Saturday, July 07, 2007

Por Francisco Mouat franciscomouat@gmail.com

Veronika Soto

A penas la conocí. Apenas cruzamos palabras. Supe desde la primera vez que la vi que tenía cáncer y que no había remedio; era un asunto de tiempo. Se llamaba Verónika, con ka de kilo: Verónika Soto. Una secretaria joven y buenamoza. Le gustaba leer, me dijeron. Le regalé unos libros y lo agradeció con una sonrisa enorme en su cara. Me gustaba su risa. No era una risa completamente feliz, pero sí generosa. Había días en que la observaba de lejos y la encontraba taciturna, pero apenas te veía ella regalaba una mirada viva que estremecía. Batirse a duelo con una enfermedad mortal y más encima reír es asunto de valientes. Trabajó hasta donde pudo en el diario, y finalmente sucumbió a los dolores, el malestar, la recta final.El día en que murió, mi mujer escribió un mail temprano en la mañana contándome la noticia. Fui con ella a la iglesia al día siguiente: me pidió que dejara una rosa roja sobre su ataúd, y habló delante de todos del coraje y del regalo que había significado Verónika en la vida de quienes la habían conocido.Más tarde, en el cementerio, hubo que esperar una hora y media antes de que se ejecutara la ceremonia fúnebre en el cinerario. Una amiga de Verónika dijo días después: "Hay demasiados muertos en este planeta. Los cementerios están colapsando".De vuelta al trabajo, avancé por un pasillo del diario y vi con efecto retardado el anuncio de su muerte en esos tradicionales letreros sindicales pegados en los muros. Verónika Soto había muerto, Verónika Soto era ahora, entre nosotros, un recuerdo, un nombre, una cruz de papel, un letrero impreso en un computador.Marcel Schwob ha escrito páginas memorables sobre el arte de la biografía. "El arte del biógrafo", dice, "consistiría en darle tanto valor a la vida de un pobre actor como a la vida de Shakespeare". Me detengo en la biografía no escrita de Verónika Soto, aquella que la hace única, diferente a todas las demás mujeres del planeta. Siguiendo con los ejemplos de Schwob, si nos detenemos en una hoja de árbol advertiremos que no habrá otra hoja de árbol igual en todos los bosques del mundo: sus nervaduras caprichosas, la picadura que ha dejado un insecto, los primeros dorados de muerte que anuncian el otoño.Con los hombres y mujeres pasa igual. Las biografías oficiales y oficiosas sirven de poco y nada, no iluminan la habitación del lector, si no se completan con detalles únicos. Son apenas un almanaque, un calendario, un año de nacimiento y otro de defunción. Un título académico, algún libro publicado, el detalle de su descendencia. Qué tedio, qué vidas aplanadas. No habrá tiempo ni espacio para referir sus exabruptos, sus caprichos, la mayor injusticia emanada de sus actos. ¿Qué le gustaba comer a Verónika, qué párrafos leídos la dejaron atrapada en un libro, cuál fue el abrazo que la hizo temblar con mayor pasión? La palabra más hiriente que escuchó, si disfrutaba la lluvia o no, si prefería el frío al calor, cuánto miedo le tuvo a la muerte y cuándo se dejó llevar por ella.Continúo con Marcel Schwob: "Para un pintor, el retrato de un hombre desconocido de Cranach tiene tanto valor como el retrato de Erasmo". Para mí, referir pinceladas de Verónika Soto es un modo de saldar una deuda. La vez que le di un beso en la mejilla y le entregué unos libros, quise abrazarla y no me atreví. Sabía que estaba enferma, y quería manifestarle mi admiración por su entereza y mi deseo de que viviera muchos años más con esa sonrisa en la cara. Un estúpido pudor me contuvo. Un maldito pudor me ha hecho callar muchas veces, por esa tonta costumbre de creer que podrías importunar al otro. Hay veces en que la muerte se interpone y no existen segundas oportunidades, eso es lo triste y definitivo.

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