Thursday, May 21, 2009

Álvaro Bisama
Domingo 03 de Mayo de 2009
El Comelibros: "Prat"

"¿Qué diablos hace Condell?”, se pregunta perplejo Arturo Prat en Prat, de Patricio Jara. El momento es dramático: la Esmeralda se queda a solas con el Huáscar. De ahí en adelante todo será una masacre anunciada, una tragedia irremontable. Eso, porque Prat (Bruguera) es cualquier cosa menos un texto de un nacionalismo trasnochado. Por el contrario, lo que el autor narra en esta perfecta non-fiction novel es la vida de un héroe a contrapelo de su era, en tanto víctima de un drama equívoco y despojado de cualquier histeria patriotera. Porque Prat es la biografía civil de un héroe cuya pompa naval lo ha escondido en un mito escolar tan plano como predecible. Para Jara es lo contrario, un personaje contradictorio y múltiple: el capitán de un barco que se cae a pedazos, el abogado que defiende a su primo de un juicio sumario, un lector de Cervantes, un alopécico prematuro que confía en la homeopatía, un espiritista trágico, un esposo amoroso y nostálgico, alguien que enfrenta su destino —el de morir en una batalla que está perdida de antemano— con la seguridad estoica de quien aborda la muerte como si ésta fuera un signo que va a llenarse, en la posteridad, de significado.
No es tan raro, de El sangrador a El exceso, los mejores momentos de los libros de Patricio Jara descansan en el encuentro entre un héroe accidental (el inventor de un taladro dental en plena pampa, el último marino boliviano, un científico del barroco) y la tragedia del tiempo. Jara, con una precisión que no escatima la ternura, siempre ha sido capaz de convertir a figuras marginales o excéntricas en símbolos entrañables de una humanidad sometida a la intemperie de la historia, algo a veces desolador, a veces ineludible. Quizás ahí radica la valentía de esta novela, que descansa en la fragilidad de un personaje que intenta remontar con lucidez el paisaje desértico que precede a la guerra, como si el peso moral y la urgencia del libro recayeran justamente en esa presentación de la patria como un terreno de afectos sacudidos por ese aire tibio o helado del norte.
Por lo mismo, para quienes crecimos con el mito escolar del héroe, la delicada inestabilidad que Jara le da al personaje nos lo vuelve entrañable. Eso está en sus actos, pero también en su escritura: Jara intercala las cartas que el capitán le envía a Carmela Carvajal, su mujer. Ahí, la delicadeza de la prosa no esquiva lo doméstico, como si anotara a la distancia esa vida que nunca tendrá, la vida que no será posible, el mundo que perderá prematuramente. Aquí, quizás, está el drama que la novela esboza. Un drama redactado a escala humana, lejos de cualquier monumentalidad. Porque el Prat de Jara es tan lúcido como autocrítico; corre contra el tiempo y no puede llegar nunca a un destino que no sea su propia extinción: su hija muere, la flota zarpa sin él, pierde los favores del almirantazgo por defender la libertad afectiva de su primo, carece de materiales para fabricar bombas que funcionen, Condell lo deja solo frente al Huáscar; pero, en medio de todo eso, asume el papel que le toca a la hora de la sangre y las espadas. Así, Prat debe leerse desde la tragedia contenida de todos aquellos equívocos. Por lo mismo, Prat es un relato veloz pero también terrible. Cercano. Está acá la percepción de un tiempo que se evapora, la prefiguración de una catástrofe que nos cubre hasta el día de hoy. Es la Historia que contiene la respiración antes de desatarse como una tormenta. No en vano, el día 20 de mayo de 1879, Prat escribe, antes de cualquier arenga: “Nada nuevo y quizás mucho a esta hora”.

Leer, vivir, perder

FRANCISCO MOUAT

Regalar libros puede ser muy placentero cuando ellos forman parte capital de tu vida. A estas alturas puedo prescindir de demasiadas cosas, pero no creo poder abandonar mi biblioteca esencial. Mis hijos dicen que casi no sé regalar otra cosa que un libro, y tienen razón. Es un problema, porque no a todos tus amigos les gusta leer, pero también me pasa que con aquellos que no leen tengo muchas menos posibilidades de establecer contacto y comunicarme con entusiasmo; es decir, de hacernos amigos.

