Ventanas
FRANCISCO MOUAT
Es pequeña, portátil, de tapas duras de color negro. Es una libreta con una página por cada día del año, y me la regaló una amiga en la Navidad de 2007 para que escribiera en ella lo que me diera la gana. Va conmigo a donde voy. Llevo escritas en ella unas 230 páginas. A veces pasan semanas enteras en que no anoto nada. Otras veces he creído haberla dejado en un sitio, y me he desesperado buscándola hasta encontrarla. En esos momentos me doy cuenta de que forma parte de mi equipaje de mano esencial, y de que no puedo extraviarla. Cada día el vínculo entre esta pequeña libreta y yo es más estrecho, porque en sus páginas están registradas parte de las lecturas que no quiero olvidar fácilmente.
Anoche la estuve revisando. Las primeras notas sueltas son de un libro de Abelardo Castillo, El oficio de mentir: "Pintar la propia aldea. Eso es más bien todo el trabajo literario". "Picasso pintaba los ojos que existen en la realidad, no los ojos que se ven en la realidad. En la literatura pasa exactamente lo mismo. Uno pinta lo que está del otro lado de la realidad". "Escribir es un destino como cualquier otro".
Más adelante, un texto de Muñoz Molina sobre Raymond Carver, con una sentencia iluminadora de su literatura: "Muy cerca del dolor está la ternura". Pienso algo parecido de casi todos los cuentos de Marcelo Lillo en El fumador y otros relatos. Hablé con Lillo hace unos días. Su fama de ermitaño, de escritor solitario que no se ve con nadie, no es justa. El sábado que viene voy a verlo a su casa en Niebla con la patota completa, y prometió recibir a la familia con gaseosas para los cabros chicos y pisco sour casero para los grandes.Otro libro leído: Todo cuenta, de Saul Bellow: "La fuerza de una obra de arte es tal que induce a una suspensión temporal de la actividad. Conduce a la contemplación, a lo maravilloso y, a mi entender, a sagrados estados del alma. Que, sin embargo, no son pasivos".
Algunas páginas más adelante, Umberto Eco dice, a propósito de su trabajo: "Escribo para recordar la infancia, y enseño para hablarles a los alumnos de los libros que aún no están escritos". De los Diarios de Ionesco: "¿Qué es estar aquí, qué es estar y por qué ser siempre y siempre? De repente, la débil luz de una esperanza insensata: se nos ha hecho el don de la vida, uno no puede volver a empezarla. No sé demasiado bien lo que esto quiere decir. No lo sé, en absoluto". Preguntas majaderamente esenciales, que no tienen respuesta.
Esta libreta de notas, pequeña, portátil, de tapas duras de color negro, está repleta de pliegues, de apuntes al margen, de notas al paso. Irá a donde vaya conmigo, y luego, cuando esté completa, se quedará guardada en un estante, esperando el momento preciso en que uno vuelva sobre ella para recordar. Prólogo de Juan Villoro a la Trilogía de la memoria, de Sergio Pitol: "Prefiero asomarme a las ventanas antes que a un espejo". Es lo que pienso de estas lecturas detenidas en el tiempo: son ventanas al mundo particular de cada uno de sus autores. No son espejos para vernos la cara, malgastada con los años. Leer, y tomar notas, es mirar por esas ventanas de otros a ver qué encontramos detrás de ellas. Aunque hayamos perdido los lentes en el camino, o con ellos puestos, es lo mismo: alcanzaremos, como Pitol, "vislumbres, aproximaciones, balbuceos en busca de sentido en la delgada zona que se extiende entre la luz y las tinieblas".
Amanece en la ribera este del lago Llanquihue. Me asomo por la ventana de la cabaña y compruebo que está lloviendo tenuemente. El viento ha dejado de soplar como lo hizo en los últimos días. Pájaros desconocidos emiten sonidos similares a los que escuché desde pequeño, cuando mis padres me traían al sur. Ahora soy yo el que trae niños a estas latitudes, a que miren por la ventana y encuentren algo que más tarde en la vida recordarán, aunque sólo se trate de un estado de ánimo: "Pitol no rememora lo que ya conoce: se entrega al pasado para averiguar qué hay ahí. Su evocación es una búsqueda".