Sunday, September 27, 2009

Buenas crónicas, hay que decirlo
Buenas crónicas, hay que decirlo

Bisama

Siempre es bueno releer las crónicas que Alvaro Bisama escribe para El Mercurio
ENTREVISTA De visita en Chile
Ian McEwan: "Soy más Bach que Wagner"

Después de participar en el seminario sobre Darwin (Fundación Ciencia y Evolución), estar en el Centro de Estudios Públicos y viajar por la Patagonia y las Islas Galápagos, el escritor británico regresó a Santiago invitado al seminario "La ciudad y las palabras", de la Universidad Católica. Aquí comenta algo de sus impresiones, sus gustos y su obra.

Patricio Tapia
Quienes hayan leído los primeros libros de Ian McEwan -algo siniestros, poblados de asesinatos y perversiones- podrían considerarlo un morboso. En la sobrecubierta de su segundo libro de cuentos, Entre las sábanas (1978), se leía: "Nadie nunca ha dicho que fuera agradable. Repulsivo, sí. Erótico, profético, a veces incluso delicioso; inventivo, ruin, insolente y lírico, con seguridad; sombríamente extraño, siempre; pero agradable, nunca". Aunque después sus libros se abrieron a otros temas, épocas y a una mayor ambición: desde la actualidad al pasado, desde novelas como sinfonías ( Expiación ) a concentradas piezas de cámara ( Chesil Beach ), suele haber en ellas un elemento de inquietud o amenaza, como si en el centro de su ficción acechara un psicópata imprevisible.

Sentado en un salón del hotel donde se aloja en Santiago tras sus viajes siguiendo los pasos de Darwin más de 170 años antes, McEwan no manifiesta rasgo alguno de ferocidad o depravación. Antes y después de esta charla, en actos públicos y en conversaciones privadas, mostró buen humor -leyó partes de su próxima novela (que aparecerá en 2010), cuyo trasfondo es el cambio climático, pero con mucho de comedia negra- y una cordialidad levemente irónica: quizá sea sombríamente extraño, pero también agradable.

Viajes, ciencia y gustos

-¿Cuál es su impresión después de estos viajes "darwinianos"?

-Ha sido uno de los viajes más asombrosos de mi vida. Viajamos con un patrullero de la Armada chilena -que fue muy amable con nosotros- por el canal de Beagle. Atracamos en la bahía de Wulaia, donde habían estado Darwin junto con Fitzroy, Jemmy Button, York Minster, etc., y un biólogo del lugar nos mostró la flora y fauna de la Patagonia. Fue impresionante estar sólo dos días después en las Galápagos, en el trópico, con un guía igualmente bueno. Mi impresión de esa parte de Chile, por lo tanto, ha sido sólo muy superficial, pero lo que me sorprendió en el vuelo de ida y vuelta fue la belleza del paisaje, el vacío de la Patagonia. Me encantan las caminatas, así que espero volver para poder recorrer bien y pescar. Ha sido un gran descubrimiento.

-Darwin pasó sus años más creativos en Sudamérica. ¿Puede este viaje servirle de inspiración en su trabajo?

-Sí, no directamente, pero creo que cuando vuelva mis baterías estarán bien recargadas. Tuve conversaciones muy estimulantes y los seminarios fueron intensos. Hoy estuve en la Universidad Católica, donde conocí a mucha gente y anoche estuve con miembros de la Academia Chilena de Ciencias, de modo que a lo mejor me llevo una impresión muy unilateral de que éste es un país de intelectuales...

-Bueno, en realidad, no lo es...

-Ningún país lo es, claro, pero después de las conversaciones de esta mañana, me dio la impresión de un grupo de personas de ideas muy agudas e independientes, lo que removerá el barro en el fondo de mi charco.

-La ciencia parece ser una fascinación suya. ¿Desde cuándo le atrae?

-Bueno, desde mi adolescencia leí muchos libros científicos y a los 16 años tuve que elegir entre estudiar ciencias o humanidades, lo que fue una disyuntiva muy difícil para mí. Sigo pensando que tomé la opción correcta, pero cuando tenía 20 años me preocupaba el hecho de que le faltara una parte esencial a mi educación. Y entonces leí periódicamente libros dirigidos al lector común sobre física, y estos últimos años, sobre todo acerca de biología y las teorías de Darwin, psicología cognitiva, neurociencia, especialmente en el último tiempo en el que la ciencia ha expandido sus dominios para abordar asuntos como las emociones, la conciencia, las motivaciones, que pueden ser de interés para un novelista.

-¿Le interesan las matemáticas? Mencionó a un amigo chileno.

-Sí. Después de la caída de Allende conocí a muchos chilenos que llegaron a Londres y Cambridge, intelectuales que traían un bagaje muy vigoroso. Uno de ellos me impresionó sobre todo. Era matemático y arquitecto: Tomás de la Barra. No nos hemos visto en 35 años y ahora vive en Venezuela.

-¿Sintió alguna vez la angustia de las influencias?

-Creo que todos los escritores, sobre todo al comienzo de sus carreras, tienen que liberarse de sus héroes. En mi caso, una serie de ellos, Kafka y luego autores estadounidenses contemporáneos: Roth, Updike, Mailer. No sé cuál es su influencia, pero sin duda proyectan grandes sombras y uno tiene que encontrar su propio espacio al sol, pero inevitablemente, si a uno le gustan los libros, empiezan a afectarlo, no sólo en la manera de escribir sino en la manera de pensar. Es imposible escapar por completo de la angustia de las influencias.

-Sus primeros libros eran desolados y los posteriores no son optimistas. ¿Considera la felicidad una "tinta transparente"?

-La felicidad es un tema bastante difícil de tratar en una novela larga. Si uno desea realmente escribir acerca de ella, debería escribir un poema lírico. Creo que muchos de los principales intereses de la vida para un escritor son los conflictos, los malentendidos, simplemente los problemas que causa el ser, al mismo tiempo, racional y egoísta, irracional y cooperativo. Somos muchas cosas al mismo tiempo y esa mezcla es lo interesante. Somos seres inquietos que nunca nos quedamos contentos por mucho tiempo. A veces la curiosidad lo echa todo a perder, a veces es el egoísmo o el modo en que nos convencemos a nosotros mismos de lo que es la verdad, incluso contra toda evidencia. Mis primeros escritos de cuando tenía alrededor de 20 años eran lúgubres, pero al mismo tiempo pretendían ser divertidos. Eran cómicos, al menos para mí. No todos opinaban lo mismo. Espero que en mi nueva novela, a pesar de que es muy pesimista, se considere que también es una especie de farsa.

-En sus libros hay suspicaces de la racionalidad y defensores obsesivos de ella. ¿Cómo enfrenta esta tensión?

-Mi vida, intelectualmente hablando, ha sido una lenta reevaluación, a una luz más positiva, de la racionalidad. La considero ahora como algo intenso y vigoroso. Existe la tradición, a partir del período romántico, de que la racionalidad es algo frío, abstracto, inhumano, pero ahora pienso lo contrario. Creo que nuestras nociones de justicia se basan en la racionalidad. Nuestra curiosidad es satisfecha de mejor forma por la racionalidad. Nuestras relaciones humanas se rigen mejor por la coherencia y creo que hasta en la bondad hay un núcleo de racionalidad. Incluso en el amor hay una especie de búsqueda de algo coherente y que, por tanto, tiende a ser racional. La civilización es una corteza muy delgada que puede romperse fácilmente. Vemos en países donde hay guerras o guerras civiles con qué rapidez puede destruirse el orden de las cosas y retroceder muy fácilmente. Cada día la tengo en más alta estima.

-No obstante su ateísmo, parecen interesarle las creencias y la fe...

-Ciertamente, soy ateo, pero al mismo tiempo, tengo que aceptar que la inclinación religiosa es una parte profunda de la naturaleza humana y que las instituciones religiosas han logrado grandes cosas. He sido invitado por la Universidad Católica como ateo, lo que me parece muy abierto de su parte y, ciertamente, no me pude dar cuenta con la gente con la cual conversé, quién era creyente y quién no. Hay una cortesía en la religión que respeto. Lo que no me gusta en la religión es cuando se vuelve violenta o cuando desea imponer sus puntos de vista. Soy ateo y muchos de los intelectuales a los que admiro y frecuento comparten mis ideas, pero no está dentro de mis proyecciones, y creo que en las de nadie, pensar que la religión va a desaparecer, que todo el mundo va a ser un ateo convencido. Está muy arraigado en el ser humano encontrar explicaciones sobrenaturales. Yo prefiero las respuestas científicas.

-La frialdad en un escritor, ¿es un defecto o una virtud?

-Es un defecto, pero no creo que racionalidad sea lo mismo que frialdad. A medida que voy envejeciendo, creo que una de las más grandes virtudes humanas es la bondad, la calidez. Pero objetividad no es frialdad. La frialdad se relaciona con hostilidad y distanciamiento.

-¿Qué importancia le da al comienzo de sus libros?

-El comienzo de una novela es crucial. Cuando un lector potencial toma un libro tiene en sus manos 15 o 20 horas de compromiso en una época en la que hay muchas tentaciones, distracciones y todo tipo de entretención, y de alguna u otra manera, el escritor debe tentar al lector a entrar a esta pieza, sentarse frente a esta mesa o venir a esta fiesta. El comienzo debe despertar algún tipo de curiosidad, que es un instinto poderoso. Tiene que haber algo para que el lector pueda decir después de leer 2 o 3 páginas: "Sí, me caso con este libro".

-La música suele aparecer en los suyos. ¿Es importante para usted?

-Sí, mucho. Siempre he tenido una relación muy fuerte con la música. A los 15 o 16 años me convertí en un auditor apasionado de música clásica, pero al mismo tiempo, de jazz, blues, rock and roll. Últimamente, a través de mi mujer, escucho mucha música country. Mis gustos son muy variados. Lo que no me gusta es que en tantos restaurantes y hoteles en todo el mundo, pero especialmente en Inglaterra, no haya escapatoria de la música ambiental. Es como una llovizna permanente que no sé para quién es porque nadie la oye.

-Antes habló de que le gustan las caminatas, ¿cómo explica esa afición?

-Me encanta caminar, ver los paisajes, la libertad asociada con emprender una caminata o encontrarme con amigos. A veces mientras camino no pienso en mi trabajo, pero cuando vuelvo a él, me siento distinto, como si un viento fresco hubiera soplado por mi mente. Asocio las largas caminatas y el aire libre con la infancia. Uno sólo está al aire libre todo el día durante ella. Durante la vida de adulto, salvo que uno tenga un tipo de trabajo especial, se pasa la mayor parte del tiempo puertas adentro. También me importa simplemente liberarme de estar sentado.

-Según el crítico James Wood sus libros son sobre traumas y pérdida de la inocencia. ¿Algún comentario?

-Probablemente sea cierto. No lo sé. Los escritores no pensamos sobre nuestra propia obra en términos generales. La construimos desde abajo, de detalles. Nunca pensé escribir un libro sobre la pérdida de la inocencia, ni siquiera pensé en mi novela El inocente en esos términos, pero mirando retrospectivamente, acepto que -Wood es un buen crítico, muy perspicaz- como muchos otros escritores de la tradición occidental, mis novelas trazan cierto recorrido moral que involucra un descubrimiento, tal vez un mal descubrimiento, pero descubrimiento al fin y al cabo, que cambia a ese personaje. Sería difícil escribir una novela sobre adquirir la inocencia, así que tal vez Wood tenga razón.

-Publicó un ensayo sobre su madre. ¿Escribirá una autobiografía?

-Tengo el plan de hacerlo, pero nunca lo hago. El ensayo sobre mi madre sería como el primer capítulo. Uno de estos días lo haré.

-Uno de sus personajes cita a Stendhal: "El mal gusto lleva al crimen". ¿Qué puede decir sobre su gusto?

-Sobre mi gusto, creo que pensando en una analogía musical, soy más Bach que Wagner. Me gustan la precisión, la elegancia, la brevedad, la concisión, no el gran gesto ampuloso y estridente. No sé adónde lleva esto, pero soy más del siglo XVIII que del siglo XIX.

-¿Qué es lo peor de ser una súper estrella literaria?