Por supuesto que me gusta también recibir libros de regalo, en especial cuando el libro me interesa, lo leo y acaba provocándome placer. Sucede que a veces te regalan libros que no te interesan nada, libros que dormirán cerrados hasta encontrar con suerte su lector, o hasta el momento en que sí acaben por seducirme. Leer un libro y gozarlo depende de cómo estés, de tu estado de ánimo, de tus ganas, del interés que tengas en participar de la vida y la historia que te está contando una persona con la que probablemente antes de leer el libro no tenías nada que ver, salvo que se haya convertido en uno de tus autores favoritos. Esto es así de azaroso, aunque nunca demasiado, y por lo mismo no es fácil regalar libros sin equivocarse, a veces rotundamente. Hay que intentar tener una mínima idea de la sensibilidad del otro, ojalá de sus gustos e intereses literarios, para acertar en la elección, y ni aún así la correspondencia está asegurada. Lo otro es prescindir totalmente de la lista de los más vendidos. La buena literatura no es ni una moda ni una estadística de ventas favorables. Deprime ver cómo los títulos más vendidos se venden todavía más, porque los compradores de libros no se dan el trabajo de escoger con cariño y dedicación el libro justo.

El otro día recibimos una plata inesperada con mi hija Antonia y fuimos volando a una librería de ofertas en el centro, con el cheque aún en la mano. Le regalé diez libros de una patada, y pudieron ser veinte, pero ella me contuvo. Como ella se demoraba en elegir lo que quería, un poco mareada por tantos títulos que la atraían, escogí arbitrariamente libros para una estudiante de literatura de segundo año que le ayuden a abrir ventanas, puertas, compuertas, subterráneos, escotillas. Libros que la estimulen, que le propongan un viaje, que la hagan atravesar un mapa literario en busca de placer, felicidad, conocimiento y por supuesto nuevas dudas esenciales, preguntas sin respuesta o con muchas alternativas para elegir. No sé cuántos de esos libros serán finalmente leídos por ella, y no sé cuántos cumplirán el sueño de hacerse imprescindibles en su vida. Con que en su lectura haya unas pocas líneas felices me conformo. A veces basta un verso en un océano de palabras para justificar el paseo a la costa. No había para qué gastárselo todo de una vez, me dijo Antonia con sangre fría. Se llevó, entre otras buenas ofertas, unas estupendas conversaciones con la poesía chilena de Juan Andrés Piña, y una antología de algunos de sus mejores textos preparada por el propio Julio Ramón Ribeyro, para citar dos de ellos. Cada uno de esos libros no valía más caro que una entrada al cine o a un partido de fútbol en galería.

Un amigo me envía una frase de una escritora joven, argentina, Raquel Robles, que publicó hace poco una novela llamada Perder. Me gusta el título, lo que sugiere, y más me gusta cuando leo una de sus frases: "Muchas veces me pregunto qué partes de la vida me habré perdido por leer, sin embargo, no puedo remediarlo, a veces no hay otra manera de soportar la vida que ausentarse un poco. Es un equilibrio difícil". Lees y a cambio dejas de vivir otras vidas posibles. Lees y ganas una nueva vida, distinta a la que había antes de encontrarte con ese libro que te hizo desplazarte. Vila-Matas escribió que no hay gesto "menos agresivo que ver a un hombre bajar la vista para leer un libro que tiene entre sus manos. Habría que partir a la búsqueda de ese recogimiento universal". Yo ya no puedo vivir sin libros. Dejar de leerlos, o de escucharlos si ya no puedo ver, será lo mismo que morir.





Dichoso el que gusta las dulzuras del trabajo sin ser su esclavo.
Benito Pérez Galdos

La verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad.
Epicteto de Frigia

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