Thursday, May 21, 2009

Tal Ben-Shahar en Chile
LOS SECRETOS DEL GURÚ DE LA ELICIDAD

Dice que era infeliz, ansioso y pesimista. De visita en Chile invitado por la Universidad Finis Terrae, el maestro que revolucionó las aulas de Harvard plantea en esta entrevista exclusiva que la felicidad es un aprendizaje y que hoy, por primera vez, está siendo estudiada como ciencia.


Cuando Tal Ben-Shahar comenzó a enseñar su cátedra sobre la felicidad, en Harvard, un estudiante que no tomaba su clase se le acercó con interés. "Usted es el que enseña felicidad… mi compañero de cuarto es su alumno", le dijo, y enseguida le advirtió: "Tendrá que ser muy cuidadoso ahora, porque si lo veo infeliz, le diré a mi amigo".

La anécdota no le pareció del todo graciosa a este experto en sicología positiva, un israelí de 38 años, campeón de squash, padre de tres hijos, que vive en Tel Aviv y que hoy recorre el mundo dando charlas. Y no le pareció gracioso porque sólo los sicópatas y los muertos, dice, son los que no experimentan emociones dolorosas. El gurú de la felicidad, como le llaman, plantea que todos los humanos tienen derecho a sentirse infelices, incluso él.

–Una vida feliz no está en el nivel máximo todo el tiempo –explica, momentos antes de hablar en la primera de las dos charlas que dictaría en Chile, una en la Universidad Finis Terrae y otra para invitados de Mastercard–. Hay que aceptar los altos y bajos como parte de la vida del ser humano.

Ben-Shahar distingue estos matices, pero lo que propone –lo que lo convirtió en el profesor con la cátedra más popular en Harvard, con más de 800 alumnos– tiene mucho de revolucionario: todos podemos ser más felices de lo que somos, más allá de la genética y las condiciones sociales. Es una cuestión de aprendizaje, que se puede lograr con ejercicios y disciplina. Como si se tratara de matemáticas.

Hace unos años ya que la felicidad salió del ámbito de los anhelos íntimos y se convirtió en un asunto de discusión pública. Hoy, la felicidad de las naciones es cuantificada en una base de datos –World Database of Happiness–, es el tópico de interés de encuestas y estudios sociológicos. Economistas como Richard Layard y su libro Happiness: lessons from a new science han propuesto, incluso, que la felicidad sea un parámetro para medir el progreso de los países, y hasta polémicas han armado quienes se han levantado contra la felicidad, como Eric Wilson, quien asegura que los felices de hoy serán los tristes de mañana, cuando se frustren sus sueños de alegría. Así, la felicidad se convirtió en ciencia. Y a Tal Ben-Shahar lo han nombrado su gurú.

–Por primera vez tenemos científicos haciendo investigaciones académicas para averiguar cómo la gente, las relaciones, las escuelas, las organizaciones, los países, pueden ser más felices.

Ben-Shahar propone una serie de acciones que, de seguirse con disciplina, ayudan a alcanzar la felicidad. Anotar a diario las cosas por las cuales vale la pena dar las gracias, por ejemplo. Mantenerse activo físicamente. No torturarse con preguntas sobre la propia felicidad, sino reflexionar si se es más feliz que antes. Aceptar el fracaso como parte de la vida, y aprender de ello. En su cátedra, sus alumnos deben practicar estos ejercicios, además de leer estudios sobre felicidad y escribir sus propios ensayos. El profesor dice que incluso los escépticos cambian de opinión cuando toman su clase.

SIGNIFICADO + PLACER

Antes de convertirse en sicólogo y maestro de la felicidad, Ben-Shahar sufría de una constante insatisfacción con su vida. En esos años estudiaba Ciencias de la Computación en Harvard, era un atleta que ganaba premios, tenía amigos y una novia. Pero era infeliz.

–No había una razón real que yo pudiera entender. Pensaba: cuando entres a una buena universidad, serás feliz. Y llegué a una buena universidad y fui feliz por un mes y luego retrocedí. Luego me dije cuando gane el campeonato de squash, y ganaba el campeonato y era feliz por un mes. Cuando tenga una novia, pensaba, y tenía una maravillosa novia que me hacía feliz por un mes y luego retrocedía a como me sentía antes. Todo el tiempo pensaba que la próxima cosa me haría feliz, pero eso nunca ocurría. Entendí que algo marchaba mal no con mi vida vista desde fuera, sino desde dentro.

