El luchador
ASCANIO CAVALLO
Mickey Rourke dijo que dudó en aceptar el papel de Randy "The Ram" Robinson porque estaba "un poco demasiado cerca" de su propia vida. Igual que Rourke en el cine, Randy fue un ídolo de la lucha en los 80 y ha vivido desde entonces una decadencia que deriva de una penosa mezcla de excesos, desafectos, egolatría y envejecimiento. Randy trata de mantenerse en el único oficio que conoce –igual que el de Rourke: una actuación planificada entre profesionales que se respetan amablemente por necesidad, por dignidad y por orgullo. Pero –tal como Rourke– ya nada es como antes.
Según esta película, el rasgo principal de Randy es la soledad. Es un hombre de pocas luces, pero eso apenas emerge cuando busca a los niños vecinos para jugar Nintendo. Es un hombre que ha inflingido daño a sus seres queridos, como lo expresa la quebrada relación con su hija Stephanie (Evan Rachel Wood). Es un hombre con dificultades para discernir entre la realidad y la ficción, como lo sugiere su insistencia con la striptisera Cassidy (Marisa Tomei). Pero sobre todo es un hombre solo.
La cinta se toma su tiempo para subrayar (y de paso, esquematizar) los detalles de esa soledad: la casa rodante desordenada, los tristes gimnasios de los luchadores, el empleo secundario en un supermercado, el uso de un maltrecho teléfono público como único puente de comunicación con unas pocas personas. La soledad es aquí un indicio de que Randy es un hombre terminal.
Darren Aronofsky no es un buen cineasta. Sus películas anteriores (Pi, fe en el caos, 1998; Réquiem por un sueño, 2000; La fuente de la vida, 2006) se definen no sólo por sus desusadas pretensiones conceptuales, sino en especial por su tendencia a la manipulación emocional, a la retórica visual y al subrayado esquemático de lo que pretende que signifiquen sus historias y personajes. Quizás por eso algunas de sus obras han sido aplaudidas por adolescentes.
El luchador no escapa a estos rasgos, pese a que es más moderada en el montaje y en el uso de la cámara. Sin embargo, tiene un lado enigmáticamente cruel: desde luego, el que relaciona al personaje Randy con el actor Rourke; y por debajo y en forma más potente, la obsesión con la laceración de la carne (cuando uno piensa en La pasión de Cristo, de Mel Gibson, ¡justo entonces Cassidy se la recomienda a Randy!).
Puede que todo vaya "un poco demasiado lejos" cuando un luchador sube al ring premunido de una corchetera, pero esta película es tan pródiga en esas cosas, que no cabe sino entender que en esto, en el dolor físico, más que en la nobleza del perdedor, está su verdadero eje. El luchador es más una rareza psiquiátrica que una pieza artística. Y eso le confiere un descentrado y extraño atractivo.
The Wrestler
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