Saturday, July 07, 2007

Los no creyentes

Casi todos los seres humanos han nacido y crecido dentro de una comunidad regida por la idea de un ser supremo, todopoderoso e infinitamente justo. Quien escribe estas líneas no es una excepción.Los agnósticos y los ateos que conocí en la adolescencia me parecían rarezas que se situaban al margen del mundo. A mitad del camino de la vida, las luces de la razón introdujeron en mí una suma de preguntas para las que no tenía respuesta: ¿Debía aceptar a Dios sólo por un acto de fe, sin entender su misterio? O, yendo más allá: ¿Dios existe? Y también: ¿Cómo se sabe que Dios existe?Desde hace pocos años algunos de los mejores científicos post darwinianos están desplegando teorías sólidas sobre la imposibilidad de la existencia de Dios. El debate ha cruzado todos los círculos académicos de Europa y Estados Unidos y ha llegado ya a la portada de los grandes diarios. Imposible cerrar los ojos.La mayoría de esos teóricos fundamenta sus ideas no sólo en los males creados por la intolerancia religiosa sino, sobre todo, en los últimos hallazgos de la biología y de la física.Dos grandes libros que niegan a Dios han alcanzado rápida repercusión durante los últimos 20 meses. Ambos continúan la línea de investigación de Stephen Jay Gould, un biólogo de Harvard que murió en mayo de 2002 a los 61 años.El más notable de esos nuevos aportes es El espejismo de Dios, escrito por un eminente catedrático de Oxford, Richard Dawkins, quien hace ya 30 años demostró en El gen egoísta que la vida es creación de genes capaces de cualquier hazaña para sobrevivir y prevalecer.Otra obra memorable es Dios no es grande. Cómo la religión envenena todo, de Christopher Hitchens, un intelectual famoso por la pasión con que abraza las causas que cree justas y las defiende sin medir las consecuencias. Si bien Hitchens comparte el ateísmo de Dawkin, su ensayo es más político que científico. Trata de entender hacia qué extremos de idiotez y crueldad puede conducir la fe ciega en un Dios al que se invocó para alzar las hogueras de la Inquisición, asesinar a millones de seres humanos en Rwanda y cambiar el rumbo de la historia al destruir las Torres Gemelas.Se supone que él (o Él) está siempre al alcance de los reclamos humanos. De Dios provienen la compasión, el consuelo, la salud, el amor y, cuando nada de eso llega, cuando la vida es un infierno de sufrimientos, la responsabilidad nunca se atribuye a Dios sino a la fatalidad.¿Existe, entonces? ¿Es una metáfora de las pasiones y los deseos? ¿La especie humana es un sueño de Dios o Dios es el sueño más antiguo de la especie? Sólo los hombres imaginan a Dios. No hay dioses en los horizontes de la zoología ni de la botánica. Los gatos, los halcones y las montañas sagradas fueron imágenes de Dios para algunas culturas, pero carecen de Dios.Ya en 1850, el antropólogo inglés Charles Darwin probó que las especies -entre ellas, la humana- son consecuencia de una cadena de transformaciones naturales. Su libro El origen de las especies planteó un desafío tan radical a las creencias religiosas como el de Copérnico tres siglos antes, cuando demostró que la Tierra giraba alrededor del sol.Pese a que esa hipótesis no ha sido refutada, en 1996 el bioquímico Michael Behe, defensor de la teoría del diseño inteligente -versión contemporánea del creacionismo bíblico- objetó las conclusiones de Darwin con su idea de la "complejidad irreductible", que habla de órganos cuya perfección no se podría explicar sino por la obra de un creador superior, capaz de imprimir su propia perfección en todo lo que hace.La mayoría de los científicos se preguntó entonces quién creó al diseñador. ¿Cómo empezó todo? Para ellos, todo empezó con un acontecimiento extremadamente improbable en un planeta acogedor. Los primeros signos de vida simple fueron evolucionando de manera similar pero independiente en millones y millones de especies, a lo largo de larguísimas eras geológicas.Todo individuo sabe que es único y que existe gracias a una suma de azares. Sin tal padre y sin tal madre, concebidos a otra hora u otro día, seríamos parecidos pero seríamos otros. De la misma manera, los biólogos sostienen que el universo también es hijo de una cadena infinita, y que la vida tal como la conocemos no es imaginable en este mundo ni en otros, porque las condiciones que permiten la creación de algo se dan sólo una vez.Gould ha explicado el probable origen de este mundo de una manera transparente. Desde 1979 empezó a observar con atención una criatura de 5 centímetros encontrada décadas antes en una fosa del monte Pika, en Canadá. El fósil se mantenía intacto desde el período cámbrico, hace 520 millones de años, y había sido clasificado como un gusano.El "Pikaia gracilens" -así se lo llamó- es la primera criatura conocida que tiene algo semejante a una columna vertebral (un encordado) y que se desplazaba como una anguila con la ayuda de una aleta. Su estructura era primitiva y, sin embargo, Gould la vislumbró como la Eva-Adán de la humanidad futura.Así lo escribió: "La supervivencia de Pikaia fue un azar, una contingencia. Pero sin su evolución misteriosa, todos quedaríamos borrados de la historia, todos nosotros, desde el tiburón al orangután. No puedo imaginar una respuesta superior a ésa para explicar la vida, ninguna resolución tan maravillosa. Somos, pues, descendientes de la historia".Es probable que haya otros hallazgos, otras conjeturas, otras refutaciones a la fe. Estas páginas son finitas y en ellas sólo puede leerse un pálido resumen de la nueva polémica sobre Dios. El tema es inagotable, como lo es la necesidad de la especie humana de imaginar un ser supremo y de buscar consuelo en su poder y su eternidad.Así ha sido desde el principio de la historia, así será hasta el fin.
Tomás Eloy Martínez.

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