Saturday, December 09, 2006

En este blog ya había hablado respecto a la historia que cuenta en su último libro Paul Auster sobre Kafka. Pero acá va de nuevo repasada por Francisco Mouat.

TIRO LIBRE

La muñeca de Kafka

Un amigo me habla de la última novela de Paul Auster: Brooklyn Follies. Le ha gustado mucho, y me la presta. Me refiere, entre sus elogios, un episodio narrado por Auster que al parecer ocurrió en la vida real. Algo de Franz Kafka y una muñeca.
Busco en el libro la página en que el narrador se detiene en Kafka hasta que doy con ella, cuando el personaje Tom trata de comprobar que el checo no sólo era un gran escritor, sino además un hombre extraordinario.
Eran los últimos meses de vida de Kafka. El hombre se había enamorado de Dora Diamant, una joven polaca de veinte años, la única mujer con la que Kafka vivió alguna vez y que lo convenció de dejar Praga para irse con ella a Berlín, a donde llegaron en el otoño de 1923. En algunas biografías del escritor se deja ver que estos meses, a pesar de su deteriorada salud, fueron los más felices de su vida.
Todas las tardes Kafka salía a dar un paseo por el parque. Casi siempre con Dora. Un día, se encuentra con una niña que lloraba a mares. Kafka le pregunta qué le sucede y la niña le contesta que acaba de perder su muñeca. Rápidamente Kafka le inventa una historia, le dice que la muñeca se ha ido de viaje, cansada de la gente de este mundo, y que le ha escrito una carta a ella contándole su decisión y su deseo de hacer amigos en otras latitudes. La niña, un poco incrédula, le pide la carta, y Kafka le dice que la ha dejado olvidada en su casa, pero que mañana sin falta se la traerá. Por supuesto, Kafka vuelve esa tarde a casa a escribir con la misma concentración con que trabajaba en sus relatos la carta de la muñeca. Y así, día tras día, durante tres semanas, concurre al parque a leerle en voz alta las cartas que la muñeca le escribe a la niña.
El narrador de la novela de Auster reflexiona: "Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el parque. ¿Qué clase de persona hace una cosa así?" Sacrificar su tiempo, enfermo como estaba, en las últimas, para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida.
En las cartas la muñeca vive mil aventuras, lo que no significa que haya dejado de querer a la niña, pero ahora diversas complicaciones le hacen imposible regresar con ella. La historia necesita un desenlace, y Kafka lo construye casando a la muñeca y mandándola a vivir con su marido al campo. En la línea final, la muñeca se despide para siempre de su gran amiga.
La niña, a esas alturas, ya no extraña a la muñeca, y Kafka le ha regalado una historia increíble que vive con ella en su mundo imaginario.
Me pareció haber leído antes, alguna vez, esta historia de la muñeca de Kafka, así que me puse a investigar y di con un texto del argentino César Aira publicado en 2004, donde también refiere este episodio, de manera más documentada todavía. El parque de Berlín se llamaba Steglitz, aún existe y, según Dora Diamant, al escribirle a la niña "Kafka entró en el mismo estado de tensión nerviosa que lo poseía cada vez que se sentaba a su escritorio". A César Aira le contaron, y él quiere creerlo, y nosotros también, que el estudioso de Kafka Klaus Wagenbach siguió durante años la pista de la niña del parque, que hizo un catastro de la zona, que puso avisos en los diarios buscándola, y que hasta hoy sigue yendo al parque Steglitz a ver a las abuelas que juegan con sus nietos, apostando a que la niña de la muñeca perdida aún esté viva y frecuente el lugar. Ella tendría hoy cerca de noventa años, y difícilmente supo que entre sus cartas de infancia descansaba una de las mejores historias de literatura infantil que alguien pudiera haber concebido jamás.