Dejó las ciencias de la computación y comenzó a estudiar filosofía y sicología, específicamente la sicología positiva. La estudió diez años: recién entonces supo qué le ocurría.

–Entendí que el éxito externo tiene muy poco que ver con la felicidad en el corto plazo, porque rápidamente volvemos a sentirnos como nos sentíamos antes.

–Y el dinero, por ejemplo, ¿hace la diferencia?

–Alguna gente cree que si gana la lotería serán felices por el resto de sus vidas, pero hay estudios que indican que los hace felices por cerca de tres meses. Para gente que no tiene plata para comida, que no tiene casa, que no tiene para una educación mínima, ganar más dinero influye en su felicidad. Pero cuando tenemos cubiertas nuestras necesidades básicas, el dinero adicional contribuye muy poco. La pregunta es ¿qué nos hace felices?

En su bestseller Happier definió la felicidad como una combinación entre significado y placer. "Si trabajo en algo que es significativo para mí, si siento que es importante, si creo que hace la diferencia, y si además disfruto de mi trabajo y experimento placer, entonces, mi trabajo me entrega felicidad", ejemplifica. Si lo que hacemos es sólo significativo o sólo placentero, aquello no es suficiente para sostener la felicidad, postula Ben-Shahar, al tiempo que precisa que es imposible experimentar significado y placer todo el tiempo, "pero si lo experimentas la mayor parte del tiempo, es una relación feliz".

–Usted ha escrito que hay una relación entre religión y felicidad. ¿Ser religioso influye en la felicidad personal?

–En general, cuando observas las investigaciones, la gente religiosa generalmente es más feliz que la no religiosa. La religión entrega significado: sé por qué me levanto cuando despierto en las mañanas, sé lo que estoy haciendo cuando voy a la iglesia los domingos. Sabemos que la gente que expresa gratitud es más feliz que la que no lo hace, y en la religión hay un mecanismo interno, que te conduce a la gratitud.

–Entonces, para los ateos es más difícil ser felices.

–Sí, porque no tienen un mecanismo regular, como sí ocurre con la religión. Un buen predictor de felicidad son las relaciones cercanas con gente de las que nos preocupamos, ya sea mi pareja romántica, mis padres, mis hijos, mis mejores amigos. La religión nos provee de un grupo. Pero no debo ser religioso para tener estas cosas. Puedo encontrarle sentido a la vida si encuentro un trabajo con significado.

–Hay quienes plantean que luego de un gran dolor es posible valorar la vida y ser más feliz que antes.

–En estudios en enfermos terminales, en gente con cáncer a quienes les dan entre 3 a 6 meses de vida, muchos de los encuestados declaran que por primera vez se sienten vivos. Porque por primera vez aprecian respirar, una caminata en medio de los árboles, una flor, los amigos cercanos que tienen. ¿Necesitamos esperar? ¿Esperar algo a veces muy trágico para valorar que la felicidad está dentro de nosotros y alrededor de nosotros? No, si cultivamos la capacidad de gratitud.

Ben-Shahar cita constantemente estudios que avalan su planteamiento: "hay investigaciones", asegura, "que muestran que la gente que escribe una lista de cinco cosas por las cuales debe agradecer es gente más feliz, más optimista, más exitosa, físicamente saludable, más simpática y más generosa con los demás". Bastaría, plantea, sólo con hacer foco en aquello bueno que nos sucede.

–¿Existen países más felices que otros, como aseguran diversos estudios?

–Los que tienen políticas de libertad, las democracias, son más felices que aquellos que viven en dictadura. Países donde la mayoría de la gente tiene sus necesidades básicas satisfechas (comida, techo, educación), son más felices. La razón por la cual los países latinoamericanos son más felices es porque las familias son muy valoradas. En los Estados Unidos, la gente se ha vuelto menos feliz porque hay menos énfasis en las familias, están enfocados en el éxito, en el trabajo, en conseguir un ascenso, en tener más dinero. Tienen menos tiempo para pasar con sus familias, menos tiempo para estar con sus amigos. En países como Chile o como Israel, donde yo vivo, es más importante tener tiempo de calidad con la gente que se quiere.