-Sentirme culpable por decir no. Me piden muchas cosas y es imposible hacer todo lo que me piden. Si alguien me pide algo, sé que tengo que negarme porque si no me volvería loco, pero al mismo tiempo, me arrepiento de hacerlo. Es el problema de ser un escritor muy conocido. Pero, aparte de eso, la fama literaria es bastante benévola. No es como la que da el rock, el fútbol o la televisión, porque, por lo general, los lectores son gente sensible y si se acercan a mí en un restaurante o en la calle, lo hacen como pidiendo disculpas, diciéndome: "Sólo quería decirle que me gustó su libro", y entonces se van. Ellos no te tiran del pelo o te rompen la camisa, de manera que no es tan duro y, en realidad, es un gran privilegio ser leído.

"Me gustan la precisión, la elegancia, la brevedad, la concisión, no el gesto ampulosos y estridente".

Saturday, September 26, 2009

Dawson, Isla 10

Ascanio Cavallo
Miguel Littin es uno de los cuatro directores chilenos -con Raúl Ruiz, Patricio Guzmán y Pedro Chaskel- que han estado haciendo películas por más de 40 años. Este solo dato le garantiza un estatuto singular dentro del cine nacional. También es uno de los pocos que vivió desde dentro el proceso de la Unidad Popular y la caída de Salvador Allende. Su visión de esa tragedia está redondamente planteada en Los náufragos (1994), la primera cinta que hizo en Chile después del exilio.
En Los náufragos, una familia rural constituye la metáfora del golpe de Estado de 1973, y su figura central es la del "gran padre generoso", el modo en que Littin conceptualiza al Presidente Allende.
Quince años más tarde, en Dawson, Isla 10, Allende es todavía el padre simbólico de los ministros y dirigentes de izquierda recluidos en el gélido paralelo. Pero es también algo más extraño, más mitológico y acaso más esotérico, una presencia fantasmal que cruza no sólo la historia narrada, sino la película misma, su textura y su visualidad.
El momento más extraño se produce cuando el capitán Salazar (Alejandro Goic) anuncia a los prisioneros que serán llevados a Puerto Williams y, antes de retirarse, pregunta quién es "A", la firma que acompaña a unas consignas enigmáticamente rayadas en los muros de latón de las barracas. Los prisioneros responden que no saben, y entonces Littin corta y muestra a un Allende (siempre borroso, casi como una imagen mental) que cae liquidado en La Moneda, seguido de unas botas que entran al Salón Independencia.
Varias cosas están implicadas en este raro montaje. La primera, desde luego, es la afirmación de que Allende no se suicidó, sino que fue asesinado, algo que está presente en una escena anterior, donde el ex ministro José Tohá (Pablo Krögh) se niega a firmar una declaración que sostiene el suicidio. La segunda es la incrustación de la escena en la historia de un grupo de hombres que, con pocas excepciones, no estuvo en La Moneda en el último instante del Presidente. La tercera es la presencia de esta misteriosa "A" (¿Allende?) que lleva sus mensajes (¿post-mortem?) a una remota isla patagónica.
Es sólo un instante, un par de minutos, en una película de casi dos horas. En el resto, Littin adapta el entrañable libro de Sergio Bitar "Isla 10", un texto quieto, reflexivo, autocrítico, que describe lo que "no fue la experiencia más heroica de nuestras vidas", y que tal vez por ello no encaja del todo con el instinto mítico y épico del cineasta.
¿Explica esto la incrustación de las escenas seudodocumentales de Allende en La Moneda, y en especial ese extraño interludio del asesinato, que es seguido por el plano más bello, aquel en que Osvaldo Puccio (Matías Vega) corre inútilmente tras el camión que lleva a su padre? ¿Es este momento mínimo la explicación de fondo del proyecto, o es sólo un accidente en una historia difícil de contar? Esta es una de las gracias involuntarias del cine de Littin: cada vez que da respuestas tajantes, abre unas dudas más anchas.
Dawson, Isla 10
Dirección: Miguel Littin. Con: Benjamín Vicuña, Cristián de la Fuente, Luis Dubó, Pablo Krögh, Sergio Hernández. duración: 100 minutos.
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Cerrado por duelo

Francisco Mouat
Debe ser que ahora empieza el duelo de verdad. Cuando su nombre desaparece de los diarios, cuando empieza a olvidarse poco a poco lo que se dijo ese domingo en aquella iglesia en Reñaca donde lo despedimos con música de piano, como él quería; cuando la muerte pública -con flores, fotografías y discursos- cede su lugar a esta otra muerte, privada, implacable, silenciosa, soterrada: la de la cama vacía, su computador apagado, el sillón de lectura desocupado, los gatos buscándolo.
No quiero apresurar el duelo y pasar a otra cosa. Me resisto a abandonarte a tu suerte, aunque sospecho que de encontrarnos ahora mismo en un café, de regreso de tu propio funeral, serías el primero en desenfundar un chiste de humor negro sobre esta muerte que vino a buscarte. Pero esto que escribo es un sueño. Porque Pierre Jacomet no volverá nunca más a sentarse a la mesa como estábamos acostumbrados a que lo hiciera, y cada vez que lo convoquemos, cada vez que su rostro vuelva a aparecerse entre nosotros, será porque alguno lo piensa, lo nombra, lo lee, lo narra.
Anoche vi por tercera o cuarta vez una película sensacional, que tú, Pierre, seguro ya viste: 84 Charing Cross Road, casi tan buena como el libro del mismo nombre. Trabaja Anthony Hopkins y Anne Bancroft, y está hecha a partir de uno de los libros más entrañables que haya leído. 84 Charing Cross Road es la dirección en Londres de una pequeña librería de viejos a la que en 1949 le escribió la norteamericana Helene Hanff, interesada en libros antiguos que no podía encontrar en Nueva York. Se inició de inmediato una relación epistolar entre la escritora y el librero Frank Doel, que amaba su oficio y sabía de libros como pocos. Ambos se escribieron durante veinte años, y esas cartas son el libro. Tendríamos que haber visto juntos esta película, Pierre, carta a carta. Los publicistas dicen que es la película más bella sobre libros que jamás se ha filmado. No sé si es así, pero es muy bella y es sobre libros, sobre amor a los libros.
Me duele tu muerte, Pierre Jacomet. No puedo evitarlo. Quisiera colocarme un letrero que diga Cerrado por duelo y no hacer nada, y que los demás respeten mi ausencia y mi silencio. Y volver a ver 84 Charing Cross Road, y detener la película en ese momento mágico en que Frank Doel lee un poema que tú hubieras podido decirme de quién es: "Si tuviera las telas bordadas del cielo/ entretejidas con luz de oro y plata./ Las azules, tenues y oscuras telas/ de la noche, del día y de la penumbra./ Extendería las telas a tus pies./ Pero, siendo pobre, sólo tengo mis sueños./ He extendido mis sueños a tus pies./ Pisa con suavidad, porque pisas/ sobre mis sueños".
Es bello, ¿verdad? Tan bello como ese sermón de John Donne, el sermón XV, que Helene Hanff lee en voz alta a la hora diecisiete minutos de película, y que parece escrito para ti, Pierre, que amaste a los libros y fuiste gran lector y gran traductor: "Toda la humanidad es un volumen. Cuando un hombre muere, no se rompe un capítulo del libro, sino que se traduce en una lengua mejor. Y cada capítulo debe ser traducido. Dios emplea muchos traductores. Algunas piezas se traducen por edad, otras por enfermedad, otras por la guerra, otras por la justicia. Pero las manos de Dios encuadernarán todas nuestras hojas dispersas para esa biblioteca donde todos los libros deben permanecer abiertos entre sí".
Cerrado por duelo. Sin prisa, me siento a esperar que vengas, traducido. Escucho tu disco de las variaciones de Goldberg, de Bach: la grabación es magnífica. Le escribo a Andrea Maturana, que vive en Limache con su marido, dos hijas y un piano. Andrea te lloró ese domingo en Reñaca, te conocía desde pequeña. Me escribe de vuelta. Me dice que tu ausencia le irá pesando con el tiempo: "Cuando no aparezca más en mi bandeja de entrada, ni pase por mi casa a ver a mi viejo, ni hablemos un día porque sí. Ya me pasa que tengo cosas que contarle y es tan fuerte que quiero escribirle igual, aunque nadie lo vaya a leer, y luego pienso que es una estupidez, y luego que en el fondo todavía no puedo creer que nadie lo vaya a leer. ¿Quién está al otro lado de su casilla de correos? ¿Dónde se fue todo lo que él sabía?".
¿A dónde, Pierre? ¿Dónde estás?
Once apuntes sobre el Once
por Daniel Villalobos WWW.SOMOSBLOGS.CL

1
¿Qué es más perturbador en el video de Torres Gemelas, la extraña canción mutante del ecuatoriano Delfín Quishpe? ¿La crudeza del montaje, la frialdad con que pega las imágenes del desastre o los guiños a Morricone en los arreglos? ¿Los ojos inexpresivos de Delfín mientras intenta doblar su propia voz teniendo de fondo los edificios en llamas? ¿O la idea de que su ‘amorcito’ era una trabajadora ilegal que ni siquiera fue mencionada en las listas de víctimas?
2
Dawson Isla 10 es una película ordenada y correcta que podría haber sido filmada en cualquier lugar del mundo. Aparte de las caras de chilenos que tienen la mayoría de sus actores (y qué reconocible puede ser la cara de chileno en estos días) su divorcio de las circunstancias que rodearon al presidio de Sergio Bitar y sus compañeros de generación es completo.
Excepto por un breve flashback (¿o delirio?) donde vemos la muerte de Allende a manos de un militar, nuestros ojos en la subjetiva del verdugo disparándole al presidente a metros de una ventana. La escena no tiene excusa argumental: los personajes jamás hablan del Once o del ataque a La Moneda. Es sólo un chispazo, un eco de una realidad paralela o tal vez el momento en que el pasado muerto se cuela en el filme para recordar que no, que hay cosas que no están resueltas.
3
“Un hombre en San Francisco durmió mientras su esposa le llamaba desde el World Trade Center. La torre ardía a su alrededor y ella hablaba desde su celular. Le dejó su último mensaje en la contestadora. Llamaba para despedirse. Había sólo una cosa por decir, esas palabras que ni el más terrible arte, ni las peores canciones y películas, ni las más seductoras mentiras podrán nunca abaratar. Te amo”.
“Lo dijo una y otra vez antes que la línea quedara muerta. Y eso era todo lo que ellos tenían que decir, desde los aviones secuestrados y desde las torres en llamas. Sólo hubo amor y después la nada. Amor era todo lo que tenían contra el odio de sus asesinos”.
(Ian McEwan, Only love and then oblivion, artículo para The Guardian, 15 sep. 2001)
4
Estadio Nacional, de Carmen Luz Parot, 2001: El hombre camina hacia una esquina del espacio, una habitación desnuda con muros y suelo de cemento. Hay poca luz. El hombre peina canas y viste abrigo. Separa las manos frente a su cara y explica: aquí nos echábamos a dormir. Por allá estaba Zutano. Acá Mengano. En esa puerta se ponía un guardia. De este lado, había un balde. Mueve las manos, apunta, señala, dibuja en el aire ángulos y formas de cuerpos y objetos que ya no están. Reconstruye en el mismo espacio un recuerdo que sólo subsiste en su cabeza y en sus manos.
5
“Me conociste en un período muy extraño de mi vida”, le dice Edward Norton a Helena Bonham-Carter mientras la toma de la mano. Afuera, los edificios de las megacorporaciones se derrumban y el capitalismo deja de existir tal como le conocemos. Todo esto un año y medio antes del ataque a las Torres. En sus mejores momentos, Hollywood ha reflejado con pasmosa exactitud el estado de ánimo norteamericano y sus pesares y esperanzas. Pero en unas cuantas ocasiones, consigue predecir su propio futuro, un futuro negro, humeante y nihilista. “El auto-mejoramiento es masturbarse. Ahora, la auto-destrucción es otra cosa”: la frase de Tyler Durden que también podría haber dicho uno de los pilotos de Al-Qaeda.
6
Titulares de principales medios gringos días después de los ataques (recopilados por Greil Marcus para Salon.com): CNN: “America Under Attack” / Fox News: “America’s New War” / Newsweek: “War on Terror” / New York Times: “A Day of Terror” / y el periódico satírico The Onion: “Holy Fucking Shit”.
7
Recuerdo que no lloré con la cobertura televisiva del día de los ataques. Recuerdo sí que mucha gente alrededor mío lloraba. Y recuerdo que por fin lloré cuando entré a ver La Hora 25, cuya memorable secuencia de créditos iniciales se despliega sobre los haces de luz que se instalaron en Manhattan para evocar a las Torres casi un año después.
8
Contra el Enemigo, una mala película dirigida por Edward Zwick en 1998, imagina una campaña de terrorismo musulmán en Manhattan. Un general interpretado por Bruce Willis declara el estado de sitio y convierte los estadios locales en campos de prisioneros donde los inmigrantes son torturados hasta la muerte. Cinco años después, la película se hace realidad, pero con ciertas variantes: entre ellas, la existencia de Guantánamo y Abu Ghraib.
9
Juegos de Poder es una simpática sátira sobre un senador gringo (Tom Hanks) que miente y engaña para poder darles armas a los afganos en su lucha contra los soviéticos. Estamos a principios de los años ’80 y es la era Reagan. Hacia el final, el gobierno corta los suministros y deja al héroe en la pitilla, quien advierte que abandonar a Medio Oriente será dejar el paso libre a extremistas y fanáticos religiosos. Fin.
La nota a pie de página: el final original del guión muestra a Hanks, viejo y retirado, preparando su desayuno en un departamento de Nueva York. Alguien le llama y grita: “Enciende el televisor”. Hanks cuelga y corre al balcón, fuera de cámara. En una esquina del plano, vemos el televisor en mute, con la imagen de la primera torre humeante.
Según Hanks, esa fue la escena que le convenció de aceptar el papel. La escena nunca se llegó a filmar.
10
Santiago, once de septiembre del 2001, diez de la mañana. Un amigo periodista junto a otros cibertekkies de la naciente web 2.0 miran CNN en un televisor de su trabajo. Uno de ellos mira por la ventana y ve pasar a alguien agitando una bandera chilena, solo, anónimo, casi invisible. “Sonamos con nuestro once”, dice en voz alta, la única frase que mi amigo recuerda de todas las cosas que se dijeron en Chile aquel día.
11
“Michimalonco, como caudillo (toqui) general de los indios de la comarca, encabezó contra la recién fundada ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, un asalto el 11 de septiembre de 1541 que terminó en fracaso, merced a la sostenida resistencia de los españoles que guarnecían la plaza.”
Jim Jarmusch: "Me encantan las palabras, pero creo que hablamos demasiado"
El cineasta explicó las razones de que en su última película casi no exista la comunicación verbal.

