Ascanio Cavallo
Robert Frost (Michael Sheen) es un conductor de televisión inglés que, después de un comienzo glorioso como entrevistador de celebridades, vive una especie de exilio de segunda clase en Australia. Richard Nixon (Frank Langella), ex Presidente de Estados Unidos, rumia todavía en su rancho de San Clemente, cuatro años después, su resentida renuncia tras el escándalo Watergate.
Así presenta esta película a los dos protagonistas de uno de los grandes momentos de la televisión mundial: las entrevistas en que Nixon reconoció ante Frost que había cometido un ilícito con el caso Watergate. Las asimetrías entre Frost y Nixon no los alejan, sino que los acercan. Nixon tuvo el cargo más poderoso del mundo, pero adoraría ser querido; Frost disfrutó de inmensa popularidad, pero desearía ser tomado en serio. Nixon, un hombre serio y duro, oculta su lascivia; Frost, un frívolo conquistador, esconde su esencial debilidad. Nixon no teme a su entrevistador y pretende manipularlo; Frost siente que se juega la vida en una confesión que no parece posible.
A pesar de que los asesores de Frost, el bravo periodista Bob Zelnick (Oliver Platt) y el investigador James Reston Jr. (Sam Rockwell), le exigen apretarlo hasta que duela, una corriente secreta parece unir al previsto victimario con la supuesta víctima. Nixon (de paso: el séptimo Presidente más recreado por el cine y la TV de EE.UU., después de Lincoln, Washington, Grant, los dos Roosevelt y Kennedy) es más bravo de lo que sugiere su pequeña codicia, concentrada en el precio de los diálogos televisivos.
Las entrevistas entre Frost y Nixon fueron extensas, por lo que, como es natural, esta historia las condensa hasta el mínimo. En la misma operación, se ve forzada a juzgarlas de manera sumaria. El espectador debe aceptar que una u otra fue mala o buena porque así lo dicen los asesores, que casi siempre están de malas pulgas. Esta dimensión es lo más ingrato de Frost/Nixon: una dramatización que se autocomenta, que hace competir, de manera desleal, la expertise de sus personajes contra la escasa información del espectador.
Quizás es un defecto insalvable en una película que no habla de ideas ni de política, sino de caracteres. En el relato, lo que hunde a Nixon en la historia puede ser lo que haga momentáneamente grande a Frost. Pero dentro del mismo relato está también la sugerencia de que, al cabo del tiempo, Nixon sigue reverberando como un insondable misterio humano, mientras que a Frost se lo recuerda sólo cuando aparece una película como esta.
Wednesday, April 15, 2009
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