Palabra de Cristián Warnken
AMIGOS DE VERANO: El primero en abrirme los brazos e iniciar la conversación es mi viejo amigo Dostoyevski, amigo conquistado en la infancia, que me mira desde su irredimible soledad y me dice: "Vamos a San Petersburgo, hay niebla, visitemos otra vez a Natasha Filippovna. Quiero que ahora la veas y escuches desde otro ángulo... Mira, ahí está... ¿No es el ángel más doloroso de todos?" La emoción me impide decirle nada. Lo sigo incondicionalmente a la callejuela o palacio a que me lleve: con amigos como él uno no teme saltar al abismo.
Es peligrosa la amistad de Dostoyevski, porque puede acaparar todo el efímero verano. Y están los otros amigos esperando. Por ejemplo, Lampedusa, que me alcanza un vaso de vino siciliano muy oscuro, y comienza a contarme la historia de amor entre un filólogo y una sirena. O Jean Giono, que nos devuelve a la provincia, hoy en peligro de extinción: con él aprendo siempre nuevos nombres de lluvias, ríos y pájaros y respiro una embriagadora libertad, y termino repitiendo y haciendo mía su frase favorita: "¡Que mi alegría permanezca!" Siempre dejo un tiempo para volver a dialogar con el silencioso Rulfo. Habitualmente aprovecho el último atardecer para caminar con Pedro Prado por las calles de su "bella ciudad envenenada".Y el verano llega a su fin. Y apenas hay tiempo para saludar a Herman Hesse, y para ser presentado a un nuevo amigo, Orhan Panuck, que nos arroja de inmediato en un mundo que desconocíamos, el de Estambul, pero que inmediatamente empieza a ser nuestro.¡Qué bueno es ganar un nuevo amigo para dejar una conversación abierta para el próximo verano!Estos amigos no se irán nunca: nos esperarán ahí fieles a sí mismos y a nosotros, sus hipócritas lectores, sus semejantes, sus hermanos. Somos nosotros los que volveremos a traicionarlos otra vez, autoexiliándonos del verdadero verano..."Y así quedan las conversaciones a medio empezar, y así quedamos nosotros: a medio vivir, a medio morir..."