Jim Jarmusch ya se encuentra en España para filmar su próxima película, ''Los límites del control''.


SAN SEBASTIÁN.EFE- La piedra angular del cine independiente americano, Jim Jarmusch, viajó a España para rodar "Los límites del control", una película en la que la palabra casi desaparece y que presentó hoy en el Festival Internacional de San Sebastián, en la sección Zabaltegi Perlas.

"Me encantan los idiomas, la literatura y la poesía como abstracción de la palabra. Pero creo que hablamos demasiado. Yo mismo hablo demasiado", explica en una entrevista con la prensa española.

"La gente que no habla mucho suele decir cosas interesantes cuando lo hace. Es algo que me gusta mucho y que está presente en la cultura samurái", se justifica.

Cuatro años después del periplo lleno de brillantes diálogos en "Flores rotas" y de un proyecto frustrado, en "Los límites del control", en la que aparecen fugazmente Bill Murray, Tilda Swinton o John Hurt, habla de no hablar, al menos si no es necesario.

De paso, Jarmusch se regodea en las posibilidades cinematográficas que le dan algunos parajes de ciudades españolas, como Madrid, Sevilla o Almería, captadas con la sensibilidad fotográfica de Christopher Doyle, colaborador habitual de Wong Kar Wai.

"Los límites del control" recupera, en cierta forma, el hilo de "Ghost Dog", por tomar un personaje silencioso e implacable, aunque esta vez sigue los códigos samuráis "de una manera más metafórica, más filosófica y física".

Sigue fascinándole la rectitud del observador y la mesura en los actos. Y así, el protagonista "de alguna manera es un hombre muy centrado en un comportamiento de guerrero", resume.

Mientras lleva a cabo su enigmática misión, no fuma, no practica sexo y toma siempre su café solo en tazas separadas. Para este personaje sin diálogos, contó de nuevo con el actor francés nacido en Costa de Marfil Isaach de Bankolé, con el que ya trabajó en "Café y cigarrillos" o "Noche en la Tierra".

"A mí me gusta estar solo, pero eso no significa que sea una persona solitaria", se defiende el realizador de "Bajo el peso de la ley". "Pero quizá por eso, me gusta crear personajes fuera de lo normal".

"Los límites del control" tampoco es una película normal. Es desconcertante incluso dentro de las coordenadas atípicas del universo de Jarmusch. "No trato de analizar su significado ni de responderme muchas preguntas".

"¿Cómo has llegado hasta aquí?", pregunta Murray al protagonista en la película, a lo que De Bankolé responde: "Usando mi imaginación". A la hora de realizar la película, Jarmusch parece seguir esa premisa y olvidarse de la lógica.

"He crecido en mi vida con figuras de autoridad, como mi padre, mis profesores o la policía. Ellos me decían: ’tú no entiendes cómo es el mundo’. Pero creo que mi imaginación es tan válida como la suya", aseguró.

"Los límites del control" es, según esto, una oda a hacer lo que a uno le venga en gana. Su protagonista se dedica a recibir instrucciones durante toda la película de distintos personajes, a los que decide no hacer caso.

También se llena de discursos cargados de significados misteriosos, como pinceladas puntuales de relato que tampoco tendrán relevancia alguna a pesar de su poesía como pasajes autónomos.

Y así, "Los límites del control" transcurre, paradójicamente por el más absoluto descontrol. Nada conduce a nada. El espectador debe imaginarse también esa intriga que se mueve por los raíles de lo inexistente, y eso ha dividido las opiniones respecto a la película.

"Es una celebración del artificio en el cine", concluye el cineasta, que estrenará en España el 2 de octubre su película.
Dios, Patria y Coca Cola

Daniel Villalobos, mi partner en el podcast "Analízame" que colgamos todas las semanas en el sitio Podcaster.cl, hace rato que anda atravesado con ese comercial de Coca Cola sobre la crítica de cine. Así que fue cordialmente invitado a escribir de él en este blog. Bien Villalobos… Ya sabe: en su casa no más está. Gonzalo Maza.

Todos hemos visto el comercial: una muchacha rubia –y sola- está viendo una película en el cine, mientras en off escuchamos la aburrida voz de un crítico despedazando la misma película. El comercial funciona en base a polos opuestos. Mientras la voz enumera sus reparos con la historia, vemos a la muchacha sonreír, vibrar, emocionarse hasta las lágrimas. Un texto final reza: “Necesitamos menos críticos. Necesitamos disfrutar más”.
Desde luego, durante su arrebato emocional, la chica disfruta no sólo el filme, también una botella de refrescante Coca-Cola.
Antes de seguir (y para evitar malos entendidos y acusaciones de sentirme atacado como alguien que escribe sobre películas) tengo que decir que la defensa gremial me importa un coco. Tengo claro que la figura del crítico de cine, entendido como un sujeto que comenta películas en medios masivos, está acabada. De aquí a diez años no habrá críticos escribiendo en diarios o revistas, al menos regularmente. Su lugar –cualquiera que sea- estará cubierto por blogs de fanáticos, posteos de Twitter y grupos de Facebook o como se llame la red social que impere en ese futuro cercano.
Todos podemos tener distintas opiniones sobre ese cambio y, de hecho, no estoy seguro que los críticos del viejo estilo no se reconviertan en ensayistas de sitios especializados o académicos. Quién sabe. De hecho, ni siquiera estoy seguro que el cambio sea enteramente negativo.
Pero el comercial me molesta por varias razones. En primer lugar, porque –como ya lo señalara Juan Pablo Vilches comentando un post anterior de este blog- el comercial equipara el disfrute con no pensar ni disentir.
En segundo lugar, porque parte de una falacia: la emoción genuina de la espectadora y la opinión del crítico no están en contradicción. De hecho, ningún crítico sensato podría negarle a la muchacha la autoridad de la experiencia personal.



¿Pero quiénes conforman el “nosotros” implícito en el texto final? ¿Los espectadores? ¿Las distribuidoras de cine? ¿Coca-Cola? ¿Todos los anteriores?
Sospecho que el mensaje alude no al público general –esa entelequia demagoga a la que apelan con tanta facilidad publicistas y “expertos”- sino a las empresas interesadas en captar el dinero de ese público general.
Podemos quejarnos de que los críticos no sirven o no cumplen su función, pero para eso tenemos que recordar cuál sería esa función. Me parece que, en buena parte, un crítico debería ser capaz de expresar una opinión clara y argumentada sobre el valor de un filme. Y esa opinión debería ser independiente de la voluntad de las productoras de cine, razonablemente interesadas en que sean sus películas las mejor evaluadas.
El comercial dice que “no los necesitamos” ya que ellos interfieren con nuestro “disfrute”. Cabría preguntarse entonces por qué otro camino llega un espectador a una película.
El viejo boca a boca es una buena opción. El amigo con quien compartes gustos te recomienda algo que vio y le haces caso y luego repites su recomendación. Con ciertas variaciones, esta opción es la base de lo que sucede en blogs y en Facebook.
Cuando una empresa disfrazada su marketing de recomendación personalizada, a eso se le llama publicidad viral y es un gran recurso, pero no es boca a boca, ya que el objetivo inicial no es compartir una buena experiencia sino ganar dinero.
La otra opción es creerle a la publicidad. Y es aquí donde tengo un gran problema.
La mayoría de los estrenos –en cines, en DVD e incluso en los torrents y ventas de cuneta- provienen de grandes estudios. En determinadas épocas del año, nuestras multisalas están dominadas casi en un 90% por dos o tres superproducciones.
Es la lógica del Evento. Y el Evento tiene muy poco que ver con la calidad cinematográfica y sí mucho con la cantidad de afiches, avisos y trailers que se difunden por los medios. El Caballero de la Noche y Transformers 2 son ejemplos recientes. ¿Qué importa que la primera fuera una gran película de matiné y la segunda un mamarracho impresentable? Para efectos de esta lógica, nada. Ambos son Eventos. Cientos de personas –antes que el boca a boca pudiera ponerse en marcha- estaban dispuestas a ver esos filmes porque un bombardeo publicitario ineludible les había indicado que esas eran las películas que debían ver. (*)
Ha ocurrido por décadas y seguirá ocurriendo, desde luego. Mi punto aquí es que, en ese contexto, la calidad del producto es un dato menor.
Tampoco quiero decir que el, ejem, público general sea completamente permeable a la publicidad. De ser así, el negocio sería mucho más sencillo y matemático, ningún blockbuster fracasaría y las productoras independientes y el cine de autor y todos esos pequeños accidentes habrían ya desaparecido por completo.
En el mejor de los casos, el comentario del crítico sobre una superproducción de este calibre será para el espectador un dato a considerar respecto a un filme que ya decidió ver. Pero la labor del crítico se vuelve más relevante a la hora de promover películas menos notorias que corren el riesgo de pasar desapercibidas al lado de Star Wars 7 o Harry Potter 9.
El comercial, en ese sentido, me molesta no como crítico, sino como espectador, porque es de un cinismo descarado. Okey, necesitamos menos críticos para disfrutar sin pensar. ¿Para disfrutar qué? Las películas que tengan mayor músculo publicitario, mejores campañas y afiches más grandes.
Puede sonar ingenuo o anticuado decir que los críticos ayudan a llamar la atención sobre el buen cine que carece de la promoción adecuada, pero yo no veo hoy día instancias que estén cumpliendo esa función. Ni siquiera en los blogs autodenominados “nerds” o “freaks” (con todo el respeto que me merecen), que suelen estar centrados en su gran mayoría en, bueno, superproducciones.
A propósito de internet, alguien dirá “Pero es que ese espacio de reflexión está cubierto en la red”. Tal vez, pero ojo, el comercial de Coca-Cola no es tan magnánimo: su mensaje es que todas las instancias de análisis son inútiles, se trate de una columna en El Mercurio o un posteo en un blog. Salvo que ese posteo hable desde “el corazón”, ergo la experiencia personal y, supongo, intransferible.
Lo que me lleva a mi último punto. La chica se emociona hasta las lágrimas. La voz en off, aquella a que somos llamados a despreciar, enumera motivos para desechar la cinta. En resumen, habla de que la película es cliché, que sus situaciones son repetidas y que esto ya se ha visto mil veces.
Qué importa, dice el comercial, la chica llora como si esta fuera la primera película romántica de la historia. Lo que es, en el fondo, sugerir que cualquier conciencia histórica respecto al cine –y a los productos culturales en general- es absurda, no viene a lugar y sólo interfiere con nuestra experiencia de espectadores.
No sabemos si el crítico del comercial está equivocado. Puede que la película sea un bodrio o una obra maestra. Eso es irrelevante para el discurso de la historia, porque lo esencial es que su juicio –certero o no- es innecesario.
Las pocas cosas que sé sobre cine las aprendí tanto viendo películas como leyendo sobre ellas y sospecho que no estoy solo en ese punto. Una cosa es que un espectador específico prefiera formarse su opinión sobre una cinta sin interferencias (¿pero la publicidad no es una interferencia?). Otra es que la industria nos diga no sólo qué consumir sino de qué forma tenemos que consumirlo.
El comercial de Coca-Cola es “sólo” un comercial. Sí, claro, y las películas son “sólo” películas. Es una manera de ver el asunto pero me parece que todos –espectadores regulares, críticos, gente que va al cine en general- deberíamos apuntar más alto que eso, no sólo respecto a las películas, sino respecto a nosotros mismos.
(*) Este punto en particular es analizado en gran detalle en Las Guerras del Cine de Jonathan Rosenbaum (Uqbar Editores, 2007
Braga y Wenders, ángeles