–¿Es posible que los países mantengan sus índices de felicidad en medio de una crisis económica?

–Estudios recientes en Estados Unidos, en gente que ha perdido su trabajo, muestran que los que hablan de eso, no inmediatamente pero sí al tiempo se sienten mejor y están más dispuestos a encontrar trabajo antes. Están dispuestos a aprender de la experiencia y expresar sus emociones. En los momentos difíciles, ya sea las crisis económicas o cuando uno pierde a un ser querido o cuando termina una relación, es importante experimentar las emociones, ya sea escribiéndolas, conversando, expresando el dolor en vez de reprimirlo dolor. Cuando lo hacemos, estamos más dispuestos a superar el problema y a recuperarnos. No creo que las cosas ocurran para mejor, sí creo que alguna gente es capaz de hacer lo mejor a partir de las cosas que ocurren. Que las cosas pasen para mejor es una aproximación pasiva. Sacar lo mejor de las cosas que pasan es una aproximación activa. Tomas el control.

–En ese sentido, ¿es posible que las naciones encuentren un discurso que apele a la felicidad?

–El mensaje de Barack Obama, por ejemplo, era una palabra: esperanza. La esperanza o el optimismo están asociados a altos niveles de felicidad y éxito. De hecho hay estudios que muestran que políticos que hablan de optimismo con significado tienen más éxito. Basta pensar en Martin Luther King, su discurso Yo tengo un sueño fue muy poderoso. La gente los sigue. ¿Qué han vendido los grandes líderes de la historia? Esperanza. Fe. Los líderes capaces de construir estos discursos son capaces de elevar los niveles de felicidad.



SIMPLES EJERCICIOS PARA SER FELIZ PROPONE BEN-SHAHAR EN HAPPIER, SU BESTSELLER.



"LOS POLÍTICOS QUE HABLAN DE OPTIMISMO CON SIGNIFICADO TIENEN MÁS ÉXITO", PLANTEA.


RITUAL PARA NIÑOS FELICES

Tal Ben-Shahar plantea que, si bien una infancia feliz puede incluir en una adultez feliz, aquello no es del todo categórico. "Aunque tengamos la mejor infancia y los mejores padres, igual experimentaremos dolor en nuestras vidas, porque somos seres humanos. Cualquier persona puede ser más feliz. Si tenemos una infancia infeliz, por nuestros genes o porque tuvimos experiencias difíciles, podemos también llegar a ser más felices".

–¿Es posible entregar a los niños herramientas para que sean más felices?

–Cada noche antes de irse a dormir le pregunto a David, mi hijo mayor de cinco años, ¿qué fue divertido hoy? Él me responde y me pregunta y a ti, ¿qué te divirtió? Es un ritual, un hábito que hacemos todas las noches. Alrededor de la mesa de la cena, uno debe preguntarles qué cosas del día estuvieron difíciles y qué fue lo bueno. Aprenden a ver la realidad como un todo. Quejarse es importante, pero también lo es apreciar lo bueno.

Es muy importante hablarles del esfuerzo que conlleva trabajar duro, más que decirles eres tan inteligente, tan talentoso. Porque cuando les decimos eso ponemos presión en ellos y comienzan a sentir miedo de fallar. Si le dices has puesto esfuerzo en esto, y luego fallan, no importa: trabajarán incluso más. Estos errores los cometen los padres con muy buenas intenciones. Lo mismo ocurre si ni lo hacen bien. Si no les va bien, debes decirle no trabajaste lo suficiente, puedes hacerlo mejor si pones más esfuerzo. Se trata de poner el foco en el viaje más que en la meta.

POR MARCELA ESCOBAR




Hola, viejo!

