Saturday, July 07, 2007

Desde el amor

Las relaciones con los más cercanos suelen estar tan contaminadas por el entrechoque de caracteres, por las heridas que nos hemos infligido a través de la historia común, por las ideas o prejuicios que tenemos de ellos, que perdemos el contacto con lo que nos han aportado, con los dones y regalos que los seres humanos somos unos para otros. Solemos pararnos tanto en la crítica, o el dolor, o la rabia que ya no podemos sentir la alegría, o sabiduría, u orden, o comidas ricas, o conversaciones interesantes o cariño, o buenos momentos que el otro nos da, y nos quedamos en ver la parte vacía del vaso sin dar opción a nutrir lo bueno y lo sano, a tener la pureza necesaria para sentir y ver al otro con ojos nuevos.Vamos perdiendo la capacidad de contactarnos y entregarnos a quienes más amamos, o aquellos que son nuestras relaciones más íntimas en la vida. Los hijos van creciendo, se hacen adultos y la relación suele volverse tan acorazada que la conexión con los padres se hace defensiva, llena de ideas preconcebidas, sin comunicación de corazón ni confianza.Ocurre lo mismo entre hermanos, o en la pareja, o entre amigos y vamos olvidando esa sintonía que nos permitió en algún momento, entregar y recibir un amor encantado y sin condiciones.¿Qué ocurriría si por un momento soltáramos las ideas preconcebidas, los esquemas y nos abriéramos al milagro que son los otros en nuestra vida?El ejercicio es atravesar las mismas de ideas, sentimientos enquistados, prejuicios y simplemente bajar la guardia para dejarnos tocar con lo bello, lo bueno, lo alegre, lo potente, lo valiente, lo claro, lo sabio, lo sereno, lo creativo que el otro guarda en su centro, quizás olvidado hasta por sí mismo.Todo ser humano, por más bloqueado, agredido y agresivo, guarda un núcleo central de luz donde muchas veces yace oculto a nuestros ojos su tesoro, su don, el perfume que su presencia podría entregar al mundo.Reconocer, sentir eso que el otro aporta a nuestras vidas, esa tónica única, que muchas veces yace oculta y olvidada entre las nieblas de los tropezones y las torpezas de la propia historia, es el comienzo de la sanación de las heridas que nos llevan a vivir separados y distantes con aquellos que alguna vez fueron amados.Toda relación es o puede llegar a ser una bendición en nuestras vidas, si aprendemos a contactarnos con lo bendito de nosotros mismos y los otros, si perdonamos las torpezas de cada uno, si por un momento nos saltamos al ego y las cosas que nos disgustan, o con las cuales no estamos de acuerdo, o que simplemente no aceptamos del proceder de los otros.No hay caso, los egos siempre se herirán, se defenderán, lucharán, pero hay algo en lo profundo que sólo anhela ser aceptado, apreciado y amado.Traspasar todo el enrejado mental de conceptos que tenemos de los otros y de nosotros y abrirnos al tesoro, al aporte que han sido los otros en nuestra vida, nutrirnos, encantarnos, embebernos de eso y agradecer profundamente esa presencia en nuestras vidas es dar un primer paso, desde ahí, desde el amor podemos comenzar a reparar, a comprender, a perdonar, a cambiar.

Por Patricia May.

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