Francisco Mouat
Si un día me preguntan a qué artistas admiro, intentaré no olvidar esta respuesta: a Rubem Braga por haber escrito crónicas inmejorables, y a Wim Wenders por conmoverme hasta los huesos con algunas de sus películas.
Rubem Braga escribió durante muchos años de su vida con vista al mar. Su crónica Hombre de mar, que figura en una antología de las cien mejores crónicas brasileras, es el sencillo relato que hace un hombre que mira el mar desde la terraza de su departamento y de pronto advierte, entre los árboles y los techos, que allá al fondo, "en el bello azul de las aguas, entre pequeñas espumas que avanzan algunos segundos y mueren", otro hombre nada, solitario, a cierta distancia de la playa. Los movimientos del nadador capturan su atención porque son armónicos, pacíficos, y van en la misma dirección del viento. Es Rubem Braga quien mira desde la terraza, y nos dice que no sabe demasiado bien por qué en ese momento admira al hombre que nada: "Encuentro en su gesto una nobleza serena, me siento solidario con él, acompaño su esfuerzo solitario como si él estuviese cumpliendo una bella misión". No sabe nada más de él, no puede distinguir ni cuántos años tiene, ni el color de su piel, ni los rasgos de su cara. Cuando lo pierde de vista, se queda pensando que ya no es responsable de lo que continúe haciendo el nadador, aun cuando desea que conserve el mismo braceo, el mismo ritmo fuerte, lento y sostenido de su braceo. Cuando lo pierde de vista, el cronista estima que ambos cumplieron su deber, y por eso no se plantea ir a alcanzarlo en la playa cuando salga del mar para estrecharle la mano. Braga prefiere escribir, y en la narración continúa preguntándose en qué consiste la grandeza de la tarea de este nadador, si el hombre no hacía ningún gesto a favor de alguien, ni construía algo útil para la humanidad. Y reflexiona que simplemente hacía algo bello, una cosa bella de un modo puro y viril, y por eso, desde la terraza, le da su silencioso apoyo y siente afecto por "ese desconocido, ese noble animal, ese correcto hermano".
Leo esta crónica de Braga y pienso en Cielo sobre Berlín, aquella película de Wenders que aquí se conoció como Las alas del deseo, en donde dos ángeles planean sobre la ciudad con el íntimo deseo de poder atarse a la tierra para acompañar a sus habitantes en sus aventuras y desventuras. Pero como ellos son ángeles y no hombres, no pueden cambiar las vidas de los mortales, apenas darles aliento, ganas de vivir. Estos ángeles no son vistos sino sólo por sus pares, y tienen la facultad extraordinaria de escuchar los pensamientos de los ciudadanos, hombres y mujeres comunes y silvestres que sufren problemas económicos, conocen el desamor, están enfermos, avanzan por las calles con su soledad o se sientan a leer en bibliotecas públicas; hombres y mujeres comunes y silvestres como uno, como los protagonistas de las crónicas de Braga.
Braga y Wenders me muestran una manera de contar que espero jamás caiga en desuso: son como ángeles de carne y hueso, ayudan a vivir mejor, abrigan cuando hace demasiado frío.
Esta mañana vine a mi taller con la idea fija de leer a Rubem Braga. Agradezco tener a mano sus libros y saber el mínimo portugués necesario para traducirlo. Su hijo, que maneja los derechos de su obra, no permite hasta ahora que sus crónicas puedan ser traducidas y leídas en español. Algún día, espero, las mejores crónicas de Braga podrán leerse impresas en mi lengua, y yo quisiera estar vivo para disfrutarlas íntegras una a una, tal como espero algún día volver a ver Alicia en las ciudades, película de Wenders que nunca he vuelto a encontrar en ningún sitio. Entonces entenderé mejor qué me emocionó tanto cuando la vi, por qué salgo a buscarla como una presa que no quisiera se me escapara para siempre de las manos. Me acompaña la ilusión de que el arte que más me gusta no me abandone para siempre cuando yo me acabe. Como un ángel que sobrevuela mi último suelo.
mouatfrancisco@gmail.com

Thursday, September 17, 2009

Por Fernanda Donoso / La Nación
LOS PLACERES Y LOS LIBROS

El problema de ser Silvina Ocampo


Un día, un notable amigo de Borges (notable por lo pesado) iba bajando un ascensor con Jorge Luis y con Adolfo Bioy Casares, Adolfito para Borges, y ABC para su mujer Silvina Ocampo. Y dijo: -Han llegado a un lugar perfecto, el lugar que les corresponde, porque ustedes son escritores subterráneos, ¡a ustedes no los conoce nadie!

Los amigos se rieron, pero ella se puso a llorar. Después, su foto bajo un ombú -debe ser un ombú ese árbol interminable- con los zapatos de verano en el suelo, y defendida por esos lentes, es un acertijo. Silvina, la hermana de la directora de Sur, Victoria Ocampo (chicas acaudaladas y de Barrio Norte, ellas), vivió en un mundo de hombres interrumpido por unas pocas mujeres de cuya existencia han quedado, más que libros, esas fotos en blanco y negro de los ’50 cuando para ella, llegar al lugar perfecto, era una broma.

"Mi calidad literaria puede ser una ilusión", decía. Ahora es unánime la opinión de que la suya es una de las mejores plumas que dio Argentina. Cuando le preguntaron en relación con qué autores pensaba su propia obra, contestó: "En relación con Silvina Ocampo, o con Shakespeare o con Ronsard o con Kafka o con John Donne".

En sus cuentos siempre sucede algo muy raro. La realidad está corrida apenas un poco, y esa línea, ese borde, es el paso a otro mundo demasiado parecido a éste, pero otro. Sus personajes sueñan, y de los sueños traen objetos, restos oníricos tangibles. La muerte puede tener toda la pinta de Pola Negri (la más bella de un Hollywood remoto), por ejemplo. Y los niños tienen la maldad o el conocimiento y la incredulidad de los grandes. Pueden ser confundidos con enanos, y los enanos, con niños. Son sueños desapacibles, que se confunden con la realidad. Hay una pareja, por ejemplo: duermen tomados de la mano. Él sueña y ella no. Al fin, ella aprende a soñar, y también a traer cosas del otro lado. Cosas tan imperceptibles, que por eso precisamente son aterradoras.

En una de sus historias, el protagonista es ABC -literalmente. En algún punto, su celoso amor no se rinde. (Bioy Casares escribió mucho sobre ella, la inclasificable). En "La boda", una envidiada novia de provincia muere en el altar (muchos personajes suyos caen muertos en el momento más alto de su vida). Cae como una cortina blanca, mordida por una araña instalada en su peinado por una niña de ocho años. Una niña encantadora. En sus relatos la maldad es inocente, y toda inocencia imposible.

SILVINA OCAMPO, ANTOLOGÍA ESENCIAL
Emecé
Buenos Aires, Argentina, 2007
229 páginas
Por Martín Huerta
POP ART

Nicanor Parra y el té con Mrs. Nixon

Era 1970, tiempos de la guerra fría. Nicanor Parra fue invitado a un recital poético en Washington, Estados Unidos. Luego iría a Cuba como jurado en Casa de las Américas. ¡Top!... En Washington, algunos poetas fueron invitados a conocer la Casa Blanca. Allí se toparon con la dueña de casa, doña Pat Nixon, quien los invitó a tomar una taza de té de la India. Cuando Pat reconoció a Nicanor, recitó: "I swear I no longer remember her name / but I know what to call her: María" Era el bello poema de Parra "Es olvido". "Juro que no recuerdo ni su nombre, / mas moriré llamándola María"

En Cuba cuando supieron eso y como el Partido Comunista Internacional se cree dueño de la vida de los poetas (De Rokha y Neruda lo sufrieron), le revocaron la invitación a Nicanor y no fue a la isla no más.

En Chile la cosa fue peor.

El Partido Comunista chileno recibió a Parra en la punta de la bayoneta y consideraron que el té con Mrs. Nixon era pecado mortal.

¡Shuuta! El poeta Gonzalo Rojas lo tildó de patán, patudo, patatónico; Carlos Droguett dijo: Se vende Parra. Tratar con Nixon. Pablo De Rokha: Nicanor es un "snob plebeyo y populachero, un versificador en niveles abominables".

Con gran sentido del humor, el poeta y filólogo César Cuadra dice que esos eran tiempos "hiperideologizados"; es decir, sólo una versión más pretenciosa de los "hiperidiotizados" tiempos actuales.

¿"Cachan"? La cosa se puso "brígida" cuando la Sociedad de Escritores de Chile (SECh) entró al ring y su presidente, don Luis Merino Reyes, quien se había opuesto a que Parra recibiera el Premio Nacional de Literatura, dijera que éste "era un poeta integral que canta para los sordos de la poesía"

Nicanor respondió:

"Si el Papa no rompe con USA
si el Kremlin no rompe con USA
si Luxemburgo no rompe con USA,
por qué demonios voy a romper yo".

El Partido Comunista quería mandar a los altos hornos al pobre Nicanor y éste dijo: "No ser comunista a los 20 es no tener corazón. Y seguir siéndolo a los 40, es no tener cabeza ".

Merino Reyes contestó: "Es un ególatra este sexagenario hippie".

Parra: "Ave Merino Reyes / morituri te salutan" (Los que van a morir te saludan).

Para mi proyecto "Arte de facto visual", de 2005, pedí a Luis Merino que hablara de Nicanor. Y quien alguna vez escribió "Beberemos los más sabios vinos, / ellas lucirán sus atrevidos sueños ", dijo: "Nicanor Parra ha tenido la virtud de hacer graciosa y liviana nuestra poesía; de sacarla del sonambulismo trágico, del conceptualismo venido de pesados filósofos y oídos como dioses por nuestros sentimentales maestros"

Y sigue: "Hace algunos años, Nicanor aceptó la incitación de la señora Nixon a tomar té en la casa de gobierno, Parra aceptó y en la SECh se produjo una protesta. Se pidió su expulsión y me opuse, sin antes escuchar al acusado. Esto sucedió y perfecciona la armonía que debe existir entre los escritores que no siempre coincide con las pasiones partidarias".

¡Grande Merino Reyes! ¡Feliz cumpleaños Nicanor!