FRANCISCO MOUAT

Mediodía de lunes. Estoy terminando de leer el libro El material humano, del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, en un café de Ñuñoa. Llevo unas tres horas leyendo esta magnífica historia, que arranca el día en que el autor se entera del descubrimiento de miles de carpetas, cajas y sacos con fichas policiales de ciudadanos de Guatemala de casi todo el siglo veinte en un recinto que alguna vez fue centro de torturas. Entre mis apuntes del libro que leo, una cita de Borges -referida por Bioy Casares- que recoge Rey Rosa: "El destino es siempre desmedido: castiga un instante de distracción, el azar de tomar a la izquierda y no a la derecha, a veces con la muerte".

Suena el celular. Veo en la pantalla y es mi padre que llama. No es frecuente que lo haga. Atiendo de inmediato: "¡Hola, viejo!". "Soy tu mamá, Pancho", responde la voz suave y sorpresiva de mi madre. Me explica que están en la clínica desde anoche, que mi papá se cayó ayer en la tarde, se sacó la mugre y se fracturó el hombro, y que ahora los médicos evalúan si operan o aplican un tratamiento traumatológico. Logro hablar con él: está tranquilo, con voz firme, esperando resignado a que dictaminen qué hacer con la fractura. "Hay que tomarlo con humor", dice. Quedo de ir a verlo un rato en la tarde. Termino a Rey Rosa. Me digo a mí mismo que es uno de los libros que más he disfrutado leer en el último tiempo, buenísimo. De una patada, además: qué placer.

Pago el café y me voy caminando. Pienso en mi padre, en lo de tomarse las cosas con humor, en el gesto que tuvo la semana pasada, cuando dejó sin aviso en la recepción del edificio donde vivo un sobre a mi nombre. Lo recogí ese día en la noche cuando llegué, un poco tarde, sorprendido de encontrar una carta suya para mí. Su letra de médico la reconozco desde niño, cuando la ensayaba para falsificar justificativos escolares que me eximieran de hacer educación física. Subí en ascensor y traté de recordar si alguna vez en mis cuarenta y siete años de vida había recibido una carta suya. No recordé ninguna. Me puse nervioso: ¿y si quiere hacerme una confesión impresionante, contarme un secreto muy bien guardado, narrarme algún mal presentimiento? No quería abrir el sobre. Entré a la pieza y le conté a la Solcita lo que traía en las manos. "¿Qué esperas? ¡Ábrelo!". Obedecí. Era sólo una hoja doblada y escrita a mano, junto a un par de fotografías nocturnas del único viaje que hicimos los dos solos. En una foto aparecía él, enérgico, esbelto y radiante junto a una fuente de agua, y en la otra estaba yo durmiendo a pata suelta sentado en una silla en la vereda, cerca del mar. Su texto era breve: "Señor Francisco Mouat. Adjunto encontrará dos fotografías tomadas en Niza hace algunos años. El contraste es evidente. En una aparece un señor sentado en el borde de una fuente con actitud resuelta, ágil, presto a enfrentar cualquier situación de la vida. A la inversa, en la otra fotografía aparece un sujeto sentado en un banco de la calle, durmiendo. Se supone que ésa haya sido la práctica para su master en el ocio". La carta ni siquiera venía firmada.

Lunes en la tarde. Lo acompaño un rato en la pieza de la clínica. No hay nadie más con nosotros. Su brazo izquierdo está totalmente inmovilizado. Luce fatal. Le preparo tostadas con mermelada y quesillo, le trozo la fruta de la compota, le echo endulzante al té, sigo atento su furiosa ingesta de la hora de once. El viejo no perdona ni una miga. Tiene hambre, buena señal. Lo ayudo a ir al baño, y de vuelta, ahora peinado y de mejor aspecto, me dice que no podrá ir esta vez a casa a dejarme el sobre, pero que tiene una nueva carta para mí: "Está encima de mi escritorio. Anda a buscarla cuando quieras". "¿Qué es esta vez?", le pregunto. "Sorpresa", contesta con risa en la cara, y vuelve a acostarse, y me quedo pensando en que nunca es tarde para recibir una carta de tu padre, aunque haya tenido que pasar casi medio siglo, especialmente cuando su propósito no es otro que agarrarte para el hueveo. En buena hora.

