cultura y lenguaje.
Este magnífico texto tiene como objeto señalar una teoría general de los principios de las expresiones físicas del hombre y de algunos otros seres investigados. En 14 capítulos explica cómo el cuerpo, en especial el rostro humano, expresa emociones y pensamientos tomando como punto de inflexión los gestos involuntarios, que hacen mover los cientos de músculos de la cara de manera que nuestro cerebro se adelanta al habla. Darwin estableció un principio de separación cultural entre ambientes diversos, donde el escudo de nuestros rostros opera en base a códigos, fruto de historias distintas y convenciones apropiadas a ese contexto. Descubrió que un grupo de esas emociones -como alegría, pena, rabia, vergüenza, determinación o culpa- se reflejan en el rostro de la misma manera.
La base común de lo que nos hace humanos por sobre la separación de razas, credos y lugares geográficos, se estableció como un patrón con el que Darwin pudo interpretar ciertas actitudes para dialogar con gestos en ciertos lugares del mundo donde era imposible entenderse por el lenguaje oral. Producto de este libro, la psicología gestual, la semiología médica y la ciencia social encontraron un hilo de pensamiento sistemático. Un libro de 1872 que hace algunos años fue reeditado por Paul Ekman, decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de California, Berkeley, quien llevó ese pensamiento un paso adelante.
Sobre la investigación de Darwin, Ekman fue capaz de reconocer que esos signos del rostro permiten determinar la divergencia en la voluntad de una persona. Si bien la voluntad controla el discurso, desde el habla hasta los gestos estudiados que acompañan, nuestro cerebro es más rápido que esa construcción y despacha instrucciones al cuerpo -que corregimos casi de inmediato-, pero que delatan nuestras mentiras. Se trata de microgestos involuntarios que aparecen en situaciones inesperadas o ante presiones sorpresivas.
Paul Ekman mantiene un centro de investigación privado que tiene entre sus clientes a empresas de seguridad, agencias del gobierno norteamericano y grandes corporaciones. Se hizo famoso en un documental sobre el rostro humano realizado por la BBC y luego por servir de inspiración para la serie Lie to Me (Miénteme), de FOX, en que el actor Tim Roth construye un personaje en torno a la figura y el tipo de trabajo de Ekman. Cada caso contiene un enigma, en el cual las convenciones intentan determinar lo que es correcto y -supuestamente- verdadero, aunque las piezas no calcen. Ante cada microgesto que deja el cerebro, en un estado que podríamos llamar salvaje o primario, se nos muestra también la mentira, la incoherencia entre lo que se dice y lo que finalmente se ve.
El gran secreto de Darwin y su discípulo Ekman consiste en que la detección de lo involuntario en el emisor de un mensaje, también tiene implicancias insospechadas en el receptor. Cuando se declara que algo similar a la intuición nos impide creer o tener confianza en alguien, es que cada gesto del otro es procesado por nuestros cerebros más allá de sus palabras, y nos quedamos en algo que no podemos verbalizar aunque reconocemos. Se instala un aire de sospecha. Alguien miente y lo sabemos por su cara.
The expression of the emotions in man and animals
De Charles Darwin
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