Monday, September 14, 2009

"¿Qué es la literatura?", de Jean-Paul Sartre

Fragmento
Un joven imbécil escribe: «Si usted quiere comprometerse, ¿a qué espera para inscribirse en el Partido Comunista?» Un gran escritor, que se comprometió muchas veces y rompió sus compromisos todavía con más frecuencia, pero que lo ha olvidado, me dice: «Los peores artistas son los más comprometidos: ahí tiene a los pintores soviéticos». Un viejo crítico se lamenta dulcemente: «Quiere usted asesinar a la literatura; el desprecio de las Bellas Letras se exhibe con insolencia en su revista». Un pobre de espíritu me llama intelectualoide, lo que es sin duda para él el peor de los insultos; un autor que se arrastró penosamente de una guerra a otra y cuyo nombre despierta a veces lánguidos recuerdos entre los viejos, me reprocha que no me preocupe de la inmortalidad: sabe, a Dios gracias, de mucha gente bien que pone en ella su mayor esperanza. A los ojos de un buen foliculario norteamericano, mi laguna está en que no he leído nunca a Bergson ni a Freud; en cuanto a Flaubert, que no se comprometió, parece que me obsede como un remordimiento. Los maliciosos guiñan el ojo: «¿Y la poesía? ¿Y la pintura? ¿Y la música? ¿También quiere usted comprometerlas?» Y los espíritus marciales preguntan: «¿De qué se trata? ¿De literatura comprometida? Pues bien, es el antiguo realismo socialista, a no ser que estemos ante una renovación del populismo, mucho más agresivo».

¡Cuántas tonterías! Es que se lee mucho más de prisa, mal, y que se juzga antes de haber comprendido. Por tanto, comencemos de nuevo. Esto no es divertido para nadie, ni para ustedes, ni para mí. Pero hay que dar en el clavo. Y como los críticos me condenan en nombre de la literatura, sin decir jamás qué entienden por eso, la mejor respuesta que cabe darles es examinar el arte de escribir, sin prejuicios. ¿Qué es escribir? ¿Por qué se escribe? ¿Para quién? En realidad, parece que nadie ha formulado nunca estas preguntas.

Jean Paul Sartre

Wikipedia

¿Por qué leer a los clásicos?

Italo Calvino

Nietzsche

Filosofando a martillazos desde las alturas
Nietzsche me da miedo, pero de alguna forma me libera y lo leo con devoción absoluta. Carece del sentido del humor de Voltaire (una de sus influencias) ni es tan pesimista como su compatriota Schopenhauer, (un Puta madre adorable, por favor háganse un favor y hojeen por lo menos su biografía o sus frases célebres), pero a veces nos revela de cuerpo entero a todos los hombres actuales. Es un gigante Nietzsche y al leer “Ecce Homo” por ejemplo, me doy cuenta que él lo tenía más que claro. Acá algunos fragmentos de esas páginas grandiosas escritas con valor, sangre e inteligencia. Características tan escasas en todos nuestros pensadores actuales.

Profeta, visionario, pensador controvertido, amante de las artes, personalidad torturada... La figura de Friedrich Nietzsche oscila entre el inmenso legado de su obra y el mito construido en torno

“Yo conozco mi destino. Un día mi nombre irá unido a algo formidable: el recuerdo de una crisis como jamás la ha habido en la tierra, el recuerdo de la más profunda colisión de conciencia, el recuerdo de un juicio pronunciado contra todo lo que hasta el presente se ha creído, se ha exigido, se ha santificado. Yo no soy un hombre: yo soy dinamita. Y a pesar de esto, estoy muy lejos de ser un fundador de religiones. Las religiones son cosa de la plebe. Tengo necesidad de lavarme las manos, después de haber estado en contacto con hombres religiosos... Yo no quiero, creyentes; creo que soy demasiado maligno para creer en mí mismo. Yo no hablo jamás a las masas... Tengo un miedo espantoso de que algún día se me declare santo. Se adivinará la razón por la que yo publico este libro antes, tiende a evitar que se cometan abusos conmigo. Yo no quiero ser tomado por un santo; preferiría que se me tomara por un bufón... Quizá soy un bufón..."

“Es necesario no haber sido nunca complaciente consigo mismo, es necesario contar la dureza entre los hábitos propios para encontrarse jovial y de buen humor entre verdades todas ellas duras. Cuando me represento la imagen de un lector perfecto, siempre resulta un monstruo de valor y curiosidad, y, además, una cosa dúctil, astuta, cauta, un aventurero y un descubridor nato. Por fin: mejor que lo he dicho en el Zaratustra no sabría yo decir para quién únicamente hablo en el fondo; ¿a quién únicamente quiere contar él su enigma? A ustedes, los audaces buscadores e indagadores, y a quien quiera que alguna vez se haya lanzado con astutas velas a mares terribles; a ustedes los ebrios de enigmas, que gozáis con la luz del crepúsculo, cuyas almas son atraídas con flautas a todos los abismos laberínticos;”

Quien sabe respirar el aire de mis escritos sabe que es un aire de altura, un aire fuerte. Es preciso estar hecho para ese aire, de lo contrario se corre el peligro no pequeño de resfriarse en él. El hielo está cerca, la soledad es inmensa - ¡más que tranquilas yacen todas las cosas en la luz! ¡con qué libertad se respira!, ¡cuántas cosas sentimos por debajo de nosotros! - La filosofía, tal como yo la he entendido y vivido hasta ahora, es vida voluntaria en el hielo y en las altas montañas - búsqueda de todo lo problemático y extraño en el existir, de todo lo proscrito hasta ahora por la moral. Una prolongada experiencia, proporcionada por ese caminar en lo prohibido, me ha enseñado a contemplar las causas a partir de las cuales se ha moralizado e idealizado hasta ahora, de un modo muy distinto a como tal vez se desea: se me han puesto al descubierto la historia oculta de los filósofos, la psicología de sus grandes nombres. - ¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu?, esto se fue convirtiendo cada vez más, para mí, en la auténtica unidad de medida. El error (-el creer en el ideal-) no es ceguera, el error es cobardía... Toda conquista, todo paso adelante en el conocimiento es consecuencia del valor, de la dureza consigo mismo, de la limpieza consigo mismo... yo no refuto los ideales, ante ellos, simplemente, me pongo los guantes... Nitimur in vetitum: bajo este signo vencerá un día mi filosofía, pues hasta ahora lo único que se ha prohibido siempre, por principio, ha sido la verdad.-


Ahora yo me voy solo, discípulos míos! ¡También vosotros os vais ahora solos! Así lo quiero yo.En verdad, éste es mi consejo: ¡Alejaos de mí y guardaos de Zaratustra! Y aún mejor: ¡avergonzaos de él! Tal vez os ha engañado.El hombre del conocimiento no sólo debe saber amar a sus enemigos, tiene también que saber odiar a sus amigos.Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo. ¿Y por qué no vais a deshojar vosotros mi corona?Vosotros me veneráis: pero ¿qué ocurriría si un día vuestra veneración se derrumba? ¡Cuidad de que no os aplaste una estatua!¿Decís que no creéis en Zaratustra? ¡Más que importa Zaratustra! Vosotros sois mis creyentes, mas ¡qué importan todos los creyentes!No os habéis buscado aún a vosotros: entonces me encontrasteis. Así hacen todos los creyentes: por eso vale tan poco toda fe.Ahora os ordeno que perdáis y que os encontréis a vosotros; y sólo cuando todos hayáis renegado de mí, volveré entre vosotros
Friedrich Nietzsche


Wikipedia

En Castellano

Frases

El poder de la palabra

Humano, demasiado humano


Así habló Zaratustra



Nietzsche

Saturday, September 12, 2009

Pierre Jacomet

Francisco Mouat
Conocerlo fue una fiesta. Había leído a partes uno de sus libros, Cien autoras y autores de hoy; y sabía la historia de su cuñado, Werner Martínez, aquel piloto chileno que desapareció en Costa Rica en 1943. Pero nada podría compararse con la fiesta de conocerlo personalmente el viernes 26 de junio de 2009, en el café Bonafide de Reñaca, donde nos citamos a las once de la mañana.
Me duele su muerte porque me privó de seguir conversando cara a cara con uno de los seres más magníficos que haya conocido en mi vida. Porque el libro que habíamos empezado a escribir juntos deberá continuar su camino sin su compañía. Porque él no entendía la vida sin amigos.
Pierre Jacomet tenía un blog que le había hecho uno de sus hijos, y en un correo me dijo que si quería lo revisara, a ver si encontraba algo de interés: jacomet.olivoediciones.net
Hoy leo su blog con otros ojos. Me detengo en uno de sus párrafos, puro pensamiento jacometiano: "Debemos rezar por nuestra felicidad cotidiana porque cada día tiene una cualidad diferente, una tonalidad distinta. Valorar cada instante y dar algo, incluso a los opulentos. La plata compra casas, relojes, lechos, libros, sangre, sexo, pero no puede comprar hogar, tiempo, conocimiento, vida o amor. ¿Acaso los ricos sufren más que los pobres? Tal vez, porque no tienen la disculpa de la privación y su angustia parece indecente".
Ese viernes de junio estuvimos en el café casi toda la mañana, y yo grabé la conversación. Pierre tomó té porque no se sentía bien del estómago. Pasamos revista a episodios de su vida que son literatura fantástica, como cuando fue secuestrado a los nueve meses de edad frente a los patios del Congreso y él lo recuerda con nitidez, o cuando se fugó de un internado siendo un niño de seis años: "Un día se les quedó la puerta abierta y yo me escapé. Se estaba poniendo el sol, me fui a ver dónde se ponía el sol. Me fui al campo, llegó la noche y yo seguía caminando. Llegué a una casa de campesinos, me acuerdo, había un chonchón. El hecho es que me recuperaron y me devolvieron al internado".
Después del café nos fuimos a su casa, a almorzar bistec con arroz y tomate junto a María José y Alain, sus hijos menores. Antes de sentarnos en la mesa intercambiamos libros. Yo, por supuesto, salí ganando y me traje a Santiago un botín de oro: Un viaje por mi biblioteca, su reciente traducción del Libro Uno de los Ensayos de Montaigne, y los Sonetos lujuriosos de Aretino, poesía divertidamente pornográfica del Renacimiento italiano, traducida y comentada por Pierre. "Léete el soneto número diez, es fantástico", me apuraba, muerto de la risa.
Cuando se lo leí en voz alta, nuestras carcajadas nos hicieron más amigos: "-La quiero en el culo. -Me perdonarás, /¡oh! doncella, yo no haré ese pecado,/ porque esa es ración de algún prelado,/ que ha perdido el gusto por siempre jamás".
Viejo sabio, Pierre leyó como nadie a Montaigne. Sabía, con él, que filosofar es aprender a morir. Y para no ser menos que su pensamiento, enfrentó con valentía una extraña enfermedad que lo escogió a él entre muy pocos hombres, apenas catorce mil en todo el mundo, un cáncer hereditario, el VHL, síndrome de von Hippel-Lindau, que los hace secretar unas dosis bestiales de adrenalina y cuya detección precoz es crucial. Pierre convivió con la enfermedad, la estudió, logró neutralizarla todo lo que pudo, y al final una neumonía lo mató.
"Fuimos arrojados a la vida para quedarnos, y estamos de paso", escribió Pierre en la contraportada de su libro de Montaigne. No dejaba de pensar con lucidez, y tenía la gracia de decirlo sin ninguna pedantería. Aquella mañana de junio en que nos conocimos, me regaló una frase con la que sueño abrazarlo en algún espacio inventado para reencontrarnos: "La meta no me interesa. Me interesa el paisaje. Cada paso que damos es la meta".
Releo el último correo que me escribió, la mañana del viernes 17 de julio, mientras en su casa todos dormían. Tenía fiebre, mucha tos, dolor de cabeza, un gran malestar general, pensaba que lo había atacado la gripe porcina. Nos íbamos a juntar a las once en Reñaca, pero alcancé a ver su mensaje y él además tuvo la deferencia de llamar por teléfono temprano para que no viajara, se sentía muy mal: "Seguiremos riendo, Pancho. Más vale pasarla bien, porque de esta vida nadie sale vivo".
mouatfrancisco@gmail.com
10 mejores películas chilenas. Una selección personal





La Nana, Navidad e Isla Dawson han generado un renovado interés por el cine chileno y sus nuevos directores.