Carlos Peña
Domingo 10 de Mayo de 2009
La Alianza de Flores

El lanzamiento de la Coalición por el Cambio tuvo algo levemente patético. Algunos de sus integrantes no son más que una firma y un timbre. Es el caso de Norte Grande (parece nombre radical) y de los Humanistas Cristianos (con esa denominación arriesga confundirse con un grupo de catequesis o con los suscriptores del Eco de Lourdes).
Así, entonces, la verdad sea dicha, la Coalición por el Cambio se reduce al apoyo de Fernando Flores a Piñera.Y esto justifica que sea la actitud de Flores lo que debe ser analizado.Por supuesto, nadie discute el derecho del senador Flores a aliarse con la derecha, darse palmotazos con algunos de los viejos cuadros de la dictadura, asimilarse, como si fuera un anhelo inconsciente y viejo, con los sectores sociales a los que antes se opuso, adorar lo que antes quemó y quemar ahora, con esmero, lo que apenas ayer adoró.
Todo eso es parte de la libertad de cada uno, y nadie debiera condenarlo por eso.
Lo que no resulta razonable es que ese palmoteo con algunos de los viejos cuadros de la dictadura —a cambio, además, de dos o tres diputaciones— sea presentado por el senador como el cambio que Chile necesita o como la superación moral de las viejas fracturas que dividen al país.
Eso sí que es demasiado.
Y es que una cosa es hacer lo que a uno le plazca, y otra distinta es convencer a los demás de que lo que uno hizo posee dignidad moral o histórica.
Una cosa tiene dignidad —enseña Kant— cuando no tiene precio; es decir, cuando no es objeto ni de intercambio ni de negociación. En otras palabras, cuando está más allá del cálculo de utilidades. Justo lo contrario de lo que hizo Flores con su adhesión a Piñera, que, todos lo sabemos, regateó y negoció a más no poder, hasta erigirse en el orador central del acto de esta semana: apenas una medida compensatoria para sus sueños de liderazgo.
Fernando Flores no se incorporó entonces a esa coalición por convicción moral —algo así habría sido incondicional, y él sabe y todos sabemos que su acto no lo fue—, sino por cálculo.
Claro. Actuar por cálculo no tiene nada de malo. Lo malo es la impostura con que en este caso se lo presenta. Tampoco la incorporación de Flores puede ser presentada como un definitivo signo de reconciliación entre las víctimas y los victimarios. Como si por fin unos y otros lograran, detrás de Piñera, confundirse en un abrazo.
Todos sabemos que la reconciliación no puede hacerse de espaldas al pasado, saltando fuera de la sombra de la memoria, sin que nadie efectúe reconocimiento alguno, por la vía de pactos electorales y, lo que es peor, timando a miles de ciudadanos que no pudieron imaginar que cuando escogían a Flores estaban, en verdad, escogiendo a alguien que poco tiempo después acabaría proclamando (no simplemente apoyando, lo que no tiene, cabría insistir, nada de malo, sino que proclamando en medio de palmotazos y de fotos familiares) al candidato de la derecha. La reconciliación —lo sabe bien Flores, especialista en actos lingüísticos— exige el reconocimiento de lo que se hizo y la promesa de que no se hará más. Nada de eso ha ocurrido hasta ahora, salvo que en medio de los palmoteos y de los abrazos y de las negociaciones y las fotografías, sus nuevos aliados le hubieran cuchicheado al senador algo que todavía no sabemos.
Por eso, más que dignidad moral o histórica, el acto de Fernando Flores fue simplemente el pálido reflejo de sus sueños estatuarios, el fruto escaso de un anhelo de reconocimiento que ya nunca se verá satisfecho, el último acto de un político menguante, el fruto del despecho. No es raro que eso pueda ocurrir incluso en un hombre inteligente: es que la razón es a veces esclava de las pasiones.
Tampoco hubo en su acto nada sacrificial. “Esta decisión involucra un dolor”, dijo, como si, al modo de un héroe incomprendido, hubiera adoptado su decisión contra sí mismo.
Pero de heroísmo, nada.
Y es que en política hay héroes del triunfo (como De Gaulle), héroes del fracaso (como Allende), héroes de la retirada (como Adolfo Suárez).
Lo que no hay en ninguna parte son héroes del transformismo.

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