Ascanio Cavallo
1) Tres tristes tigres, de Raúl Ruiz (1968, 105 minutos).
La obra maestra del cine chileno explora en los ambiguos modos del ser nacional y de paso adelanta la interrogación mayor sobre la identidad del cine moderno. Basada libremente en la obra de Alejandro Sieveking, relata el recorrido de tres días del lumpen-proletario Tito (Nelson Villagra), su hermana Amanda (Shenda Román) y el provinciano Luis Úbeda (Luis Alarcón) por los bares de Santiago, durante los cuales Tito nunca logra cumplir con un encargo de su oscuro jefe, el lumpen-burgués Rudy (Jaime Vadell).
2) Largo viaje, de Patricio Kaulen (1967, 90 minutos).
La gran película de la pobreza urbana, en torno a un niño (Enrique Kaulen) que intenta entregarle unas alas de papel a su hermano muerto al nacer. El niño recorre el Santiago que va de la Plaza Bulnes al Cementerio General, un territorio peligroso, violento y sombrío, donde sólo las palomas recuerdan que si la inocencia existe, es aérea, volátil. La escena de la riña bajo los puentes del Mapocho parece tomada del Bosco: tanto del pintor como del bar.
3) Secretos, de Valeria Sarmiento (2008, 88 minutos).
Partiendo de Atalíbar "El Traidor" Leal (Sergio Hernández), un socialista que infiltró a todos los partidos incluido el suyo y que regresa a Chile para confesar el asesinato de "La Voz del Pueblo", esta película despliega, en 20 personajes, una perfecta summa satírica del Chile de los últimos 40 años, con una rotación donde danzan todos los debates que alguna vez parecieron importantes, y que hoy lucen como pura irrisión.
4) Valparaíso, mi amor, de Aldo Francia (1969, 87 minutos).
La obra mayor acerca de la marginalidad porteña. Con el padre preso por abigeato, y la madrastra-comadre (Sara Astica) lidiando con las carencias, cuatro niños de los cerros -"El Chirigua", Antonia, Ricardo y Marcelo- se enfrentan al submundo de Valparaíso, con destinos previsibles: el delito, la prostitución y la muerte. Bajo la inspiración del neorrealismo, el doctor Francia arroja una mirada cristiana e implacable sobre el abandono social.
5) Taxi para tres, de Orlando Lübbert (2001, 90 minutos).
El taxista Ulises (Alejandro Trejo) es asaltado por los flaites Chavelo (Daniel Muñoz) y Coto (Fernando Gómez Rovira), dos aparecidos de la nada en las estepas de las poblaciones. Enfrentados a opciones limítrofes ("volante o maleta"), los tres desarrollan una trayectoria moral donde todos los roles sociales terminarán por invertirse, en la más brava de las visiones sobre las fronteras entre la honestidad y el delito.
6) Salvador Allende, de Patricio Guzmán (2004, 100 minutos).
Este extraordinario documental reúne los mejores hallazgos líricos que Guzmán recogió desde los "años de fuego" de la UP, en una compacta revisión de Allende como una figura que trató de moverse hacia la revolución desde la democracia. El resultado trágico se resume en las imágenes finales de Gonzalo Millán leyendo su imposible poema 48 de "La ciudad", que en este contexto se ubican entre lo más bello jamás mostrado por el cine chileno.
7) Deja que los perros ladren, de Naum Kramarenco (1961, 88 minutos).
Aun en las pésimas copias sobrevivientes resulta inusitada esta cinta basada en Sergio Vodanovic y animada por el arrebato expresionista de Kramarenco. Esteban (Rubén Socotonil), un burócrata a punto de ser corrompido por el político Ramiro (Roberto Parada), es salvado por la vehemencia de su hijo Octavio (Héctor Noguera). Un argumento simple, densificado hasta el delirio por el desaforado uso de las luces y las sombras.
8) Los deseos concebidos, de Cristián Sánchez (1982, 127 minutos).
La primera de una trilogía inconclusa (seguida sólo por El cumplimiento del deseo, 1993), esta película desarrolla como ninguna otra el lenguaje surrealista adecuado a los años anómalos de la dictadura. Es la historia de un estudiante, Erre (Andrés Aliaga), que yerra por la ciudad en paralelo con el demencial mayordomo Mansilla, interpretado por el inolvidable Andrés "Maestro" Quintana.
9) La frontera, de Ricardo Larraín (1991, 118 minutos).
La imagen del buzo (Aldo Bernales) que busca túneles ocultos para explicar las fuerzas de los maremotos es un hito del cine nacional, tal como esos momentos donde los oscuros hombres de Puerto Saavedra bailan entre sí. Un profesor relegado (Patricio Contreras), un inmigrante español (Patricio Bunster) y una mujer abandonada (Gloria Laso) sirven a Larraín para construir la metáfora del país quebrado, asustado y sin más horizonte que el milagro.
10) Los Ángeles Negros, de Jorge Leiva y Pachi Bustos (2007, 78 minutos).
Entre 1968 y 1974, el conjunto Los Ángeles Negros realizó una de las transformaciones más sorprendentes de la música popular, antes de disolverse en cuatro grupos penosos. Bajo este documental -otro gran final: "Tú y tu mirar, yo y mi canción", con Sepasó, Anita Tijoux y Álvaro López- se desliza una historia de pobreza y codicia, de gloria y caída, de juventud y decadencia, narrada con la delicadeza que merecen las pequeñas grandes cosas.

Las diez más vistas (en miles de espectadores)
Sexo con amor, de Boris Quercia (2003, 108 minutos) 979
El chacotero sentimental, de Cristián Galaz (1999, 87 minutos) 813
Machuca, de Andrés Wood (2004, 121 minutos) 648
Subterra, de Marcelo Ferrari (2003, 105 minutos) 461
Ayúdeme usted, compadre, de Germán Becker (1968, 115 minutos) 370
Radio Corazón, de Roberto Artiagoitía (2007, 100 minutos) 368
Taxi para tres, de Orlando Lübbert (2001, 90 minutos) 339
El rey de los huevones, de Boris Quercia (2006, 110 minutos) 310
Ogú y Mampato en Rapa Nui, de Alejandro Rojas (2002, 100 minutos) 284
Che Kopete, la película, de León Errázuriz (2007, 90 minutos) 221
10 SIGUIENTES
11 Imagen latente, de Pablo Perelman (1988, 92 minutos).
12 Palomita blanca, de Raúl Ruiz (1973-1992, 123 minutos).
13 Julio comienza en julio, de Silvio Caiozzi (1979, 115 minutos).
14 El chacal de Nahueltoro, de Miguel Littin (1969, 94 minutos).
15 Aquí se construye, de Ignacio Agüero (documental, 2000, 77 minutos).
16 Reunión de familia, de Andrés Wood (1995, 25 minutos).
17 Caluga o menta, de Gonzalo Justiniano (1990, 103 minutos).
18 Samuel Román Rojas (El escultor / El hombre), de Sergio Bravo (documental, 1978, 100 minutos).
19 Sexo con amor, de Boris Quercia (2003, 108 minutos).
20 No tan lejos de Andrómeda, de Juan Vicente Araya (1999, 131 minutos).
Ascanio Cavallo.



Che. Guerrilla

Ascanio Cavallo
Esta segunda parte de la biografía del "Che" confirma lo que se podía presumir con la primera: que es una sola película, un solo y gran arco narrativo trazado entre los puntos extremos de una historia personal inusitadamente intensa, y que por tanto debería verse en forma continua. La sorpresa es que también es una segunda película, que se puede ver y apreciar por sí misma. Soderbergh ha logrado en la épica lo que le falló a Clint Eastwood en La conquista del honor y Cartas de Iwo Jima.
La primera parte seguía a Ernesto "Che" Guevara (Benicio del Toro) desde su integración a la guerrilla de Fidel Castro (Demián Bichir) en 1955 hasta su visita a la ONU en 1964. Esta segunda arranca con su misteriosa desaparición en Camagüey, en 1965, para ingresar clandestinamente a Bolivia, una operación coordinada con dineros y guerrilleros cubanos.
El "Che" llega a La Paz para derrocar a la dictadura de René Barrientos (Joaquim de Almeida), formando una guerrilla en las montañas meridionales de Bolivia. El esquema es el mismo de la revolución cubana: dictadura odiosa, pueblo deprivado, Partido Comunista burocratizado. En esta segunda parte se repiten sombríamente, como en un espejo oscuro, ideas que en la primera eran siempre más luminosas.
El "Che" conoce a Bolivia menos que a Cuba, y esa evidencia se va haciendo cada vez más pesada mientras transcurren los 341 días de la aventura boliviana. Los campesinos son poco entusiastas -y a veces, soplones-, los militares son más eficaces y los guerrilleros son menos diestros en estas selvas. Ñancahuazú es más duro que la Sierra Maestra. La visualidad de la película es más sombría y sus encuadres, más asfixiantes, inestables e imprecisos. El montaje adelanta el ritmo de una tragedia.
Igual que en la anterior, el "Che" es aquí un técnico de la guerra, un hombre severo y serio, dispuesto a ignorar tanto su asma como sus demandas sentimentales: la guerrillera Tania (Franka Potente) recibe el mismo trato que Aleida en la otra. Siempre está listo para repetir que "ser revolucionario es alcanzar el estadio más alto de la condición humana". Sólo que ahora ese discurso, repetido y desvanecido, recuerda que es el mismo con que todos los radicalismos políticos o religiosos han tratado de vulcanizar a sus prosélitos.
Aun más que la primera, esta segunda parte de Che es un titánico esfuerzo de objetividad fílmica, un cine político que trata sobre la ambigüedad porque en ella pueden cohabitar el heroísmo y la misantropía, la victoria y el fracaso, la comedia y la tragedia. Lo que dice Che, trabajando sobre un héroe que se quiere monolítico, es que finalmente la política es ambigüedad, sea que se practique con armas en Ñancahuazú o con cortesías en el Capitolio (para referir a otro cineasta al que tan vivamente recuerda en esto, Otto Preminger).
Una gran película. Esta y la otra. Y las dos juntas.
El reloj

Francisco Mouat
Una amiga me regaló un reloj cuando me cambié de oficina: redondo, sencillo, de grandes números negros sobre fondo blanco, para colgar en la pared. "No te regalo un reloj", dejó escrito en la pizarra: "Te regalo tiempo".
Pocos días después de entregármelo, compré una pila doble A para hacerlo funcionar, pero no hubo caso: los punteros no reaccionaban y la hora seguía siendo la misma: las 4:23, vaya uno a saber si de la mañana o la tarde.
Probé colocando la pila una y otra vez de distintas maneras, le di pequeños golpes al vidrio que cubre la superficie, y nada. Finalmente me aburrí y lo dejé en una de las repisas de los libreros para que, detenido en las 4:23, diera la silenciosa sensación de que la hora no avanza, no apremia.
A veces pienso que mi amiga escogió inconscientemente un reloj mal fabricado para que el aparato cumpliera una nueva tarea, insospechada hasta ese momento: dar siempre la misma hora y no fallarles a los que esperan que un reloj les dé efectivamente el tiempo suficiente para vivir antes de morir.
Con el reloj detenido observándome a corta distancia, leo en voz alta un texto que escribió una amiga -cada día más entrañable- sobre el cáncer que la ocupó años atrás, y cómo sobrevivió a él y conquistó un tiempo nuevo: "Desde un principio intenté, si no hacerme amiga de esta palabra, cáncer, por lo menos no entrar en guerra con ella. Este cáncer no provenía de ningún brutal ataque exterior. Era yo: se había generado dentro del misterioso mundo de mis células. No me gustaba el vocabulario bélico utilizado para referirse a él: no quería luchar en contra de, vencer, destruir. Por eso, decidí tratarlo no como un enemigo, sino como un error. Células mías habían tomado un camino equivocado: su afán de inmortalidad amenazaba con adelantar la mía. Se trataba de enmendar aquel error, de restablecer una armonía. A costa, imposible negarlo, de grandes sacrificios".
Sintió miedo: miedo a la muerte, y al miedo que sentían los demás que la rodeaban. Pero no era para vivir llorando que quiso sobrevivir. Tampoco quería que la palabra cáncer la definiera: "Yo no debo permitir que el pánico en la mirada ajena me reduzca a mi enfermedad". Después de un tiempo logró deshacerse de los tumores, y aprendió que todo ocurre en el presente, y que en el presente ahora ella estaba más viva que nunca.
Cómo no sabré yo que está viva, si nos reunimos con frecuencia a reír y a leer. Admiro su lucidez y por supuesto su risa, con la que viaja a todos los sitios. Es una francesa de la provincia que escogió a Chile para vivir muchísimos años atrás, y se quedó para siempre. Un día le voy a pedir que leamos en voz alta los ensayos de Montaigne, su compatriota. Sobre el miedo, por ejemplo: "Es una pasión extraña y los médicos dicen que no hay ninguna que nos descarrile tanto el seso. Y es verdad que he visto a gente volverse loca de miedo: incluso en los más serenos, es indudable que durante el ataque el temor engendra espantosos espejismos. El miedo es de lo que tengo más miedo. Porque sobrepasa en aspereza a toda otra prueba".
Le he escuchado decir a mi amiga que durante y después de la enfermedad aprendió que había muy pocas cosas que de verdad importaban. Ahora quiero llamarla por teléfono y preguntarle lo que no alcancé anoche, cuando nos vimos y leí por primera vez su texto sobre el cáncer: "¿Cuáles son esas cosas que de verdad importan, Maggy?". Sospecho de algunas, pero me resisto a nombrarlas para no romper el hechizo. Sé que ella intentará una respuesta después de soltar una sonora carcajada. Su sentido del humor, a prueba de balas y facinerosos que pueblan la Tierra, será su mejor manera de empezar a contestar.
Borges escribió que nunca había dejado de estar en Francia, y que nunca dejaría de estarlo cuando en algún lugar de Buenos Aires la muerte lo llamara: "No diré la noche y la luna, sino Verlaine. No diré amistad, sino Montaigne". Yo digo, mirando al reloj, que aún marca las 4:23: Maggy Le Saux.
mouatfrancisco@gmail.com
SPIDER-MOUSE

Por Francisco Ortega
Lo realmente importante en la millonaria compra de Marvel Comics por parte de Disney no son las lucas involucradas o el crecimiento del imperio del tío Walt, ni siquiera que la casa de Stan Lee se haya salvado de la bancarrota, sino de la importancia que tiene hoy el cómic en la industria del entretenimiento, también de que no hay peor enemigo para los fanáticos que los propios fanáticos.
El nerdismo hace rato que dejó de ser simpático a lo “The Big Bang Theory” y se convirtió en una especie de religión donde quien ronca es el más fuerte, donde importa el primero que ladra, la reflexión se fue al olvido y lo más grave la comprensión de lectura brilla por su ausencia.
Es impresionante el escándalo ñoño gatillado en la red por la compra de Marvel. Que iban a infantilizar la compañía (¿alguna vez fue adulta?, por favor, son superhéroes), que la casa del ratón iba a exigir musicales protagonizados por Hulk, que estábamos aparados ante un “Mutant School Musical”, que la línea editorial familiar de Disney iba a meterse en Marvel, convirtiendo todas las historias en un manual de buenas costumbres. Que se había acabado el mundo, que Marvel estaba muerta. ¿En serio? ¿No será todo lo contrario?, que después de años de pérdidas y evidentes señales de quiebre, al fin la casa de la ideas tiene la oportunidad de su vida.
El fundamentalismo fan es peligroso, algunos incluso manifestaron que preferían que Marvel se acabara a que entrara en la familia Disney. Pendejos. Y permítanme decirlo con rabia. Tengo 35 años, leo Marvel desde los 8. Ediciones brasileñas, españolas, mexicanas e incluso las chilenas (sí señores, la extinta Pincel [ex Quimantú] publicó en Chile Iron-Man y Spider-Man y por el cariño que le tengo a estos personajes el notición del salvavidas Disney para la editorial alguna vez capitaneada por Stan Lee y Jack Kirby me pareció un regalo de pascuas anticipado. Los personajes de mi vida no iban a morir, todo lo contrario, aseguraban su continuidad para las nuevas generaciones. No sé a ustedes, pero a mí me interesa que mis hijos y mis nietos conozcan a los Avengers y a los X-Men, sea esto gracias a Marvel, Disney, la Coca Cola o el FBI.
DISNEY MÁS ALLÁ DEL TÍO WALT
Seamos concretos y dejemos de repetir las tonteras que desde el lunes 31 de agosto pueblan internet (la democracia de la información a veces es peligrosa). Quien compró Marvel no fue Disney Animation, ni DisneyWorld, ni Walt Disney Estudios, ni Disney Channel. La empresa que adquirió Marvel es Disney Enterprise o Disney Inc, pulpo de las comunicaciones que aparte de los estudios arriba citados tienen propiedad sobre Pixar, Dimension Films, Miramax, Simon&Schuster (casa editorial), ESPN, ABC, Fox Broadcasting (canales Fox, que salvo el nombre no están relacionados con 20th Century Fox), Bad Robot. Buena Vista, Gainax, Gibbli entre una larga lista de firmas, que incluyen porcentajes en Apple y la división X-Box de Microsoft. Marvel no entra al universo de Mickey sino a un conglomerado que le permitirá no sólo levantarse económicamente sino sacar provecho de sus productos y licencias a un nivel multimedial jamás imaginado. Ok, desde la lectura matemática es venderse a un imperio galáctico (o al diablo), pero señores es Marvel, es historieta comercial, no estamos hablando de la casa indie de historias alternativas y de autor, sino de los propietarios de Spider-Man y Hulk, personajes que en su ética de contenidos no están tan lejos de Goofy o de Donald, unos en la esquina del drama fantástico, otros en la de la comedia.
Con Disney Marvel no sólo asegura su continuidad, sino (lo que me importa) plata para apuestas editoriales y lo que es todavía más relevante para abrir sus puertas a un mercado internacional que no sólo va a permitir ediciones más baratas de sus cómics y periodicidad de Cabo de Hornos a Groenlandia sino la posibilidad de que talentos de la historieta latinoamericana (o asiática, africana, etc.) ingresen a la industria mayor.El Disney que compró Marvel no es el de Tribilín o la ratona Minnie, sino el que financió “Pulp Fiction”, “Jackie Brown” y las novelas de Stephen King.
El Disney que compró Marvel no lo hizo para apropiarse de una editorial que lleva años sobreviviendo en un mercado que cada vez vende menos comics (una realidad) sino para traer hacia su alero a un panteón mitológico con el que hacer libros, películas, videojuegos, parques temáticos, etc. Spider-Man y sus amigos no se infantilizan con Disney, simplemente pasan al mundo “real” del 2009, con lo bueno y lo malo que ello arrastra
Patricio Jara sorprende y emociona con su nuevo libro "Quemar un pueblo"
Ahora no se trata de Prat ni de vampiros, sino de un circo de fenómenos que recorre la región, y lo que les pasa cuando llegan al pueblo equivocado.
Alberto Rojas, El Mercurio Online
Viernes 28 de Agosto de 2009 10:52

Patricio Jara en su año del boom: Ya ha publicado ''Prat'', ''Las zapatillas de Drácula'' y ''Quemar un pueblo''.
Foto: El Mercurio


SANTIAGO.- Una caravana sin igual recorre el continente. Un circo donde tienen cabida todos los fenómenos imaginables, un verdadero freak show que desde el Gran Chaco hasta Lima —y desde Arica hasta Coquimbo— congrega a los curiosos de cualquier edad. Porque nadie quiere perder la oportunidad de ver a Oliverio, el hombre lobo; a Alcides, el niño rana; o a los hermanos Dámaso y Gastón, que comparten el mismo cuerpo.

Así es la tropa nómade liderada por el ex traficante Lucio Carbonera. Y que llega al pueblo de Cristo de la Roca pensando en sorprender a sus habitantes. Pero se trata de un pueblo diferente, donde su presencia, lejos de maravillarlos, desatará una terrible tragedia.

Éste es el mundo que construye el escritor y periodista Patricio Jara en "Quemar un pueblo" (Alfaguara, $9.000), el tercer libro que publica este año tras la elogiada "Prat" y su incursión en la literatura juvenil con "Las zapatillas de Drácula".

Profesor en la escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales, colaborador en las páginas de Revista de Libros y Sábado de El Mercurio, y sobre todo dueño de una prosa impecable, Patricio Jara también es autor de "El sangrador", "De aquí se ve tu casa", "El Exceso" y "El mar enterrado".

-¿Qué te motivó a escribir una novela como “Quemar un pueblo"?
-Había dos planos en los que me interesaba mucho indagar: los circos de fenómenos de la segunda mitad del siglo XIX y el mundo de los primeros fabricantes de cerveza en la misma época en Sudamérica. Eran dos ámbitos distintos que comencé a investigar de manera simultánea, hasta que comenzaron a llegar los personajes y las anécdotas que detonaron la novela. Y la motivación sigue siendo la misma que me ha hecho escribir por casi 20 años: una reacción casi física ante el asombro.

-¿Hace cuánto tiempo que venías trabajando esta novela y qué permitió que se publicara este año?
-Esta novela comencé a trabajarla en 2005. Ni siquiera aún aparecía "El exceso" cuando ya tenía esbozada su estructura. Siempre pasa un poco así. Ahora, por razones ajenas a lo que yo pueda decidir, este año parece que se vino abajo el ropero y salió todo ("Prat" y "Las zapatillas de Drácula"). Pero en eso no me meto mucho. Cada libro tiene su editorial y cada editorial decide lo que considera mejor. En todo caso, son libros muy distintos y cada uno sabrá hacer su camino de modo independiente.

-¿Cómo fue tu proceso de investigación para escribirla?
-No hay mucha ciencia en los métodos de investigación, que habitualmente son una mezcla entre planificación y azar, de encontrar justo lo que uno buscaba o bien tropezar con cosas que resultan valiosas. Lo difícil, en todo caso, es escribir. Cada vez me cuesta más, cada vez tengo más dudas. En ese sentido, esta novela la siento muy mía y lógicamente en la que tuve más momentos así, de mucha duda, pues todo lo que hay es ciento por ciento literatura.

-Los personajes inevitablemente recuerdan un poco la película de los años '30 "Freaks", de Tod Browning. Al igual que la serie de televisión "Carnivale". ¿Alguna de estas obras influyó en tu nueva novela?
-Vi las dos temporadas de "Carnivale" una vez que estaba escrito el primer borrador. Me ayudó mucho como empujón a la corrección, lo mismo que el material gráfico de museos, afiches de la época y cierta música, como la canción "La bolsa", de Bersuit Vergarabat, que la escuché cada vez que comenzaba a revisar lo que había escrito el día anterior. No quise ver la película de Browning. La tuve en las manos, pero no.

-¿Es "Quemar un pueblo" un estudio sobre la tolerancia? ¿O sobre los confusos límites entre lo que es "normal" y lo "diferente"?
-A ratos siento que es una aproximación hacia los límites, hacia hasta dónde se debe aguantar; hasta qué punto vale, sirve y se necesita la tolerancia. Pero aquello, naturalmente, es algo que uno ve mucho tiempo después de haberla escrito. En el momento era un circo y su circunstancia, nada más. Si eres capaz de mirar tu novela con distancia y, de pronto, "ver" otra cosa, entonces algo late.

-¿Crees que espectáculos como el que describes en tu libro existen todavía? ¿Dónde podríamos encontrar a un nuevo Lucio Carbonera en América Latina?
-Quizás hay más de alguno dando vueltas por ahí. Y si hay, ojala sus artistas tengan el mismo trato que les daba Carbonera. La selva peruana y la selva boliviana son tan profundas que no me extrañaría escuchar alguna leyenda al respecto. Hay algunas zonas de La Paz, en Bolivia, donde no me habría extrañado encontrarme con una persona con dos cabezas o deambulando por ciertas calles del barrio de Chueca, en Madrid, cuando una noche vi pasar a personas encapuchadas, tal como aparecen en la novela.

-En general los libros de un escritor guardan cierta coherencia entre sí. Dentro de tu prolífica obra, ¿qué lugar ocupa "Quemar un pueblo"? ¿Qué simboliza?
-Esta novela está cruzada por el mismo cable que une a "El sangrador": Tratar de reconstruir ciertos aspectos del mundo de la ciencia en el siglo XIX, y con "El exceso", por cuanto varios de los personajes que en esa novela eran vistos como "casos", acá están en carne y hueso, hablan, cantan y zapatean.

-¿Y te cuesta mucho combinar tus diferentes facetas como profesor universitario, periodista, escritor y padre?
-Todo a su momento. Es cosa de organizarse y dosificar energías. Hay momentos del año en que uno destina más horas para una cosa que la otra. Este 2009, por ejemplo, no he hecho tanto periodismo como quisiera, pero he estado mucho más dedicado a la docencia y a la edición de libros de terceros, lo que a veces es más demandante que tu propia escritura. Mientras aún pueda organizar mi horario con cierta libertad, estamos bien. De modo que nada desvíe mis deberes familiares y que disfruto mucho: ir a la verdulería los jueves en la tarde, al supermercado el sábado en la mañana o tomar una cerveza con los amigotes y ver los partidos de la U el domingo.

-Por último, ¿puedes contar algo sobre tus próximos proyectos literarios?
-Hay algunos temas dando vueltas, pero muy preliminares. Ando tras la pista de una mujer que vivió en Santiago hace mucho tiempo y que se llamaba Carmen, y de otra que conocí en la universidad y que le decían "Patty Death". Como diría un locutor de radio AM: "temas del ayer y de hoy".
Martes 01 de Septiembre de 2009
150 años de “El origen de las especies”

Juan de Dios Vial Correa
En 1859, Darwin publicó “El origen de las especies”, libro fundamental de la ciencia moderna en el cual se atribuye la enorme diversificación de los seres vivientes a un mecanismo básico: la “Selección Natural”, a la que Darwin define diciendo: “…esta preservación de variaciones favorables y rechazo de variaciones dañinas es lo que llamo Selección Natural”.
El libro es un “largo argumento” a favor de esta tesis de que hay una “lucha por la existencia” que conduce “a la preservación de cualquier desviación favorable de la estructura o del instinto”.
Los datos aportados por Darwin eran ya impresionantes, y desde sus días han crecido sin cesar. Lo que él hacía —frente al complejo mundo de la biología de su tiempo— era proponer un mecanismo sencillo y de amplísimo, si no universal, valor. Para la constitución de la variedad de seres vivos, la lucha por la existencia, que es inevitable desde el momento en que el número de ellos crece más rápidamente que su posibilidad de sustentarse, determina que a la larga vayan sobreviviendo los mejor dotados.
Esto no significa que se produzca ningún “perfeccionamiento”, sino que hay un proceso continuo y oportunista que fluye sin cesar y que aprovecha a cada paso los cambios que mejoran las posibilidades de sobrevida y expansión del grupo de que se trate. Y por supuesto que lo que hoy es una ventaja puede transformarse mañana en una desventaja y perjudicar al grupo afectado, determinando incluso su extinción.
Es difícil exagerar la importancia que esta propuesta tenía para la ciencia en general. Desde el siglo XVII, y principalmente por obra de Galileo, ésta se había venido transformando en una comprensión de los “mecanismos” que operan en la naturaleza. Esta concepción que había sido utilísima en física por ejemplo, se estrellaba con la organización y funciones de los seres vivos que parecían todas estructuradas no sólo por el juego de mecanismos, sino que también “con vistas a una finalidad”, según la idea de Aristóteles.
Pero un mecanismo carece de por sí de finalidad. Él es por naturaleza ciego: se lo define por el comportamiento de los elementos involucrados y no se le puede atribuir ningún objetivo particular. La introducción de la selección natural como mecanismo fundamental en los seres vivientes equivalía a decir que en su evolución no se daba ninguna tendencia al perfeccionamiento o progreso, y que si este ocurría, era por obra del azar, de las múltiples e imprevisibles combinaciones entre las variaciones de los organismos y las variaciones de sus ambientes.

Esto significaba que el ser humano, al que se figuraba como una ramita terminal en el árbol de la evolución, era básicamente un producto del acaso. El ciego juego de las interacciones materiales lo había producido. La selección natural era sólo una ley más de la materia, y ella caracterizaba la vida de los seres orgánicos. Para algunos biólogos importantes, ella era una manera de definir el proceso de la vida.
Esta concepción hacía entrar a las ciencias de la vida dentro del campo que para la ciencia en general se había definido en el siglo XVII. Especialmente Descartes había sido enfático en desterrar la “finalidad” del estudio de la naturaleza y el planteamiento de Darwin parecía coronar el esfuerzo brillante de la nueva ciencia.
Pero de inmediato se generaron polémicas porque el origen del hombre aparecía dependiente de interacciones materiales que obedecían al azar. Hoy todavía se debe preguntar si es verosímil que el hombre sea sólo un conjunto de mecanismos, y si no hay algo que lo hace radicalmente diferente del resto de los seres vivos.
Son por supuesto innumerables los datos que fuerzan a pensar que el ser humano se originó en la evolución biológica, y que en él ha operado y opera la selección natural.
Pero sería una ceguera no reconocer que el hombre le ha traído algo enteramente nuevo al concierto de los seres vivos.
En un tiempo comparativamente muy corto (unos pocos cientos de miles de años), el hombre ha seguido un camino radicalmente distinto del de cualquier especie biológica que conozcamos. Ha poblado toda la Tierra, se ha instalado en los más diversos ambientes, recurriendo al manejo técnico de la naturaleza. Se ha multiplicado en forma impresionante. Ha generado una asombrosa riqueza de culturas. Ha generado el lenguaje en el que viven la poesía, las leyes y las ciencias. En los tiempos de la evolución biológica, es cortísimo el espacio que separa la pintura rupestre de la arquitectura contemporánea. ¿Para qué seguir? Cualquiera puede intentar el inventario interminable de lo que el hombre ha hecho para cambiar el planeta y para cambiarse a sí mismo.
Lo que más asombra, sin embargo, no es la inmensa variedad de realizaciones humanas, sino que el hecho de que todas ellas reconocen una dimensión que es nueva y distinta en la vida en la Tierra. Su raíz es el “proyecto”, la visión de un futuro, sea este modesto o grandioso. Todas ellas se hacen “para algo”, y en eso son básicamente distintas de los mecanismos. El mecanismo opera con las fuerzas de presente, el hombre construye un futuro, representándoselo, dándoles existencia a cosas que todavía no están.
Mirando desde la ciencia, podría ser que toda la naturaleza fuera mecanismo. Para nosotros, en cambio, toda la vida es proyecto. Estamos, por supuesto, sujetos a la selección natural y a todas las demás leyes de la materia. Pero hay una ley de los entes materiales que nos es propia: vivimos de futuro, de proyecto.
Es por eso que el hombre va generando instrumentos para llegar a entenderse con la realidad que se le va presentando. De esos instrumentos, los más valiosos son los del pensamiento, y entre ellos contamos por supuesto al gigantesco desarrollo de las ciencias naturales. Todo, absolutamente todo lo que sabemos de cualquier cosa, se ha generado en el hombre; pero en último término se explica en su proyecto incesante de penetrar la realidad.
Lo cual nos desafía con la pregunta tantas veces repetida: ¿Qué es el hombre? Y nos estimula a buscar otros instrumentos, distintos de las ciencias de la naturaleza, aunque no contradictorios con ellas, que nos permitan entendernos con este misterio que somos nosotros mismos, y con esta condición única de vivir de proyectos y de vivir abiertos hacia el futuro.
Las películas que se despeñan hacia el final
por Daniel Villalobos
Como dijera alguna vez el crítico Héctor Soto, nadie quiere hacer una película mala. Todo el mundo parte de sus mejores esfuerzos. Pero no siempre se llega a puerto. Peor aún, a veces partimos bien, a caballo de una historia interesante, bien dirigida, con actores aplicados y un ritmo a la altura.
Y de pronto, la cosa se despeña. Por lo general, lo que falla es el guión: una vuelta de tuerca tan ridícula que insulta nuestra inteligencia (Hancock) o algo más sutil, un desarrollo que es mucho menos interesante que la presentación (Soy Leyenda, desde que aparece Alice Braga en adelante).


Las películas que se despeñan luego de un comienzo prometedor son una categoría en sí mismas. Personalmente, me indignan más que una simple mala película. Por ejemplo, a los treinta segundos de iniciado Wolverine sabía que era una basura. Si seguía viéndola era culpa mía y la terminé consciente de que en ningún momento me había prometido otra cosa que el latazo y el disgusto.

Wolverine, entonces, no se despeña porque en rigor jamás alcanzó altura alguna.

Pero estas otras películas me interesan y molestan a partes iguales. ¿Habría sido sublime Soy Leyenda de haber permanecido Will Smith solo en pantalla hasta el final? ¿O quizás habría terminado por latear a cualquiera? ¿Cómo fue que Spielberg dejó fundirse en la melcocha y el recocido un producto tan prometedor como Indiana Jones 4?


Y hay casos más extremos, donde dudo de mi opinión hasta que vuelvo a ver la película y compruebo que sí, se viene abajo sin redención justo en la mitad: Carretera Perdida, sin ir más lejos. Un filme lleno de méritos, con un primer segmento que es puro miedo, oscuridad y sugerencia, que luego se agota en un jueguito de dobles y esquizofrenia que no llega a nada y que tiene un cierre ‘borgeano’ simplemente ridículo.

Molesta ver que gente de talento se toma el tiempo de armar una estructura interesante para luego echarla abajo con malas decisiones. Pero de nuevo: nadie quiere hacer películas mediocres. Es sólo que a veces el azar, el orgullo, el cansancio o la simple mala cueva se cobran su precio y todos sufrimos.


Algunos ejemplos para discutir. Son libres de sugerir los que se les ocurran.


-Cuenta Regresiva: Todo bien hasta que empieza el delirio religioso y fin-de-mundo. No me vengan con cuentos. En el fondo, cuando la película intenta explicar lógicamente su premisa inicial. Un título muy poco cotizado que cuenta cosas parecidas con mejor resultado: Mensajero de la Oscuridad.


-El Sustituto: Ojo, aunque la mencione aquí, creo que esta película de Eastwood es uno de los grandes estrenos del último año. Pero para quienes la hayan visto, es obvio que la aparición de una subtrama relacionada con homicidios y psicópatas rompe el mundo que la historia había construido y la convierte en un caos fascinante, pero deshilachado a fin de cuentas. Tema pendiente: ¿Es El Sustituto la película fracturada de detenidos-desaparecidos que nunca hemos podido hacer nosotros?


-Alerta Solar: Luego de los formidables primeros quince minutos, vienen las crisis. Todo el guión es una serie de crisis de vida o muerte que se van resolviendo con la eliminación de uno de los personajes. Esta lógica de Agatha Christie (o de reality del 13) funciona muy mal. Menos en el espacio.


-El Sabor de la Noche (My Blueberry Nights): Todas las películas de Wong Kar Wai tienen guiones etéreos siempre a punto de disolverse en el aire, pero aquí las cosas se salieron de control. Después de unas cuantas escenas encantadoras, lo que se viene es una road-movie kitsch, boba y muy poco interesante de ver. Qué pena. WKW es uno de mis favoritos.


-El Proyecto de la Bruja de Blair: Nada que hacer. Una vez que se agota la idea de falso-documental-y-metraje-encontrado tenemos a tres actores sin mucho carisma dando vueltas por un bosque donde no pasa nada. Y un final que funciona apenas, tan sólo porque nos da algo de clímax después de una hora de videos de vacaciones.



-Señales: Una de mis favoritas/odiadas. A diferencia de El Fin de los Tiempos, que nunca tuvo redención y que tocó techo y fondo a la vez, Señales tiene una primera hora magnífica, plagada de alusiones religiosas muy astutas y una atmósfera de inquietud muy lograda. Después entran los hombrecitos grises y lo que se va es nuestro interés.


-Niños del Hombre: Quizás una de las grandes películas pifiadas de todos los tiempos. En varios aspectos es magnífica (ambientación, fotografía, premisa original), pero su último tercio, cámara en mano y tiroteos y todo, pierde fuelle y comete el viejo error: resolver una buena historia con persecusiones y cosas que vuelan.


-Categoría películas-que-no-le-hacen-honor-a-sus-primeros-quince-minutos: Torres Gemelas (la de Oliver Stone, no la de Delfín Hasta el Fin), Rebobinados, Quantum of Solace, Crimen Ferpecto, Sólo un Sueño.


-CASO EMBLEMATICO: Nacido Para Matar, de Stanley Kubrick, que literalmente son dos películas distintas, conectadas apenas por un personaje. La primera es una brillante postal sobre el entrenamiento militar como campo de juego del fascismo. La segunda es una película-de-Vietnam que hace lucir a Pelotón como La Delgada Línea Roja.

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